El Desencanto

Por PACO PEPE DÍAZ ALEJO
(Desde Madrid, España

Ya es 7 de marzo de 2014 en España, fecha en que reanuda sus reuniones el Café Literario Antonio Aliberti. Ayer 6 de marzo murió a los 65 años Leopoldo Panero, poeta cuya vida terminó en un Hospital Psiquiátrico donde residía  hace varios años.  Pero no tantos como los que pasaron desde que en 1976 Jaime Chávarri filmara “El desencanto” cuyos personajes eran Felicidad Blanc y sus hijos Juan Luis, Leopoldo María y Michi Panero. Cuando en Argentina se instalaba la dictadura militar autodenominada “proceso de reorganización nacional”, [en España se miraban los últimos “cuarenta años de paz” – la paz de los cementerios-; y a la luz de la “Revolución de los Claveles” que provocara en abril de 1974 la caída de la dictadura salazarista instaurada en Portugal desde 1926 se soñaba con salir hacia una forma de vida social más libre que la conseguida por la “democracia orgánica” de  las últimas décadas. Por primera vez se suprimía la censura previa y se vislumbraban horizontes de libertad de pensamiento y de acción.
En la película de Chávarri, una familia (la de Leopoldo Panero, muerto en 1964, gran amigo de Jaime Rosales, poetas y académicos clasificados como los “poetas del franquismo”) repasaba su vida en una sociedad que tenía  lugar en un país cuyos  gobernantes calificaban como “la reserva espiritual de Europa”.
Comienza el film cuando se descubre en Astorga, provincia de León, un monumento a Leopoldo Panero, en el que figura este epitafio

Ha muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días.
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.        

Allí Leopoldo María Panero que se autocalificaba de alcohólico y drogadicto, ejercía un protagonismo entre los tres hermanos situándose en una postura paralela a Antonin Artaud.

Enfermo soy, temo vivir
y hay alguien que, en voz muy queda
narra a los viejos mi enfermedad;
médico busco, y no sé como
médico es quien sabe curar
no ese que da a los perros
pedazos de mi enfermedad.

Felicidad Blanc publicó en 1979 sus memorias bajo el título de Espejo de sombras. Recoge allí documentos que había guardado a lo largo de su vida, incluyendo el siguiente poema que su hijo Leopoldo escribió a los cinco años (que se autodenominaba el “poetiso de la casa”:
Yo me hallaba en la tumba
echado con las piedras, yo
decía
Sacadme de la tumba pero
allí me dejaron con los habitantes
de  las casas destruidas
que no eran ya más que
cuatro mil esqueletos

 

Sirva la película “El desencanto” como homenaje al poeta que decía la muerte es esa hija de la gran chingada a la que sólo se puede hacer frente coqueteando con ella.

Música blanca

El día 28 de febrero se cumplieron diez años de la muerte de Carmen Laforet, protagonista de “Música blanca”. Su autora, Cristina Cerezales participó en la Universidad Complutense de Madrid en la sesión final de un taller de lectura donde se oyeron entrevistas hechas a la primer Premio Nadal (ganado en 1944 por la novela “Nada”)  quien  cuando se le preguntaba acerca de la trascendencia de su obra respondía que sólo se puede pasar a la posteridad después de morir.
Quiero tomar esa idea para guiar estas líneas a lo largo de una lista incompleta, por supuesto, de algunos nombres de poetas (aun escribiendo en prosa, o pintando y dibujando, porque la poesía se puede encontrar  también en el arte o en el teatro)  que en los últimos meses nos han entristecido el ánimo con su partida.
Haber sabido hace muy pocos días de la muerte de Medardo Fraile (aunque en realidad falleció el 13 de marzo de 2013, apenas cuatro meses después de la presentación en Madrid de su último libro “Laberinto de fortuna”) este intelectual perteneciente a la generación de los llamados “escritores hijos de la guerra” nacido en 1931 y autoexiliado en Escocia desde hace casi sesenta años, me ha movido a hablar de él en estas páginas como ya lo hiciera en el número 64 de Generación Abierta. Es con el deseo de revivir a esos seres que con la música, con la pintura, con su prosa o sus poemas nos han dejado, que hoy podemos gracias a su obra hacerlos inmortales. Si la muerte implica el silencio, que es la “música blanca”, sabemos que sin silencios no habría música.

