Testamento poético de Pablo Neruda

Por Susana Torralbo

Tanto nombrar la primavera,
tanto ver en ella el origen libertario
                                           de las cosas,
floreciendo a su paso las ideas,
brotando como capullos de flores silvestres
                                          por doquier,
que hizo que ella misma
lo llevara hacia sus entrañas
aquel
                                          23 de setiembre
                                          del 73

Es en su muerte, en sus pesares, en su tristeza, donde sus versos sobreviven para alimentar lo humano, y su voz renace del fondo de la tierra para hacernos recordar aquel poema: “…pero las cosas pasan y desde el fondo de la tierra la nueva primavera camina…”
Murió por la muerte de los otros.  Lo que siempre manifestó en su poesía, lo llevó a cabo con su último acto, ese acto final que no todos eligen y que él sí pudo hacerlo dejándose morir en primavera por la tristeza de su pueblo.
En este mi homenaje desangrado, quiero evocar al hombre que, arraigado en su tierra, pudo surgir con su canto hasta atravesar las fronteras y fundirse con los otros, con toda la humanidad, para cantarle al amor, a la tierra y a la injusticia, y la combatió con los disparos certeros de sus ácidas palabras.
Tal vez por ser su último libro y porque en él aparece expresamente una vez más el verdadero oficio de hombre y poeta, que es comprometerse con el mundo elegí La alabanza de la revolución chilena, escrito pocos meses antes de morir, en enero de 1973, en medio de las difíciles circunstancias que atravesaba su país.
En el prólogo del mismo muestra claramente cuál debe ser la función del poeta al afirmar: “Esta es una incitación a un acto nunca visto: un libro destinado a que los poetas antiguos y modernos, extinguidos o presentes, pongamos frente al paredón de la Historia a un  frío y delirante genocida…” “…Ha probado la Historia la capacidad demoledora de la Poesía y a ella me acojo sin más ni más…” Quizás este libro, como otros anteriores, haya servido a muchos para criticar la actitud panfletaria de sus versos, que dejan de lado la poesía metafísica o de mayor vuelo poético. Previendo esto dice en el prólogo: “… y que los exquisitos estéticos que los hay todavía, se lleven una indigestión: estos alimentos son explosivos y vinagres para el consenso de algunos… y recurro a las armas más antiguas de la poesía, al canto y al panfleto usados por clásicos y románticos y destinados a la destrucción del enemigo”.
Pero no por haber escrito sus poemas apuntando certeramente contra el enemigo a través de las palabras, Neruda se ha convertido en el incitador de la muerte; muy por el contrario, y esto queda reflejado en el poema “NUNCA”, que dice:
“Sólo el que mata es la categoría que dejo fuera de mi sentimiento. No llevemos la Patria a la agonía condenada a la sangre y al lamento. Y contra esto está mi poesía
que va por todas partes, como el viento”
Y esto es muy cierto; su poesía fue y seguirá yendo por todas partes como el viento, se infiltrará por los poros abiertos de la tierra y de los hombres para penetrarlos con su mensaje, con sus cantos, con sus pesares.
La poesía de Neruda nació de su corazón y fue llevada de su mano a recorrer el mundo.
Fue un hombre que viajó intensamente, e hizo oír su voz a millares de naciones. Sus obras se tradujeron a casi todos los idiomas y en 1971 se le otorgó el Premio Nobel de Literatura.
Pero, según sus propias palabras, el mejor premio lo había recibido mucho antes: “He llegado a través de una dura lección de estética y de búsqueda, a través de los laberintos de la palabra escrita, a ser poeta de mi pueblo. Mi premio es ése”.

Y ésta es la otra cara del poeta, la del hombre que vivió comprometido, que luchó por sus ideas, que postergó años de su vida para darse a los otros, la de ese ser que una vez dijo: “Tal vez no viví en mí mismo; tal vez viví la vida de los otros… mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta”

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