El Columnista Invitado: ENRIQUE HORACIO GENÉ

La pregunta que no se hace. La que desde tiempo atrás no se contesta

Pertenece ya a la pequeña gran historia del arte, la anécdota de Picasso con la señora que le pregunta sobre el porqué de una de sus pinturas. ¿Qué quería decir ? Picasso exclamó algo así como : “¿No le gusta?” Ella contestó: “No la entiendo”. El Gran Pablo propuso un inesperado acertijo: “Una gaviota con las alas desplegadas, planea allá en lo alto sobre un diáfano cielo azul”. “Si.” Atinó a musitar la mujer, sin comprender hacia dónde era llevada. “¿Le gusta?” “Me gusta” “¿Qué quiere decir?”.
Decir la belleza, interpretar su sentido, está mucho más allá de la posibilidad de lo racional. Tal vez porque hallar la belleza, señalarla y hasta atreverse a nominarla, es algo así como el encuentro con lo presentido; con lo que no habiendo sido, hasta ese momento y para ese ser, se le revela como una totalidad inimaginable, en una mínima y fragmentaria porción de tiempo.
Siempre es válido pensar con ejemplos. El que propongo, lo he contado y he escrito más de una vez. Veníamos desde Venecia. Visitamos y vivimos en la marcha hacia el sur, Padua, Florencia, Arezzo, Siena, Perugia, Asis, ciudades en las que habíamos estado más de una vez. Ya en Roma, una mañana fuimos al Museo de Arte Moderno. Según su guardián, nos quedaban veinte minutos hasta que cerraran por el mediodía. Pedimos nos indicara, cómo ver desde los futuristas en adelante. Nos dió instrucciones precisas.
Boccioni, Carrá, Balla, Severini, nos entregaban la aventura de esa escuela con toda su exquisita parafernalia de movimiento, vectores, rasgos repetidos en sucesión, astros girando en el espacio o seres humanos entregados al vaivén de la danza, al devaneo de los giros. Brillantes, precisos, transmitiendo desde su realidad los enunciados del gesto futurista. Pensamos en Marinetti, comparando, con desventaja, la Victoria Alada de Samotracia con un coche de carrera lanzado a velocidad.
Detrás quedaban sin embargo, reclamando todavía nuestra admirada atención, desde el Beato Angélico, hasta Caravaggio, desde Veronés a Mantegna, de Massaccio a Tintoretto. Tiempo de oro, tiempo de arte, tiempo de belleza.
Casi de inmediato, pasamos a un nuevo espacio, que hasta ese momento nos ocultaba una columna y enfrentamos una “Naturaleza Muerta”, de Giorgio Morandi. Un nudo corredizo se nos cerró en torno de la garganta. Sentimos necesidad de llorar silenciosamente, sin conciencia clara de qué nos pasaba. Fueron segundos imborrables. Segundos que perdurarán en nosotros mientras vivamos. Posiblemente aquella maravilla de Giorgio Morandi, en su simpleza, en su tierna humildad, en su sabiduría del manejo del color y en su sensibilidad, capaz de dar forma plástica al silencio, nos estaba contestando desde ella misma, la pregunta que muchas veces nos deberíamos haber hecho, sin tener conciencia de que nos pesaba en el alma, la misma que no solemos contestarnos.

La belleza, la tan denigrada belleza, la tan silenciada belleza, la belleza hoy “tan pasada de moda”, es la esencia del arte. Aclarando que nada tienen que ver con esa belleza, ni el cómo, ni el qué. No se trata, en definitiva de un artificio realizativo, ni de la elección del tema, aunque pueda estar ínsita en ellos. La belleza es aquello que el hombre no puede percibir, sino cuando se evade de sus propios límites y se enfrenta, no con un determinado objeto, sino con lo que siempre había anhelado. Sólo el hombre es capaz de discernir y disfrutar lo bello, quizá porque alcanzar ese sentido de lo bello, sea el fin para el que ha sido creado. Por eso, cuando hombre y belleza emprenden el diálogo de esa consubstanciación, el sujeto del deslumbre se evade de su propia cotidianeidad para focalizar ese algo intraducible, indescriptible, ese don que se le entrega sin exigencia alguna, salvo la de la necesaria disponibilidad para su aceptación. En la belleza está en ciernes el arte. El arte es belleza.

Enrique Horacio Gené*
Sección Argentina Asociación Internacional de Críticos de Arte
*Premio Nacional al mejor Libro de Arte 1995.

Deja una respuesta