Willy Crook, “Muchas cosas las viví más estupefacto que contento”

Por CAROL CALCAGNO y

PATRICIO FERNÁNDEZ ABREGU

 

Hay dos premisas  que funcionan  de manera estupenda, cuando ponés en funcionamiento un grabador frente a un músico tan particular como lo es Willy Crook.  Primera enumeración: despojarse de los prejuicios que llevás cuando jamás estuviste  cara a cara con un mortal, con estas características. Que podría ser un increíble personaje de  cualquier novela de Kerouac. La otra no tomarse al pie de la letra todas  sus ocurrencias e ironías.  Willy es un personaje mágico de la música; puede llegar a responder  cada pregunta con un sinfín de anécdotas. Tratamos de inmortalizar las más significativas u ocurrentes de su vida por el viejo continente.  Y luego, el regreso a Buenos Aires.

Teniendo en cuenta dicha aclaración, damos por hecho que la entrevista fue por buen camino. Y que no solo  resultó un placer conversar con el ex saxofonista de Los Redondos,  si no que nos dejó la impresión de tener un nuevo amigo,  en este  maravilloso mundo de la música.

 

Generación Abierta: ¿Cómo y  cuándo surge tu primer  acercamiento con la música?

Willy Crook: No recuerdo muy bien, pero creo que fue  por medio de un familiar, vaya uno a saber. Los Crook no somos una familia muy  numerosa, sin embargo, lo tengo un poco borrado, creo que  fue por parte de mi tío o un cuñado que me regaló una guitarra. Ahí  comencé  a tocar con  una  sola cuerda Satisfaction Juegos Perdidos.  Tendría siete u ocho años. 

G.A.: ¿Cuándo aparece el saxo?

W.C.: En Ibiza, gracias a una amigo sirio que aún continúa haciendo saxos con cañas de bambú de la India y de Israel.  Eran unos instrumentos muy finos, sofisticados.  Recuerdo que  siempre me prestaban uno,  ahí fue cuando comencé a intentar sacarle el sonido que me gustaba, tomando como referencia  los discos del Gato Barbieri.  Horas tocando.

G.A.: ¿Y tú primer  caño de metal?

W.C.: Hice dinero trayéndome piedras de la India y me compré un saxo malísimo por la calle Canning.  Era lo más parecido a un gran metal,  una cosa espantosa,  pero bueno el dinero no me daba para  más. 

G.A.: ¿En qué año regresaste al país y cuál fue tu impresión,  habiendo estado toda tu    adolescencia viviendo en democracia?

W.C.: En el año 82, me tocaba la colimba y zafé;  hice un teatro importante,  yo había estado en un colegio militar y conocía las cosquillas y no me dejaba sobornar por nadie. Era un pelotudo insobornable, los sacaba de quicio.  Por lo pronto me dieron una patada en el culo, lo cual  resultó maravilloso porque  había hablado con Skay y  la Negra Poli, me habían dicho de tocar con ellos. Cosa que me pareció maravilloso. Incursionar en una banda que no había hecho yo. Había tocaba con amigos  o en la calle, donde viví tres años  buscándome la vida como podía.  Hice cosechas de  vendimias  en Francia,  anduve por Marruecos…

G.A.: ¿Y cómo te vinculas con el reggae?

W.C.: A todo esto yo me había escapado de mi casa, estaba peleado con mis padreas, ellos se iban a ir a laburar a España porque la pasaban muy mal acá, sin laburo.  Por lo pronto, en invierno yo les copaba la casa,  pero en verano me tenía que buscar la vida como podía. Un buen día conozco a un tipo muy exótico que tocaba por un clisé de media botella de ginebra  junto con un bajista que luego formó  parte de Los Argentinos, una banda de aquella época.  Yo tocaba reggae,  por qué en Francia ya lo hacía.  En esa época no tenía mucho acceso  a escuchar música porque vivía en la calle;  me tiraba en una bolsa de dormir donde me agarraba la noche.   

Había escuchado bandas de reggae.  Y Bob Marley ya estaba presente. Con el tiempo me di cuenta que es una de las pocas excepciones, donde el más famoso es el mejor.  No hubo una banda tan densa, siniestra como la banda de Marley.  Me conmueve de verdad.

En ese momento tocando temas de Marley pasa este italiano tan particular.  No sé qué dijo. Luego nos encontramos en otro bar. En  una ocasión me salvó  de una pelea y comenzamos a ser amigos, claro este italiano era Luca  Prodan.  

G.A.: Luego de conocer a Luca Prodan, ¿qué pasa con Sumo?

