No nos nieguen la poesía de Roberto Santoro

Se me hace cada vez más difícil escribir sobre Roberto Santoro: desde su desaparición llevo haciéndolo casi cada año. Es que, escribiendo vuelven imágenes del pasado, de tantas cosas que fueron creciendo entre charla y charla y otras tantas que no pudieron cumplirse, pero que sabíamos que no se cumplirían desde el comienzo, porque eran quimeras, utopías. Pero de utopías también se vive y de eso sabemos mucho los poetas: escribir un poema al fin y al cabo es también una utopía. Si a eso agregamos que además lo hacemos imprimir y luego lo  repartimos, vemos que la utopía es completa.
Creo que nadie soñó tanto como Roberto Santoro, y pocos hicieron tanto. Roberto estaba en todo: se acordaba de difundir a los poetas nuevos, pero no olvidaba la conmemoración de aquellos que ya no están entre nosotros y cuya poesía no se halla en ninguna librería.
Tenía una gran habilidad para contagiar entusiasmo, porque Roberto fue siempre, y sobre todo, un hombre feliz. Amaba profundamente al ser humano y luchaba para cuidarle la dignidad. Las veces que lo vi enojado era por la humillación a la que se ve sometido el hombre diariamente. Sufría por el engaño institucionalizado y su lucha estaba dirigida a “romper las cadenas”, pero en sentido real y nunca figurado.
 Recuerdo que en 1975 el grupo Roberto Arlt, que yo dirigí durante doce años, entre 1972 y 1983, había organizado un homenaje de recordación del primer año de la muerte de don Raúl González Tuñón. Pero había que hacerlo bien, desde una institución oficial. Logramos hacerlo en la Dirección de Cultura de Merlo. Fue un éxito impresionante; estaban todos: actores, cantantes, escritores, pintores, músicos. Con el salón del primer piso colmado de gente, que seguía por la escalera, llenaba el salón de la planta baja y seguía hasta la calle. Todo estaba perfecto cuando de pronto a un conjunto musical se le ocurrió cantar una consigna política. Se pudrió todo. Sin embargo se pudo llegar al final, pero al día siguiente la gente del Grupo Roberto Arlt recibió el rechazo de la directora de Cultura.
Santoro, antes de irse, me dijo: no saben lo que hacen. Él sabía que el éxito real había sido “colar” a don Raúl en la Dirección de Cultura y que la consigna política fue un exceso, un modo como cualquier otro de echar todo a rodar.
Recuerdo también un partido de fútbol frente a mi negocio entre el Grupo Barrilete y el Grupo Roberto Arlt. Él estaba a la cabeza del primero yo del segundo. Ganó Barrilete por penales. Fue un día de fútbol, asado, chistes y canciones. Mi negocio sirvió de vestuario. Ese día le conté a Roberto que en ese negocio, una peluquería de caballeros, se podía escuchar música clásica, recitar poemas, hablar de pintura, de teatro, de literatura, de música. Le dije que la gente traía discos raros y que yo tenía más de 50 cintas (los grabadores funcionaban con cintas) con esas grabaciones poco difundidas. Le hablé de Manón Robin, una soprano francesa con más condiciones que Lilí Pons, pero sin prosperar porque su momento fulgurante había sido durante la guerra, y en medio de una guerra nada es igual. Roberto me miraba con sorpresa, me dijo que era la mejor manera de hacer cultura, con la gente y entre la gente. Claro que ninguno de los dos sospechaba que un día el negocio se esfumaría, porque mezclar el negocio con el placer es un lujo, hay que pagar un precio para eso. Hoy algunos frívolos siguen frunciendo la nariz recordando mi pasado de peluquero, como si mis conocimientos literarios los hubiera adquirido en la peluquería y no con el estudio. Como si un poeta pudiera vivir con la poesía. Como si alguien pudiera darle de comer a su familia con la poesía. Para Roberto, en cambio mi condición era garantía de honestidad intelectual. Él sabía de eso: había desempeñado los oficios más diversos, sin que ellos pudieran apartarlo del conocimiento. Me dijo “tenemos que seguir hablando. Te espero por el Sindicato de Músicos. Por las dudas llamame antes”.
En efecto, a partir de ese momento nos encontramos más seguido. Nos veíamos en un bar cerca de Tribunales o en un café por el barrio de Once. En cada oportunidad me llenaba de papeles: poemas, comunicados, folletos, adhesiones. En el bar de Once, en pleno enero del 77, me dió varios “Informes sobre la represión en la Argentina”, que yo llevé al baño y acomodé entre el pantalón y la camisa.  Los papeles quemaban, pero más quemaba la impaciencia de llegar a casa y enterarme de cosas que desconocía. La pasión de Roberto lo conducía hasta los secretos más íntimos de los canallas.
