¿Los medios de comunicación forman opinión?

Por  Daniel Liev

Comenzar una nota referida a la influencia que ejercen los medios de información sobre los espectáculos a través de la denominada crítica o periodismo especializado resulta tan arduo como complejo y desgastante. Porque deberíamos enunciar los mecanismos que regulan la malformación o deformación de opinión. Quizás convendría reflejar los conceptos básicos que sostiene el Dr. Cosio en su obra La opinión Pública, en la que estratifica cuatro estamentos: 1) Los creadores propiamente dichos. 2) Los técnicos o entendidos que explicitan y recrean en cierta medida la creación original. 3) El público con cierta capacidad sensitiva para captar la obra. 4) Aquellos que solamente concurren por status y no les importa en absoluto el espectáculo.

Como inferencia lógica deducimos que los críticos deberían conformar la opinión pública, pero este fenómeno teórico brillante se halla viciado y mansillado por los múltiples factores económicos que inciden y manejan a los periodistas especializados, verdaderas víctimas y victimarios a la vez, de un sistema corrompido por las grandes empresas de agencias noticiosas.
Pero dejando de lado este análisis sesudo, volvamos la mirada al verdadero espectáculo que nos abruma y aplasta a diario. Lamentablemente el espectáculo en sí ha sido desplazado a un segundo piano, frente a la hiperrealidad que nos toca vivir: nuestro nuevo modelo de sojuzgamiento a ser aceptado en el desafinado concierto de las naciones como integrantes del primer mundo.
No olvidar que salimos victoriosos de la guerra del Golfo.

Con todo el teatro instalado todos los días de nuestras existencias en las pantallas de los televisores, los videos satelitales, los fax, las rotativas, las primeras planas y las palabras huecas y altisonantes que se expanden en el éter de las cientos de FM que pululan por ahí entremezclando las cortinas cantadas en inglés porque en castellano resulta “cursi”, y en argentino (nuestra verdadera lengua), peor, uno, inocente receptor de este verdadero maremagnum de contaminación o polución informativa, cae irremediablemente en la inercia creativa y se llama a salvador y prudente silencio.
Pero la crítica, sin receptor válido y con interlocutores viciados, esclerotiza el discurso y degrada las obras. Entonces surge el interrogante imprescindible: ¿con este caos se puede continuar ejerciendo la crítica independiente, analítica, iconoclasta, participativa y didáctica o hay que desfallecer y dejarse arrollar por las generales de la ley?

He aquí el dilema: ¿llegará el día en que los malos críticos sean reemplazados por otros de fuste, de formación o todo nuestro sistema político-social-informativo-artístico, seguirá en manos de improvisados, palanqueados, mediocres?

Resulta evidente que éstos no son otra cosa que interrogantes retóricos. Obviamente ustedes, como yo, conocemos la respuesta. Y mientras el país gira danzando este paso macabro de alegre y desprejuiciada decadencia, el arte no se difunde como corresponde, quizás porque ya no tengamos tiempo para captarlo o nos hayan cambiado los hábitos de distracción y esparcimiento por el mero consumismo, y el denominado post-modernismo, en vez de plantearnos nuevas hipótesis existenciales, nos venda resacas del primer mundo.
Como el espectáculo cambió de dueño y hoy los políticos hacen más teatro, cine y televisión que los desocupados actores, seguramente los críticos pasaremos a ser inevitablemente futuros analistas político-artísticos. Por lo menos, así lo veo yo. Disculpen la frase remanida, pero es el mejor remate que encontré para el espectáculo de nuestra dolorosa realiad y para esta supuesta nota de color, en blanco y negro por supuesto, porque el presupuesto no alcanza.

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