CONSUMOS DE DROGAS: ¿Prevención o Exclusión?

 Por SUSANA B.RYAN*


En relación a la problemática del consumo de sustancias, el cuerpo social, es decir todos nosotros, se ve movilizado y  tiende a dar respuestas “heroicas”, polarizadas y cargadas de moral. Las imágenes sociales del “tema drogas” suelen estar llenas de emotividad, reflejando así un sin número de estereotipos y preconceptos. Este tema  suele servir como elemento motivador  que permite centrar el miedo o la estigmatización en el otro y así hace posible mantener pendientes situaciones de mayor conflicto en la estructura social. Toda sociedad tiene una particular visión de lo que considera dentro y fuera de su marco referencial.  Lo legal, el ordenamiento jurídico y lo criminológico, configuran  y marcan lo que se entiende por normado dentro de determinadas pautas y tradiciones. Esto es acentuado por determinados sectores y orientaciones que, tienden a convertirse en referentes de todo el resto del cuerpo social.
Asimismo toda sociedad posee una particular visión acerca de lo prohibido y de lo permitido, este marco de referencia configura lo normado dentro de sus pautas y tradiciones que presuponen cierto grado de consenso, coexisten diferentes grados de adscripción a la norma y por ende de  alejamiento o desvío de la misma. Que un sujeto consuma alguna droga ilegal es visto como que pone en peligro al grupo,  así considerado  real y potencialmente “peligroso”.
En los últimos años se han ido incrementando  los índices delictivos, de los que participan menores de edad, manifestaciones de violencia material descontrolada, con conductas irascibles y desafiantes, (amenazas; toma de rehenes; homicidios sin resistencia de la víctima; etc.) en  las que en el desarrollo del acto ha quedado al descubierto el quiebre comunicativo con los compromisos y valores dominantes, a la vez que pareciera que en tal circunstancia, sus ejecutores han perdido conciencia del peligro de su situación y del riesgo de su propia vida. El discurso hegemónico, la mass media,  los han venido atribuyendo al consumo de sustancias psicoactivas, a su vínculo con el narcotráfico, su inserción en barrios marginados, y el fácil acceso a la provisión de armamentos. El discurso de pensadores que se centran en derechos y garantías, ha tenido presente la falta de alternativas que  ofrece el sistema, y el condicionamiento a la marginalidad que le provee la desocupación y el imperativo del hambre. Es un dato de nuestra realidad cotidiana el hecho de que aumente el tráfico y también el consumo constatable de diversas drogas, tanto legales como ilegales, pero también es cierto que este dato sirve de coartada para planteos que buscan en nombre de la salud suprimir libertades, ejercer persecusiones y cortar derechos. Nadie puede estar a favor de la destrucción generalizada de la salud de las generaciones más jóvenes. Pero en este caso no se trata solo de las drogas, sino de condiciones ambientales en las que se fomenta todo tipo de conducta inmediatista, descuidada y expuesta al riesgo.
Cuando llegan pacientes a la consulta, en general en realidad familiares del paciente, consultan por los “problemas” que este trae al grupo. Estos problemas son,  desde luego, y desde el discurso de los consultantes, a causa del consumo de sustancias. Son éstas, las sustancias, las causantes de la problemática haciéndose eje en ellas en la exposición del problema. Este sujeto es visto como “presa” de la sustancia, es ella, la sustancia, la que genera en él los problemas.  “El es así porque se droga”. Esta separación, esta demonización de la sustancia, con las consecuencias para quienes las consumen, facilita el hallazgo de un enemigo, de un antagonista indispensable para reeditar la dinámica de inclusión-exclusión. Se actúa imaginariamente como si partiéramos de un estado de paz  y equilibrio social el  cual se ve alterado con la aparición de las drogas a las que se les adjudica poder en sí mismas.
Desde esta perspectiva el problema son las drogas, puestas en lugar de sujeto y no de objeto, y la solución es “la guerra en contra de las drogas”. Esta mirada está basada en una inversión lógica de vínculo sujeto sustancia. No es un sujeto que consume una sustancia objeto. Es el sujeto que al ser atrapado por ésta cobra el lugar de un objeto, y este objeto, droga, cobra el lugar de sujeto. Es entonces la droga,” agente causal”, sujeto, que se apodera, atrapa a este individuo convertido en objeto de la sustancia.
A partir de esta lógica  se centra el problema en las sustancias y se evade todo tipo de responsabilidad, del consumidor en cuestión, y del cuerpo social sobre el origen del problema.
En el imaginario social este sujeto “la droga” se corporiza transformándose en el agente patógeno que contagiará a los individuos sanos. Este protagonismo de la sustancia le da la característica de sujeto a un objeto, el objeto droga,  provocando  una inversión en la lógica. De ese modo el objeto es sujeto y el sujeto se transforma en objeto, con el correlato de pasividad que esto representa. Las personas ya no somos responsables de nuestros propios actos, no somos sujeto de derecho. Así como opera el prejuicio acerca del concepto de droga,  este se transfiere al adicto, adjudicándole las características de perturbador, violento y pendenciero.