 

Los clásicos también pecan

Tal vez porque lo habría heredado de su padre, Fernando Argenta amó la música y nos hizo compartir ese amor por ella y por quienes la crearon, divulgando la obra y la personalidad de autores e intérpretes durante más de  un cuarto de siglo a través de la radio con el mítico programa Clásicos Populares y de ediciones de libros y discos. En ese período y con la televisión como medio de difusión hizo a los niños partícipes de la música a través del programa El Conciertazo. A partir  de relatos biográficos y traspasando los dormitorios de los grandes genios de la música, otorgó a los autores de una imagen cercana en el libro “Los clásicos también pecan”, dedicado a su hijo Ataulfo.
Decía el autor:
He intentado siempre conocer mejor a los grandes genios de la música a través del estudio de su obra, su vida cotidiana, sus virtudes y también de sus debilidades o, por decirlo así, de sus “pecados”. Gracias a este libro, he tenido la ocasión de hacer un retrato absolutamente humano de trece de ellos que pueda aproximarlos aún más a nosotros y hacer que comprendamos un poco mejor el porqué de algunas de las misteriosas sensaciones y emociones que nos trasmiten en sus composiciones. La música en sí no hay que entenderla, hay que sentirla y dejarse llevar por ella, y sus autores no son dios, son seres humanos de carne y hueso; eso sí, a veces muy especiales. Espero que a través de este libro los lectores lleguen a saber más de la vida, los problemas y las ambiciones de Vivaldi, Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Liszt, Wagner, Verdi, Brahms, Thaikovski, Puccini y Debussy y con ello, si antes no lo han hecho, se acerquen a su maravillosa música para disfrutarla y amarla por lo menos tanto como yo”.

El 3 de diciembre de 2013, año del centenario del nacimiento del gran director de orquesta Ataulfo Argenta, su hijo Fernando pasaba a la posteridad.

Adiós, papá

Un día antes, el 2 de diciembre, en Buenos Aires, en su casa de la calle Morelos, fallecía Juan García Gayo. Habían pasado poco más de dos semanas desde que en el Bar Lavalle, Juanjo presentó su último libro de poemas “El partido de bolos”.
Con voz firme leyó:

Voy con mi padre a un partido de bolos asturiano.
En el subte me pide que me siente,
pone su mano sobre mi cabeza
y, porque soy su hijo, sus amigos y hasta los conocidos
me ofrecen un lugar, la palmada con el nombre de pila.
El subte bufa al llegar a la estación.
El arroyo del túnel se acaba de secar entre nosotros
aunque enseguida bajan eléctricos regueros
con agua en abundancia y el arroyo renace.
Mi padre es el más destacado del equipo.
Su bolo vuela más de lo permitido y cae al otro lado de la cancha.
Yo lo sigo, desde un banquito, a la sombra de un sauce.
Tengo mi sándwich, mi Biltz, mi propio sueño, mi partido.
A mi padre no le entusiasma jugar al mus o al truco
tanto como a los bolos
pero yo sé que lo que más le gusta es andar a caballo.
Sin montura ni estribos, mi padre es capaz de desaparecer,
de perderse en las calles, salir al descampado,
recuperar la libertad, el aire azul, grande y redondo
como el horizonte. Al regresar (porque siempre regresa)
espero su complicidad, espero su caricia para calmar mi miedo
pero a mi padre lo cubrieron con una sábana blanca
hasta los hombros,
hombros tan fuertes como los de un muchacho.
Que la enfermera no lo pierda de vista.
Si se descuida, mi padre, montado en su caballo,
saldrá al galope, silenciosamente, en busca de la infancia
y yo volveré a mi viejo banquito, a la sombra del sauce,
al partido de bolos asturianos.
Adiós, papá.

