El discreto encanto de la oposición

Por  MARISA HUALDE

Hundirse en el fondo del abismo, Cielo o Infierno, qué importa?
En el fondo de lo Desconocido hallar lo nuevo.
Baudelaire (Le voyage)

Herederas de la crisis de fines del siglo XIX y de la Modernidad a la que pretenden negar, las vanguardias estéticas de este siglo ponen de manifiesto que los valores de épocas anteriores resultan sumamente incómodos cuando la forma de percibir el mundo varía radicalmente. El orden a partir del cual el hombre moderno piensa al mundo no tiene las mismas características que el de los clásicos; no se trata de que la razón haya hecho progresos sino que el modo de ser de las cosas y el orden que las clasifica y las ofrece al saber se alteraron profundamente. La teoría de la representación como fundamento general de todos los órdenes posibles y la concepción del lenguaje como nexo indispensable entre la representación y los objetos a los cuales designa fueron desterradas de la escena de la Modernidad. La historicidad se hizo cargo de buscar explicaciones a los sucesos que preocupaban al hombre, por ejemplo las consecuencias del desarrollo capitalista, desafío que asumid la sociología. Y es en el umbral de la Modernidad donde aparece por primera vez “esa extraña figura del saber que llamamos el hombre”(1) y sienta sus dominios en el campo de las ciencias humanas y por qué no, del arte. El sujeto, instalado así en el centro del universo del saber, comienza a desprenderse de aquellos atributos sostenidos por el orden anterior que le molestan.
La distinción entre el Arte y las artes, y la imagen del artista como el único ser capaz de representar lo sublime son los primeros en ser atacados. Con el no menos sublime deseo de hacer frente a esas concepciones anquilosadas nacen los movimientos de vanguardia de principios del siglo XX, personificación de las fuerzas avanzadas de la época, como las definen algunos pensadores.
Si el Arte no hubiera sido encerrado en los museos y apartado de las pasiones terrenales los artistas de este siglo no hubieran necesitado sacarlo a las calles; si no se hubiera reservado la posibilidad de producir obras de arte a unos pocos no habría razón para esforzarse por encontrar encada sujeto al artista oculto. ¿Se puede sostener aún que las vanguardias son la negación absoluta de la Modernidad?

De antagonismos e identidades
Si los vanguardistas pretenden lograr su objetivo -rehacer el mundo- deben comenzar por rehacerse así mismos. El yo del artista es realzado mágicamente o borrado por una disciplina de objetividad. El mismo es la última obra, el objeto de una continua actividad creativa de la cual sus obras son simples notas o bocetos.
Rehacer al hacedor, con la omnipotencia que ello implica, es el acto artístico primario de estos movimientos.
En un contexto donde se hace de la propia vida una obra de arte, las Academias pierden su legitimidad para clasificar y definir qué obra es digna de ingresar en los Salones Nacionales de, Exposiciones. La distinción misma entre lo artístico y lo no artístico carece ya de sentido; las diferencias se constituyen en el terreno de la acción. Y no sólo las diferencias sino también la identidad de los movimientos.
La actitud de las vanguardias es de desafío permanente, de escándalo y oposición abierta. Buscan escandalizar al burgués mediante sus obras obscenas para poner en evidencia su moral hipócrita, moral que valida la matanza de miles de seres humanos en guerras sin sentido. ¿Qué dignidad existe en una sociedad que mecaniza no sólo el arte sino también la vida y el sujeto?- se preguntan los artistas. Sólo la dignidad burguesa, responden sin dudarlo.
De esta manera la burguesía -especialmente los sectores de clase media- se constituyen en el antagonista por excelencia de la vanguardia. Su grado de hostilidad hacia ella va desde el ataque directo hasta el auto-exilio, sin pasar jamás por la indiferencia. Esta resulta admisible cuando el futuro de la sociedad está en juego: si un vanguardista ignora o, mejor dicho, contradice la opinión convencional se encarga de hacer saber que la ignora y esta es su estrategia en la lucha contra los burgueses. Al pragmatismo de los propietarios ellos contraponen los conceptos sin trabas de la mente; a los dictámenes de los expertos, la palabra del pueblo; al arte de museo, la exhibición de objetos en desuso. Y así, en base a oposiciones, van construyendo su identidad. Pero estos antagonismos no son ninguna novedad en la historia de la humanidad. La lógica misma de Occidente opera en base a la distinción y la clasificación; todo debe poder ser reunido y diferenciado para ingresar al orden de lo social; aquello que carezca de significación -aunque ésta sea lo absurdo- no existe para el sujeto. Pero la distinción no sólo realza lo irrepetible en cada ser o suceso, también funda las relaciones antagónicas. Antagonismo entendido no como negación del Otro sino como necesidad; ninguna identidad social es plena, se constituye en lo relacional. Por ello, para poder disputar en torno a algo es necesario primero tener un referente en común y luego sostener la disputa como legítima.
La vanguardia se opone duramente a la burguesía pero sin ella no podría constituirse como movimiento diferenciado en el campo de las artes; la burguesía intenta por momentos terminar con las molestias que esta oposición le acarrea, pero si así lo hiciera dejaría de erigirse como sector hegemónico.
Nuevamente los vanguardistas vuelven a quedar cercados por los oponentes a los que pretenden negar -la Modernidad y la burguesía- aunque en realidad no se trata de encierro ni derrota sino de la lógica racional que constituye toda sociedad humana. Las tensiones entre campos antagónicos recorren la historia de las vanguardias. Los actos de provocación hacia la burguesía -dirigidos a marcar sus diferencias con respecto a los movimientos estéticos del stablishment- más de una vez son repudiados o cargados de otra significación por grandes sectores de la población. De esta manera sus propuestas sólo tienen difusión entre una élite que dista mucho de ser el pueblo al que ellos anhelan movilizar. Pero a su vez, mediante obras que producen un choque y un cuestionamiento de los valores vigentes las vanguardias aflojan la presión de dogmas sociales, morales y estéticos ya superados. Esto puede derivar en dos situaciones: la toma de conciencia de la caducidad de esos dogmas y su reemplazo por nuevos valores o la neutralización de esa caducidad mediante la salida dada a estos grupos críticos a través de los movimientos vanguardistas. En síntesis: este cuestionamiento puede ser revolucionario o convertirse en un refuerzo del status quo.