Este tema funciona como un moderno  y sofisticado mecanismo de control social  a partir de la generalización de la percepción social estereotipada, definiendo percepción social como el término global que se utiliza para denominar  el proceso de formación de juicios acerca de las personas.
Estos estereotipos lejos de dar soluciones a la problemática de las drogas, la refuerzan y realimentan, por ello consideramos esencial como primer paso para el abordaje tanto asistencial como preventivo desarticularlos, para así poder operar sobre las reales causales del problema. Este es un problema de personas y no de drogas, mientras sigamos ocupándonos de las sustancias como si fueran seres mágicos con poderes propios estaremos olvidando la real naturaleza de fenómeno.
Desde esta lógica de “proteger” de las drogas a los jóvenes, y al resto del cuerpo social de estos “jóvenes atrapados por las drogas” es que es coherente la gran vigencia de los Sistemas Terapéuticos Cerrados, del estilo de las Clásicas Comunidades Terapéuticas, donde el paciente ingresa en un sistema de aislamiento y gran control. Estos tratamientos suelen estar dirigidos por ex adictos que se han “recuperado”. Están centrados en una tarea reeducativa, readaptativa, el objetivo no es la curación, sino más bien reencarrilar al descarriado, rehabilitar al desviado.
Este mirada social en relación al consumidor de drogas ilegales, hace que los sistemas reeducativos y de aislamiento sean los de mayor aceptación para el cuerpo social. Hay que aislarlo para “sacarle la droga del cuerpo”, para evitar que otros se “contagien o contaminen por influencia de él.”La arbitraria consideración de la problemática de las drogas como entificación autónoma, apartada del continente socioeconómico y del contenido sociopolítico, ha llevado a estandarizar un estereotipo, a etiquetar ese estereotipo con un rótulo descalificante -y por ende estigmatizante-, a profundizar su marginación, y a configurar  una  tipificación penal de peligro abstracto que atenta contra la autonomía  de  la libertad. En consonancia con este planteo consideramos necesario introducir la Convención sobre los Derechos del Niño. Cuando hablamos de Convención estamos hablando de Leyes que protegen a la infancia y su esencia es considerar a los niños, niñas y adolescentes sujetos de derecho. Entre los derechos que esta Convención garantiza se encuentran Derecho a ser Oído, Derecho a ser Respetado, Derecho a la Convivencia Familiar y Comunitaria, Derecho a la Educación.
La consideración acerca del consumidor de drogas como delincuente, así como de peligroso social, hacen que a la hora de la elección, la propuesta, indicación,  la más de las veces es el Aislamiento en Comunidades Terapéuticas, y por períodos prolongados de tiempo, en especial en el caso de los niños, privándolos así del Derecho a la Convivencia Familiar y Comunitaria, el Derecho a la Escolaridad, entre otros.                        
Lo antedicho muestra claramente que el fenómeno del consumo problemático de drogas, se ha convertido, en nuestros días, en uno de los depositarios predilectos de la angustia social. De allí se deduce el riesgo de actualizar la figura del leproso en la Edad Media, como receptáculo de las tensiones del cuerpo social. Se comprende de esta manera la red de prejuicios elaborada alrededor del tema, así como la necesidad de que toda acción realmente preventiva se encamine a esclarecer la verdadera etiología, sus mecanismos de producción y, lo que es más importante, a generar un cambio actitudinal que supere los mecanismos de exclusión.
La Ley Nacional de Educación (26.206) y la nueva Ley Nacional de Salud Mental y Adicciones (26.657), hacen eje en los derechos. Validando así la escuela secundaria como obligatoria, la inclusión como derecho, propiciando tratamientos de otras variedades tales como Hospitales de Día, Consultorios Externos entre otros. La mirada interdisciplinaria que ambas proponen, han abierto la posibilidad de pensar esta realidad de manera mas amplia.
La falta de proyectos sociales de largo alcance, la posibilidad de incluirse constructivamente en la gestión del futuro, la inclusión en las estructuras que la sociedad dispone para la realización de los individuos son algunos de los temas acuciantes de este presente en el que los jóvenes y los adolescentes se ven sometidos a las crisis que genera la pobreza o un mercado laboral sin muchas perspectivas y la exclusión que para muchos se asoma luego de las promesas incumplidas de la escuela. El resultado es una situación poco favorable a la realización de estas jóvenes generaciones como ciudadanos. Cuanto más podamos pensar y asimilar que la adicción a distintas sustancias, es un proceso acorde a una coyuntura sociocultural mayor y expresión de su malestar, más tendríamos que considerar que, el hecho de estigmatizar, aislar o expulsar del contexto a quienes la padecen es una aberración, en tanto se ha extendido como expresión de un malestar abarcativo y salvo en los casos extremos que así lo ameriten, la internación debe ser sólo un recurso externo y limitado.

*Susana B. Ryan:
Lic. en Psicología, UBA.
Docente de la Maestría en Problemáticas Infanto Juveniles. Facultad de Derecho, UBA.
Docente en la Carrera  de Posgrado en Especialización en Uso Indebido de Drogas, Facultad de Psicología, Universidad Nacional de Tucumán.
Asistente Técnico Territorial. Dirección  Escuelas Medias. CABA

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