Tal vez y sin saberlo se estaba también despidiendo de nosotroscomo en este poema:

Salve, veteranos, zapadores del verso (…)
Los lunes duermen en estaciones del ferrocarril
Los martes llegan a ver visiones en los boliches de   San Telmo
Los miércoles firman solicitadas en lo que fue la jabonería de Vieytes
Los jueves tiran los suplementos literarios en los canastos de los paseos públicos. Los viernes se arrepienten.
Los sábados perfumados, se besan y se arañan
en la bodega del Tortoni.
Los domingos reunidos en asamblea visitan un paisaje ideal
lagunas, lagartijas, pajaritos, flamencos.
con un sombrero nuevo.
Hasta pronto,  queridos. Mañana me voy de vacaciones.

La ceremonia de los adioses

Diez años antes de morir Jean Paul Sartre, a comienzos del verano, Simone de Beauvoir, fue a despedirse de él, antes de irse un mes de vacaciones. Él le dijo: “¿Entonces, es la ceremonia de los adioses?”.En ese momento ella presintió el significado que un día cobrarían esas palabras. La ceremonia duró diez años. Estas notas mías de hoy tienen algo de ceremonia de adioses a personas que con un sentido trascendente dejaron un rastro de su paso por esta vida.

Entró de repente en el campo de mi vista, con lentitud de saurio mal herido. No podía dar crédito a mis ojos. Con la esplendente maravilla de San Petersburgo al fondo, el pobre carguero iba invadiendo el ámbito con sus costados llenos de pringosas huellas de óxido y basura que llegaban hasta la línea de flotación (…) se deslizaba, irreal, con el jadeo agónico de sus máquinas y el desacompasado ritmo de sus bielas que de un momento a otro, amenazaban con callar para siempre”.
Este fragmento forma parte de La última escala del Tramp Steamer. Cuando Álvaro Mutis cumplió 90 años, el 25 de agosto de 2013, llamé por teléfono desde Palencia a su casa en México, y le pedí a su mujer, Carmen Miracle Feliú que le saludase en mi nombre. Pero ella me contestó que le pasaba el teléfono para que yo mismo le felicitara. Cuatro semanas después, ante el dolor sentido por su muerte contrapuse la gran alegría de haber oído la voz de quien escribiera este AMÉN

QUE TE ACOJA la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
 como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.

La música ha sido la fiel compañera de mi vida

Si el 25 de agosto de 1923 nacía en Bogotá Luis Álvaro Mutis Jaramillo, el 1 de noviembre de aquel mismo año en Barcelona nacía Victoria de los Ángeles López García que del 5 al 13 de diciembre iluminó con su mirada el Festival  Life  Victoria  2013 de Barcelona, que organizado por la Fundación Victoria de los Ángeles nos devolvió al mundo de aquellos poetas   dando una vez más paso al dicho “mientras alguien sea recordado no muere”.

 

 

Victoria de los Ángeles

(162×130 cm)de Rocco Incardona (Sicilia 1942-Barcelona 2007)
El arte está íntimamente ligado con la búsqueda de la perfección y la pureza máxima de los sentimientos. Tengo la necesidad imperiosa de sentirme unida a alguna cosa superior (continúa diciendo Victoria de los Ángeles). Este dejar lo terrenal y verme transportada a un lugar lejos de este mundo, influye muchísimo en la imaginación artística y sublima la tarea. Uno de los más raros y preciosos placeres que se pueden sentir al cantar, es sentirse iluminada, más allá de una misma. Confieso que me pasa más en el recital, en el mundo puro del concierto que en la ópera… Y es maravilloso. La música me ha dado más a mí que yo a ella. Sí, yo debo dar las gracias a la música. La música ha sido la fiel compañera de mi vida. Es fiel, es fiel, no te falla nunca. Tú le puedes fallar, pero ella a ti no.

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