El Columnista Invitado: Graciela Maturo

Ricardo E. Molinari, la poesía como retiro y desvelo.

 

Recuerdo y olvido, fidelidad a lo revelado y entrega a las fuerzas de la naturaleza, son las constantes que marcan la estirpe petrarquesca y rilkeana de Molinari. Contrariamente al autor de las Elegías de Duino, podríamos decir que marcha desde la contención en el mito cristiano hacia el irracionalismo poético, sin asumir la voluntad de poder que es propia de la vertiente nietzscheana.
En su juventud estuvo vinculado al grupo “Martín Fierro”, nucleamiento heterogéneo en el que coexistían tendencias nacionalistas con cierto vanguardismo ligado al clima del art-nouveau, el ultraísmo y el creacionismo. Sin embargo el poeta Molinari se muestra, desde el comienzo de su trayectoria, más ligado a la tradición hispánica y americana que a las actitudes lúdicas o novísimas de la poesía local.
Es innegable la influencia de R.E.Molinari en la llamada “generación del 40” que ha sido como el clásico-romántica y elegíaca. Se evidencian en su obra los ecos del cancionero popular español, del Siglo de Oro y de la tradición popular americana. Cultor del soneto, la oda, el romance y la copla, Molinari se aparta de los cauces tradicionales y vuelve a ellos reiteradamente, en un vaivén estético que corresponde a su aventura interior.
Podría decirse de él que es básicamente un poeta religioso y metafísico, progresivamente desprevenido de condicionamientos dogmáticos o marcos racionales. En su expresión se funden las ricas fuentes de una cultura humanista que se hace carne en el poeta, borrando las fronteras de su sentir personal y el acervo mítico-literario al que remite.
Amigos humanistas, Arturo Marasso, Jorge M. Furt, Osvaldo Colombo, compartieron con él el gusto por el libro, por las ediciones de lujo, por la plaqueta cuidada y exquisita.
Tuvo plena conciencia del riesgo que significa el poetizar, cuando se lo asume como compromiso de vida y no como devaneo ególatra. Molinari sigue siendo uno de los máximos ejemplos que tenemos en la cultura nacional de autenticidad, hondura y entrega total a la poesía, así como de una escrupulosa conciencia lingüística, una exigencia expresiva llevada a un máximo grado. Incursiona en la historia nacional, vive la Patria con doloroso sentir.
Su escritura durante mucho tiempo osciló entre la forma esculpida del soneto y la desbordante pasión de la oda, pero en su madurez lo vemos entregarse, como un rápsoda castigado, al versículo musical de amplia respiración. Sus versos se colman de un espacio simbólico que expresa su interioridad: el aire, el viento, el cielo, los patos silbones del campo de Buenos Aires, el sur, la llanura sin límites.
En este momento no me importa señalar sus estudios filológicos de la juventud, su compenetración con el arte del verso y la palabra, su homenaje a Gíngora y a Bocángel, como él príncipes de la poesía, sino recordar su actitud contemplativa y desgarrada. En Molinari el anhelo de eternidad se vuelve elegía, congoja de existir, soledad sin otro consuelo que la grandeza y miseria de la poesía. La fuerza de una religiosidad cósmica y pánica reemplaza a menudo al ethos cristiano, creando una tensión dramática. El poeta es el inocente, el que gime en la soledad del mundo; el ángel caído.
Vivió Molinari el trágico extrañamiento del hombre que se siente desterrado en el mundo, a pesar de ser al mismo tiempo, esporádicamente, un celebrante de la creación. Su voz se hace dialogante para incluir los nombres de Otro. Su interlocutor es Dios, al que ve reflejado en las criaturas, y a él se dirige una y otra vez, clamante, posesionado de la sombra, como el “desdichado” de Nerval, a veces acompañado de los muertos amados, de los ángeles. Cierto desvío gnóstico impide a Molinari la plena aceptación del ser encarnado, pese a su cristiano sentir. Su aventura lo lleva desde la plenitud por el sentimiento del origen y la participación en el Ser, hasta el desarraigo y el desamparo vital. Es Orfeo enredado en los infiernos de una tierra yerma y abandonada, náufrago en el océano de la desolación, con su hermosa cabeza rodando a flor de las aguas.
Es el sentimiento mítico en definitiva el que rige su original expresión, esencialmente romántica, en que la aceptación cristiana de la revelación se hace conflictiva y existencial, dando lugar a una actitud dramática, arracional y elegíaca. Se impone en la poesía de Molinari la fuerza simbólica del paisaje pampeano; las metáforas de la llanura, los pájaros, los árboles y el viento rigen una poética de la vida espiritual, que G. Bachelard podría haber llamado “de la imaginación aérea”.
Su primer libro El imaginero (1927) comienza con una plegaria, y toda su obra en su conjunto puede ser vista como plegaria, interrogación y lamentación por el Dios ausente, constatación de un “tiempo de indigencia”, expresión de la soledad personal y fe en el trabajo poético. La historia de la rosa y el clavel (1933) señala el comienzo de una etapa en que parece imponerse la entrega a la “poesía pura” o el acceso a esa intemperie que Rilke calificó como “lo abierto”. El poeta, asumiendo su destino solitario, se vuelve a sí mismo y afronta los infiernos de la desolación, la duda y el sinsentido. No obstante este sesgo mallarmeano, el espacio poético de Molinari nunca llega a imponerse como un absoluto de los signos; mantiene la relación con una esfera invisible que es la dadora del sentido y el fundamento. Entre 1933 y 1934, etapa singularmente fecunda, publica El desdichado, que desde el título remite al hermetismo nervaliano, y Tabernáculo, afirmación demiúrgica del poeta.
Se inicia el cultivo del soneto, que Molinari alterna con la oda; ésta en definitiva lo expresa más profundamente, al propiciar la entrega dionisíaca irracional que se afirma como su nota característica.
El sentimiento de la soledad tiñe asimismo obras posteriores como El alejado (1943), El huésped y la melancolía (1946), Esta rosa oscura del aire (1949), Días donde la tarde es un pájaro (1954).
Un tema importante en su obra es la confianza en el verbo poético, la palabra “cierta” y “fiel”. Su homenaje al amigo García Lorca, Casida de la bailarina (1937) mitifica a la poesía como el espíritu finalmente triunfante sobre las fuerzas del mal. En 1975 reunió su obra completa comprendida entre 1923 y 1973 con el título Las sombras del pájaro tostado. Esta recopilación no ha sido el cierre de su obra; el poeta continúo desarrollando una labor sostenida en que sigue afirmándose la tensión religiosa irresuelta, el diálogo del poeta con el viento, la búsqueda o la espera de la revelación, la valoración órfica de la música como escala al cielo.