W.C.: Luca me dice de ir a tocar a Sumo, lo cual no era verdad,  porque ya estaba Pettinato. Él no pensaba irse. 

 G.A.: Entonces, contabas que al llegar a Buenos Aires, la realidad era otra, ¿no?

 W.C.: Cuando llego a Buenos aires, la cosa estaba fatal, muy mal.  Era la última época de la dictadura y yo  continuaba viviendo como en Ibiza, en la calle. Pero acá  la gente era súper fascista.  Una sociedad intolerante de todos lados, y uno venía con tres aros en la oreja, con ropas muy exóticas. Era muy raro,  porque sabía que tenía que hacer mis cosas, ganarme la vida en ese entorno. Lo que me llamaba poderosamente la atención era cómo podía acceder a hacer música con una banda, algo que jamás había hecho.  Sí, tocaba en la calle. Sí, había participado en zapadas, alguna noche memorable acompañado de David  Lee y  David Gilmour en la casa de Román Polanski.

G.A.: ¿Cómo llegás a conectarte con  Los Redondos?

W.C.: En un momento me contacto con Arnedo y Fargo. Recuerdo que Luca se había ido con su hermano,  Andrea,  a Túnez  a laburar en un documental sobre Marco Polo,  y la banda  no sabía si regresaría.  Luca era muy imprevisible.

Entonces al verme tan colgado,  viviendo en la calle me dicen que había una banda llamada: Los Redonditos de Ricota.  Ellos buscaban un saxofonista, mi primera pregunta fue, si era una banda  infantil. 

Voy y me encuentro con ellos.  Me parecieron personas formidables,  recuerdo que bebían una cosa oscura  que parecía un aperitivo,  y te colocaba como la hostia.  A todo esto, contaba con el saxofón, pero me faltaba mucho aprendizaje. Lo fui adquiriendo con ellos.  

G.A.: ¿Tu instrumento era la guitarra?

W.C.: Claro. De hecho los solos de guitarra,  los pasabas al saxofón.  Nunca escuché  muchos saxofonistas. Tenía un cassette de  Grover Washington,  él fue saxofonista fankero. También me gustaba el sonido del Gato Barbieri.

G.A.: ¿Qué dicen Los  Redondos cuando te escucharon tocar?

W.C.: Patricio Rey dijo “tenés que quedarte”, esa determinación no la tomó el Indio, sino  Patricio Rey. Por otro lado me sentí muy cómodo, muy pronto me di cuenta que estaba con gente  inteligente, culta,  muy piola para mí.  Siguen siendo como  hermanos mayores hasta el día de hoy. Con Skay nos vemos, el  Indio ha tomado otro camino,  pero he aprendido muchísimo de él, también.

G.A.: ¿Llegar a un grupo de música establecido era algo así como “la oportunidad”?

W.C.: Yo sabía que ese trencito no me iba a esperar,  subía o no.  Para mí, en ese momento,  los discos los grababan los astronautas, medio de la mitología. Y de repente me encontraba en esa movida  y me fascinaba todo,  pero el tema puntual era tocar el saxofón.

G.A.: Dicen que tanto el Indio como Skay, eran sumamente rigurosos a la hora de los ensayos, ¿qué recuerdos te quedaron?

W.C.: Los ensayos eran un dolor de huevos,  muy metódicos. Skay continúa siéndolo.  No había novias ni amigos.  Ensayábamos tres veces por semana.  Acá no se pelotudeaba, se exigía cumplir con los horarios y buscar ser cada vez más profesionales. Evitando los excesos, en lo posible. 

Al final  hubo unas leyes estrictas, yo puteé mucho,  pero me sirvieron hasta el día de hoy.  Y  les agradezco muchísimo, trabajo mejor bajo presión.  Y  si no, directamente,  no lo hago, sonríe con sinceridad. Luego aclara: No hay que joder a nadie.  Si el alcohol va a cambiar la manera de comportarte,  de tocar o llegar tarde, terminás perjudicando a los otros. Es bueno un poco de rigor,  mássi estás en una banda.  Es como decía Miguelito Abuelo: Suicídate si querés, pero no salpiques.

G.A.: ¿Qué opinión tenés de la composición y la música una pelea y comenzamos a ser amigos, claro este italiano era Luca  Prodan.  

G.A.: Luego de conocer a Luca Prodan, ¿qué pasa con Sumo?

W.C.: Luca me dice de ir a tocar a Sumo, lo cual no era verdad,  porque ya estaba Pettinato. Él no pensaba irse. 

 G.A.: Entonces, contabas que al llegar a Buenos Aires, la realidad era otra, ¿no?