Dos meses después participamos de  una reunión muy pesada. Al salir le dije a Roberto: voy a informar al grupo, pero personalmente esta gente no me gusta. Roberto siguió un mes más, luego me llamó para decirme que él tampoco coincidía con esas ideas. Es que Roberto odiaba la violencia, ajena y propia. Y esto debe quedar claro: Roberto no desapareció por violento, sino por clamar libertad, respeto, dignidad. No desapareció por subversivo, sino por denunciar algunas de las atrocidades que se estaban cometiendo en contra de la criatura humana. Acaso ya sospechaba que un día llegaríamos a la explotación institucionalizada como una cosa de todos los días. Pero no cero que sospechara siquiera nuestra inercia, nuestra pasividad, un modo de colaborar para que nada cambie, o que los cambios que se produzcan no aporten mejor calidad de vida, sino todo lo contrario: que aporten una explotación por momentos más refinada pero inevitablemente grosera . Acaso, desde donde esté, Roberto nos reproche nuestra inmovilidad y condene el doble juego, siempre espurio, de algunos colegas que ya no creen en la lucha y sí creen en la claudicación, algo así como:  si no puedes con ellos, únete a ellos.
Pero no he hablado del poeta Roberto Santoro. A veces creemos que estas notas de recordación sólo se justifican por la desaparición física. Y eso debe ser aclarado con la publicación de la poesía de Santoro. El era un típico poeta de los años ´60. El tono de su poesía comienza siendo entre metafísico y aporteñado, con algunos toques de surrealismo seguramente heredado del Cincuenta. Participa de los cambios bruscos que experimenta el lenguaje en esos años. Conocedor del poema formal, él también se suelta con un lenguaje fluido, ante la necesidad de no buscar tanto el efecto estético sino de lograr transmitir el peso del contenido. La ciudad, el hombre, las preocupaciones vitales forman el nudo de la poesía de Santoro. Recuerdo que sus discusiones giraban en torno al respeto de la idea del poema como vehículo de cultura. Cuando más tarde abandona parcialmente esa idea, a los poemas que escribe se niega a llamarlos poemas, sino simplemente “cosas”. Fue una decisión personal, sintió la necesidad de decir algo más que no podría decir en un poema. Quizás como Pasolini sintió que la poesía no alcanzaba para cambiar el mundo. A su vez Brecht dijo alguna vez: “La única revolución posible con la poesía, es la revolución de la poesía”. Pero urgía hacer no la revolución de la poesía, sino aportar elementos para producir cambios en la actitud de la gente, frente al atropello, a la insensatez. Había que denunciar. Muchas veces le escuché decir: “Algo hay que hacer”. Acaso hoy, más que nunca, diría lo mismo. Se indignaría y algo haría. No atropellaría, no mataría, pero algo haría, menos caer en la aquiescencia.
La poesía de Roberto Santoro, como dije, emparentada con la ciudad, comienza en 1962 con “Oficio desesperado”. Luego aparecen “De tango y lo demás” (también del 62), “El último tranvía”, (1963), “Pedradas con mi Patria” (1964), “En pocas palabras” (1967), “Uno más uno humanidad” (1970), “A ras del suelo” (1971),’ “Desafío” (1972), “Poesía en general” (1973), “Cuatro canciones y un vuelo” (1973), “Las cosas claras” (1973), “No negociable” (1975). Además se cuentan entre sus obras, canciones, textos varios como “En esta tierra lo que mata es la humedad” (Tragedia musical, de 1972) “En esta tierra” (grabada en disco en 1972) “Literatura de la pelota” (una recopilación notable de 1971), etc.
Poemas de Roberto Santoro pueden leerse en el tomo 11 de “Poesía Argentina Contemporánea”, 1987, la increíble obra que supera las 5.000 páginas que nos legó el siempre recordado Carlos Alberto Débole, de la Fundación Argentina para la poesía.
Siento un poco de vergüenza ajena de que no haya otro libro de Santoro. La editorial “Libros de tierra firme” viene prometiendo una antología que yo realicé bajo pedido desde hace 12 años. Quizás salga alguna vez. El título de ese libro se le ocurrió a José Luis Mangieri, el editor: “Informe sobre Santoro”, un hermoso título y un merecido homenaje. Santoro estaría presente con su poesía, demostrando que cada vez que lo recordamos es porque era un hombre bueno, un hombre de una gran ternura, con un gran sentido de la dignidad, luchando contra la indignidad, contra la insensatez de las bestias por humillar al hombre…, pero también, y sobre todo, porque es uno de nuestros excelentes poetas, entre los mejores de los muchos que comenzaron a crear a partir de la década del ´60.
Roberto Santoro fue secuestrado el primer día de junio de 1977. Tres días antes estuvo con el grupo Roberto Arlt en Castelar. Nos trajo dos reediciones de libros de Elías Castelnuovo y de Alvaro Yunque. Nos contó que habían secuestrado a la chica que le ayudaba con los informes. Temimos por él. La van a hacer cantar, le dijimos. Tenés que borrarte por un tiempo. Dijo que ya había estado borrado dos meses y que su familia no tenía la culpa. Hay que darle de comer. Era viernes por la noche. El lunes lo fueron a buscar al trabajo.

Nos negaron su vida, su amistad, no nos pueden negar su poesía. Algo hay que hacer.

Antonio Aliberti

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