 

Noticia

La obra poética de R.E. Molinari (1898-1996) abarca un extenso número de libros y plaquetas, publicadas en su mayoría bajo su cuidado directo; ha sido un bibliófilo, un cultor de las ediciones artísticas y la tipografía artesanal, que vinculó a menudo la poesía con la plástica: dibujos de Norah Lange, de García Lorca y de otros grabadores y pintores ilustran sus libros. Obras publicadas : El imaginero, 1927; El pez y la manzana, 1929; Panegírico de nuestra Señora de Luján, 1930; Delta, 1932; Nunca, 1933; Cancionero del príncipe de Vergara, 1933; Elegía, 1933; Historia de la rosa y el clavel, 1933; Una rosa para Stefan George, 1934; El libro de la paloma, 1934; Epístola satisfactoria, 1935; La tierra y el héroe, 1936; Nada, 1937; Elegía de las altas torres, 1937; Cinco canciones de amigos, 1939; Elegía a Garcilaso, 1939; Lobro de las soledades del poniente, 1939; Cuaderno de la madrugada, 1940; Odas a orillas de un viejo río, 1940; Mundos de la madrugada (Antología), 1943; El alejado, 1943; El huésped y la melancolía, 1946; Sonetos a una camelia cortada, 1949; Esta rosa oscura del aire, 1949; Sonetos portugueses, 1953; Días donde la tarde es un pájaro, 1954; Unida noche, 1957; Árboles muertos, 1960; El cielo de las alondras y las gaviotas: Un día, el tiempo, las nubes {Antología), 1964; Una sombra antigua canta, 1966; Las sombras del pájaro tostado (Obra completa 1923-1973), 1975; La Cornisa, 1977; El desierto viento delante, 1982; Páginas de R.L Molinari seleccionadas por el autor. Estudio pre liminar de A. Pagés Larraya, 1983.
Sobre la obra de RE Molinari vease: R. Cansinos Assens: Verde y dorado en las letras americanas, Madrid, Aguilar, 1947; Alonso Gamo: Tres poetas argentinos, Madrid, CulturaHispánica, 1951; Narciso Pousa: Ricardo E. Molinari, E.C.A. Buenos Aires, 1961: Julio Arístides: Ricardo E. Molinari o la agonía del ser en el tiempo, Amencalee. Buenos Aires, 1966; A. Pagés Larraya: “Prólogo a Páginas de RE Molinari seleccionadas por el autor, 1983; Ricardo H. Herrera: “Esta palabra inútil”, en V.V.A.A.: Ensayos de crítica literaria, año 1983, Editorial Belgrano, Buenos Aires, 1983; R.H.Herrera: Ricardo E. Molinari: “Una poética del viento”, en La ilusión de las formas, El Imaginero, Buenos Aires, 1988.

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