 W.C.: Cuando llego a Buenos aires, la cosa estaba fatal, muy mal.  Era la última época de la dictadura y yo  continuaba viviendo como en Ibiza, en la calle. Pero acá  la gente era súper fascista.  Una sociedad intolerante de todos lados, y uno venía con tres aros en la oreja, con ropas muy exóticas. Era muy raro,  porque sabía que tenía que hacer mis cosas, ganarme la vida en ese entorno. Lo que me llamaba poderosamente la atención era cómo podía acceder a hacer música con una banda, algo que jamás había hecho.  Sí, tocaba en la calle. Sí, había participado en zapadas, alguna noche memorable acompañado de David  Lee y  David Gilmour en la casa de Román Polanski.

G.A.: ¿Cómo llegás a conectarte con  Los Redondos?

W.C.: En un momento me contacto con Arnedo y Fargo. Recuerdo que Luca se había ido con su hermano,  Andrea,  a Túnez  a laburar en un documental sobre Marco Polo,  y la banda  no sabía si regresaría.  Luca era muy imprevisible.

Entonces al verme tan colgado,  viviendo en la calle me dicen que había una banda llamada: Los Redonditos de Ricota.  Ellos buscaban un saxofonista, mi primera pregunta fue, si era una banda  infantil. 

Voy y me encuentro con ellos.  Me parecieron personas formidables,  recuerdo que bebían una cosa oscura  que parecía un aperitivo,  y te colocaba como la hostia.  A todo esto, contaba con el saxofón, pero me faltaba mucho aprendizaje. Lo fui adquiriendo con ellos.  

G.A.: ¿Tu instrumento era la guitarra?

W.C.: Claro. De hecho los solos de guitarra,  los pasabas al saxofón.  Nunca escuché  muchos saxofonistas. Tenía un cassette de  Grover Washington,  él fue saxofonista fankero. También me gustaba el sonido del Gato Barbieri.

G.A.: ¿Qué dicen Los  Redondos cuando te escucharon tocar?

W.C.: Patricio Rey dijo “tenés que quedarte”, esa determinación no la tomó el Indio, sino  Patricio Rey. Por otro lado me sentí muy cómodo, muy pronto me di cuenta que estaba con gente  inteligente, culta,  muy piola para mí.  Siguen siendo como  hermanos mayores hasta el día de hoy. Con Skay nos vemos, el  Indio ha tomado otro camino,  pero he aprendido muchísimo de él, también.

G.A.: ¿Llegar a un grupo de música establecido era algo así como “la oportunidad”?

W.C.: Yo sabía que ese trencito no me iba a esperar,  subía o no.  Para mí, en ese momento,  los discos los grababan los astronautas, medio de la mitología. Y de repente me encontraba en esa movida  y me fascinaba todo,  pero el tema puntual era tocar el saxofón.

G.A.: Dicen que tanto el Indio como Skay, eran sumamente rigurosos a la hora de los ensayos, ¿qué recuerdos te quedaron?

W.C.: Los ensayos eran un dolor de huevos,  muy metódicos. Skay continúa siéndolo.  No había novias ni amigos.  Ensayábamos tres veces por semana.  Acá no se pelotudeaba, se exigía cumplir con los horarios y buscar ser cada vez más profesionales. Evitando los excesos, en lo posible. 

Al final  hubo unas leyes estrictas, yo puteé mucho,  pero me sirvieron hasta el día de hoy.  Y  les agradezco muchísimo, trabajo mejor bajo presión.  Y  si no, directamente,  no lo hago, sonríe con sinceridad. Luego aclara: No hay que joder a nadie.  Si el alcohol va a cambiar la manera de comportarte,  de tocar o llegar tarde, terminás perjudicando a los otros. Es bueno un poco de rigor,  mássi estás en una banda.  Es como decía Miguelito Abuelo: Suicídate si querés, pero no salpiques.

G.A.: ¿Qué opinión tenés de la composición y la música de Los Redondos?

W.C.: Las letras  no me gustaban mucho,  me parecían un poco amontonadas.  Yo  he leído escritos del Indio realmente estupendos. Con la música no estaba del todo contento, sí me convencía el sonido de Skay. Continúa siendo un violero excelente.  Se dedica al sonido y no a la prestidigitación de  hacer atletismo de notas.  Ellos tenían toda la onda.  Quizás en lo que yo no estaba de acuerdo es en que el saxo estuviera en todos los temas.

G.A.: ¿Ese fue uno de los motivos por los cuáles  te alejaste de la banda?, ¿Qué el saxo esté en todos los temas?

