Ana Emilia Lahitte: Desafíos


“Creo que deberíamos leer sólo el tipo de libros que nos lastiman y nos apuñalan. Si el libro que leemos no nos despierta con un golpe en la cabeza, ¿para qué leemos?… Necesitamos libros que nos afecten como catástrofes, que nos aflijan profundamente, como la muerte de alguien que querríamos más que a nosotros mismos, como que nos destierren a los bosques, lejos de todo el mundo, como un suicidio. El libro debe ser como un hacha para el mar helado de nuestro interior. Estoy convencido de ello”.

¿Cuántos lectores puede haber que compartan y, sobre todo, que interpreten esta pasión, tal vez extrema en apariencia y sin embargo esencial? ¿Quiénes buscan en los libros esa tortura gozosa que Kafka testimonia en una de sus cartas memorables? ¿Es que sólo un escritor puede exigir así que otro escritor lo sacie, lo traspase de revelación y de misterio?. En plena era de los best sellers prefabricados y sus cotizadas fórmulas para entretener —para desubicar al lector aun más de lo que ya está, en medio del comercio en que esta sociedad de consumo ha convertido a la literatura— fluctuamos entre un falso erotismo “ginecológico” y la ciencia ficción. No la de un Bradbury, precisamente, sino la de las neuronas de Schwarzenegger.
Así las cosas, es lógico que la urgencia existencial de Kafka resulte, para muchos, sencillamente demencial. Y lo fue, por supuesto, qué duda cabe, si ubicamos la demencia en el contexto de una ortodoxia agotada por sus propias limitaciones y no como la fragua de todo genio habilitado para asumir su propio esplendor. La obsesión de los chicos actuales por una monstruosidad desorbitada, vacía de contenidos —como no sean los de “anestesiar” generaciones enteras frente al televisor— habilita otro tema digno de revisión, no sólo sociocultural sino específicamente humano. Por un lado, la propuesta extrema para el ser pensante. Por el otro, la fórmula compulsiva para dejar de pensar.
En fin, resultaría casi utópico convencer al lector que lee deportivamente de que cambiase el confort de la literatura predigerida por el abismo de belleza distinta que entraña la propuesta kafkiana y que, por senderos expuestos, nos acerca a ese desconocido que somos para nosotros mismos. ¿Demasiado complicado? Quizá. Pero vale la pena arriesgarse. Es preferible la “locura” a la imbecilidad. Al menos así nos lo demuestra la historia del arte, desde el principio de los siglos hasta este controvertido fin de milenio que nos ha tocado habitar.
ANA EMILIA LAHITTE. Nació y vive en La Plata, capital de la Pcia. de Buenos Aires.
Su obra abarca poesía, cuento, ensayo, teatro y periodismo. Ha publicado hasta la fecha 17 libros, distinguidos por la Sociedad Argentina de Escritores, por la Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires, por el Fondo Nacional de las Artes, etc. Su taller de poesía ha publicado 48 libros, 184 “Hojas de Sudestada” (plaquetas) y 46 cuadernillos.

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