La fugacidad del no lugar
Antagonismo y novedad: características que definen y permiten también pensar el espacio de las contradicciones generadas por los movimientos de vanguardia. Todos ellos se orientan hacia lo nuevo, ya sea por esperanza de encontrar algo mejor o por el deseo de marcar su oposición a lo existente -mejor dicho, vigente- en el campo artístico. Lo nuevo determina el contenido y el tono de la obra. La obra avanzada representa una nueva realidad, en contraste a la realidad eterna del arte tradicional, hace que las creaciones en otros estilos parezcan no tanto inferiores sino obsoletas. Es así que condena a muerte los actos de sus predecesores e insulta a los contemporáneos de tendencias opuestas, los “cadáveres vivientes”.
Pero lamentablemente su asociación con la novedad es la que engendrará la demanda de una producción post-vanguardista.
En este punto el arte de vanguardia se relaciona con la moda, cuyos principales recursos son también la novedad y el llamar la atención. En su ambición de influir sobre el cambio la vanguardia no puede repudiar a la moda, que le sirve como “agente de reclutamiento”. El ponerse de moda le permite atraer hacia sí un sector de la “clientela de la novedad (2)” que existe en todas las capitales del mundo y ampliar de esta forma su círculo de influencia. Esto le asegura, a su vez, un lugar en la historia, aunque el precio de este lugar sea muy elevado. La moda dota a las creaciones de vanguardia de una transitoriedad diferente de la que ella esperaba definir.
Por otra parte, el desarrollo de los medios masivos de comunicación reduce el tiempo necesario para poner de moda una vanguardia, por lo cual tienden a aparecer ante el público en estado de semi-desarrollo. Las vanguardias y sus seguidores se funden en las imágenes construidas por la TV yen más de una ocasión son un elemento más de color en la producción audiovisual de esta década.
Ante este panorama, ¿qué queda de la revolución y el cambio radical que proponían los movimientos estéticos de principio de siglo? Como advierte Roland Barthes “un individuo, por revolucionario que se pretenda, si no se plantea la cuestión del lugar de donde habla es un revolucionario postizo (3)“. Y este es un lugar social -por más distanciamiento crítico que propongan los vanguardistas- que se construye a partir del otro, aunque éste sea la más indigna e hipócrita burguesía.

(1) Foucault, Michel: “Las palabras y las cosas”. Editorial Siglo XXI. México, 1989.
(2) y (3) Barthes, Roland: “El grano de la voz”. Editorial Siglo XXI. España. 1987.

Marisa Hualde. Nació en Argentina en 1967. Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA). Docente de la Carrera de Ciencias de la Comunicación (UBA).

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