W.C.: Es que era así   y continúa siendo así.  Reconozco ser buen soldado,  había que hacer lo que te pedían.  No creo en la democratización del arte, es imposible. Tu gente tiene que seguirte porque  es un auto que tiene un volante y cinco asientos  y no cinco volantes.  Siempre hay que respetar una idea sea de quien sea y quien la tenga,  si te subís a ese tren, hay que darle bola.  Aprendí muchas cosas en esos años,  que las utilizo hasta el día de hoy. Todo lo que soy y  la filosofía me las trasmitieron  Los Redondos y la libertad de estilos, Melingo, sobre todo con el saxo.  Ellos han sido mis mentores artísticos.

G.A.: ¿Cuándo te vas de  Los Redondos qué ruta tomás?

W.C.: Me voy a Granada donde salió el Rey Boabdil, el último rey moro.  Llego a ese maravilloso  lugar,  dejando todo mi prestigio con  Los Redondos en Ezeiza. Y comienzo a tocar en la calle.   Un buen día pasan  Los Toreros  Muertos,  me ven tocar y me invitan a sus presentaciones.  Fue maravilloso, lo contraproducente fue salir en los periódicos locales. La gente me reconocía y no me daba ni una moneda, pensando que era famoso.  

G.A.: ¿En qué momento de tu camino keruaskiano aparecen The Lion in Love?

W.C.: Los conocía de Buenos Aires  y sabía que en Madrid estaban pasando cosas,  así que fui a chuparles un poco las medias,  para que me involucraran en sus proyectos de bandas. Logré tocar con ellos, sin medir los riesgos económicos, estaba  acostumbrado a ganarme la vida como podía,  pintaba casas, entre tantas cosas.  Estuve en París un tiempo,  trapeaba sin saberlo en la Morgue Judicial. ¡Algo espantoso!

G.A.: De regreso a Buenos Aires, ¿qué te esperaba? 

W.C.: Después de haber tocado en zapadas de blues  en el Samovar de Rasputín, con Quique Weimar, Jorge Pinchevsky y el Negro Medina,  conocí a  Carlos Patán Vidal y Juan Valentino.  Y pensé: con estos tipos voy a hacer algo.  A los dos años,  me armaron el disco.

G.A.: A la hora de cantar en castellano, ¿puede que tengas una similitud a Javier Martínez?

W.C.: Sí. Por eso no canto en castellano.  Javier Martínez es un referente inevitable, ya no se canta como él.

G.A.: ¿Creés que el funk va mejor con el idioma inglés?

W.C.: El inglés entra de pelos, queda a la perfección.  Yo vivía en Europa y hablaba con franceses, belgas, italianos. Y también en inglés, por ende, escuchaba música en inglés. Eso no implica nada,  más que todo va por el lado de la libertad, la manera en que te sientas cómodo. Hay que hacer lo que el cuerpo te pide.  Entiendo que el artista tiene que abrir tranqueras. A mí, por ejemplo, me resultó interesante  saber que decían las letras de El lado oscuro de la luna, y eso me llevó a aprender por las mías.  Tengo dos años del secundario, pero tuve la curiosidad de saber idiomas.  La gente escuchaba cómo pronunciaba el inglés.  Y la verdad, como el orto, afirma, mientras da una pitada a un cigarrillo rubio; pero te aseguro que en las cárceles del estado y en  las calles me entendían perfectamente.  

G.A.: ¿Qué opinás de los músicos de antes y de hoy?

W.C.: La gente que critica, me gustaría que salga del placard. Y vayan con sus novias a ver a Javier Martínez, Alejandro Medina, Litto Nebbia. O ni que hablar Charly García. Voy al show de Martínez y me dan ganas de morirme,  van treinta personas.  O Jorge Pinchevsky, que no saben quién es. Gente poderosísima que abrieron  el camino cuando no había nada.  Pienso también en Queen, que no estaba en el clisé de Pomelo. Cuando el rock salió a la calle, invadió el mundo de los caretas, ¿entendés? Me acuerdo que mi madre me tapaba los ojos cuando Elvis movía la pelvis.  Y eran pilares,  todavía suenan de puta madres.

En estos tiempos  hay una movida de pendejos que manejan equipos electrónicos. Y hacen lo que quieren.  Es una generación muy post modernista que ya no quiere cambiar el mundo. Nosotros  sí queríamos, aunque yo era más joven, pero tipos como Martínez, sí. Temas que deberían  enseñarse en las escuelas. También lo que veo ahora es mucho Frank Zappa, Brian Eno, y arte por internet. 

G.A.: ¿Creés que se perdió el poder de innovar?

W.C.: Desde luego no va a tener el mismo power. Yo creo que hay una gran veta, veo que todo el mundo hace música  Escucho mucha música electrónica.  Ahora  no entremos en el debate si es o no música, andá a tocar la criolla a la tumba del Che Guevara y no me rompas los huevos (dice mientras sonríe), es una evolución, hay que tomarlo como herramienta. Muchos pendejos muy piolas, hacen cosas increíbles, dentro de una gran gama de sonidos. Es brutal.  

Hay bandas con pibes de 26 años que la parten, y  señala a sus músicos, que están en la mesa de atrás, sobre todo a  ese, apuntando  al bajista de su banda Funky Torinos.  Son unos irrespetuosos de la mediocridad (termina afirmando entre risas).  

G.A.: ¿Cuál es tu experiencia con Marcelo “Gillespi” Rodríguez?

W.C.: Tenemos una operación conjunta. Con el grabé  Ultra deforme,  le presté a los Funky Torinos de esa época.  Con “Gillespi” está  todo más que bien, es un hermano del camino.

G.A.: ¿Cómo te trata la gente en el interior?

W.C.: En Córdoba casi soy como la Mona Giménez (sonríe).  Toqué con la mona, que tiene más rock and roll que varios palmolives que conozco.  Viajo seguido para allá,  dicto clínicas y hago algunas fechas.

G.A.: Miguel Abuelo tuvo una carretera similar a vos, pero anterior… ¿qué opinas de él?  

W.C.: Muchos preguntan si éramos gays, y yo digo que sí. Porque me recogió la cabeza, sin sacarme la ropa. Gente fuera de serie, no se fabrican más esos hijos de puta, como Skay, Pinchevsky. Abría la boca y quedabas fascinado.  Una vez dijo Spinetta: vivía colocado.

Era un artista  de la noche a la mañana.  De él aprendí ese humor profundo, la gente que no tolera el humor, no es gente con la que yo vaya a tratar. 

G.A.: A la hora de encerrarte en un estudio, ¿cómo laburas?

W.C.: Soy medio franela dependiente. Sin amigos, no me divierto. Cuando tengo algo en la cabeza, trato que se lleve adelante, tiene que estar firmado por mí.  Con esto quiero decir que las ideas hay que respetarlas. Y claro, cada uno es una pieza fundamental  en lo que estamos haciendo.

G.A.: ¿Te arrepentiste de irte de Los  Redondos?

W.C.: Era una de las cosas que más me refregaba la gente.  Y desde mi punto de vista, fue el primer romance que corté en el momento justo. En el amor, hice cosas hasta la imprudencia, la taradez profunda, pero acá fue justo, ya no gozaba de la música. Iba sumando elementos.  Escuchaba Soda Stereo, y también me gustaba.  Yo no veía esa pelotudez  Los redondos vs Soda Stereo, ¿qué te pasa tarado?  No es un partido de tenis, es arte. 

Entiendo que  cada cosa que pasa es porque tiene que pasar. No se contagia el talento que tienen los grandes, pero es posible, te acostumbrás a desempeñarte entre ellos. Y te pone en un estado mental que te dice: esto es posible, ¿entendés? Sucede.

G.A.: ¿Te sorprendés de algo que hayas vivido?

W.C.: Todo me pareció justo y necesario. Muchas cosas las viví más estupefacto que contento. Soy un virginiano bastante frío, no llegué a pedir que me pellizquen. Poder tener la perspectiva de decir que estuve ahí o allá, quizás  hice una mierda, pero estuve ahí.

G.A.: ¿Te sentís más cómodo tocando la guitarra?

W.C.: No soy un solista privilegiado. A mí  me pasa por la cabeza la música completa. Espero para estar a la circunstancia.  Siempre trato de tomar  clases con grosos que están en internet. Ser violero es una cuestión armónica, tengo mayor conexión.  A veces creemos que somos privilegiados. Imagínate  la era de Mozart,  Bach, Beethoven, esos tipos no podían escucharse, morían con lo que tenían en la cabeza.  Pensaban para catorce mil instrumentos  ¡Toma mierda, eso sí que rock and roll!

G.A.: ¿Qué es lo que se viene?

W.C.: Con 50 años todo está por empezar.  Tengo sexo a la antigua, con la polla tiesa. Y tengo músicos que son unos monstruos, unos buenos hombres que me acompañan.

 

 

 

Willy Crook ofrece todos los jueves por la noche en El imaginario Bar, del barrio de Almagro, una especie de ensayo abierto, digno de apreciar. Donde se lo ve cantando en inglés o castellano, tocando la viola o el saxo  en fusión de sus Funky Torinos.

También brinda Work shop de improvisación de funky de saxo y guitarra en Maya,  estudio fotográfico de Celeste Urriaga, en la ciudad de Córdoba.  

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