EDGARD BAYLEY: “Un poco de sensatez”

Por BEATRIZ SCHAEFER PEÑA

Un poco de sensatez/ laurencio/ ya es hora de pensar con un poco de sensatez… *
Íbamos con Edgar Bayley por la calle Corrientes, de sur a norte, tal vez a las ocho de la noche de un viernes de hace muchos años.
Nos encaminábamos hacia el bar Oliverio que quedaba sobre la calle Montevideo, si mal no recuerdo.
no se trata de que mueras / en vida/ o que dejes de amar/ o que dejen de amarte…
Al pasar por el teatro San Martín nos cruzamos con uno de tantos poetas de Buenos Aires a quien saludé fugazmente. Edgar no solamente eludió el saludo sino que, girando apenas la cabeza hacia mí, en ese gesto tan suyo causado por una lesión cervical, me dijo: -“Evidentemente vos y yo navegamos por diferentes galaxias.” Me reí. Casi siempre su comentario ácido, afilado, me hacía reír. Cuando llegamos al lugar, me preguntó-“¿Sabés porqué se llama Oliverio?”-“No sé”- le mentí.
-“Bueno, en homenaje a Oliverio Girondo. ¿sabés quién era?” Creo que conté hasta diez antes de mandarlo al diablo, pero decidí seguirle el juego y entonces, ya dentro del bar poco iluminado pero lleno de conocidos, lo dejé explayarse en una larga exposición sobre el vanguardismo y todas sus adyacencias. Así era Edgar Bayley: impredecible y recalcitrante.
se trata de pensar/ en el malecón/ en la rada/ especialmente en los zaguanes/ en las enredaderas/ y en el canto del gallo/ y en que/ al fin y al cabo/ eres tu propio retrato
-“Yo no le hubiese puesto esa pantalla floreada a la lámpara de plata; hubiese elegido una totalmente blanca”, me dijo la primera vez que vino de visita a casa. -“Lo que ocurre es que así la heredé de mi madre”, casi me disculpé. -“Queda demasiado cargada”, insistió mientras seguía observando con mirada inquisidora. -“Hay muchas cosas aquí que yo no pondría en mi casa”, volvió a decirme para agregar: -“Yo tendría esto mucho más despojado.”-“Lo que pasa es que vos sos minimalista y yo, barroca; me gusta rodearme de lo que me gusta y ya sé que es un riesgo”, le dije antes de que llegara el resto de los amigos invitados.
piensa con sensatez en la casa blanca y en la casa rosada/ en el colegio del hortelano/ piensa en la Quebrada de Huma huaca…
Otra noche compartimos una mesa larga, en Charcas y Pueyrredón, junto a Clarita Fernández Moreno, Nicandro Pereyra y Alfonso Nassif, entre muchos otros, debíamos celebrar al poeta santiagueño Felipe Rojas, invitado a leer en el Museo Ricardo Rojas, vecino al lugar y en el Ciclo de poesía que conducía Clarita. Felipe, por esos olvidos al que son proclives los provincianos, nunca llegó a la cita, dejándonos con la nostalgia de su voz, nostalgia que fuimos disipando con repetidos brindis. Edgar estaba a mi derecha y conversaba mucho con alguien sentado frente a él. Después de un rato le pregunté, lo más discretamente posible, quién era esa persona y entonces me respondió, muy serio:-“¿No lo conocés? ¡Caramba! ¡Es un gran hidráulico!” Me tomé en serio sus palabras y con toda ingenuidad dirigiéndome al desconocido, le dije: -“No nos han presentado…¿Así que sos ingeniero?” El otro me miró entre risueño y desconcertado para después contestarme:-“¡No! ¡Para nada! Yo sólo pretendo ser poeta…” -“¿Cómo te llamás?”, insistí. -“Julio Salgado”, fue la respuesta opacada por las carcajadas de Bayley.
piensa mucho/ en la trapecista del circo de tu amigo trifaldini/ y en las plazas y en los muelles/ y piensa que/ -como está escrito-/ por lo mucho que amaste /todo te será perdonado
¿Te gusta el pollo?, me preguntó cierto día. -“Sí, claro que me gusta”, le contesté. -“Bueno, mañana por la noche te invito a comer a mi casa. Yo mismo prepararé el pollo, al horno y con papas”, dijo. Y así fue. El pollo estaba riquísimo. Después de comer nos asomamos al balcón de su pequeño departamento de la calle French. Hacía calor y los árboles de las veredas y las flores de las ventanas vecinas, daban cierto entorno de magia , de alegría.
y no olvides que otras flores vendrán/ y cielos/ martillos/ cobertores/ otras camisas/ parrales/ varaduras…
-“Apenas un par de estantes, algunos libros y la mesita con la máquina de escribir: lo que ves aquí. Cuando me separé le dejé todo a mi mujer.”, me dijo sin que yo le preguntase nada. Otra vez también me dijo, con un tono de reproche hacia sí mismo, que se había equivocado al no haberle dado importancia a lo material. y que ahora sentía que ese había sido uno de sus muchos errores.
algunas veces/ muy pocas/ has logrado manejar/ unas cuantas palabras/ muchas veces/ muchas más te equivocaste de tren/ y otras/ es verdad, el andén acertaste/ y tu destino..
Una vez por semana, por la noche, nos encontrábamos a comer en lo de Pedro. Era un lugarcito que quedaba al fondo de un largo pasillo, sobre la calle Pueyrredón, casi al llegar a Las Heras. Era un lugar barato y se comía muy bien. Siempre me hablaba de su madre, de su hermano Tomás Maldonado a quien admiraba mucho, de sus hijos; rara vez mencionó a su padre. Algunas veces me leía sus últimos poemas; otras pocas yo me atrevía a leerle alguno de los míos porque era muy reticente en dar su opinión. También hablaba de sus amigos o recordaba a algunas de las mujeres que habían sido sus amores. Había una, en especial, a la que siempre aludía llamándola “la máquina de escribir”. Nunca me dijo su nombre, pero cuando le pregunté el porqué de ese apodo, me contestó, muerto de risa, que a lo largo de toda esa relación y en las inevitables peleas, ella siempre se iba llevándose la máquina de escribir, para después regresarla junto a la reconciliación.
laurencio/ sólo un poco/ un poco de sensatez/ te pido/ pobre laurencio/ deja de hacer locuras/ y da por perdido/ lo que ves que se perdió/ mira/ cómo crecen los lirios del campo/ deja de lado tu biografía/ confusas conversaciones…
Me unía a él una linda, una especial amistad que sus arbitrarios cambios de humor algunas veces empañaban. Cierta vez, mientras conversábamos, aludí a un poema de Borges. Entonces me interrumpió y agrandando los ojos, dijo:-“¿Cómo? ¿Es que Borges era poeta?” En otras ocasiones también discutíamos por Lugones. Una de sus pasiones poéticas era Apollinaire, las otras: Enrique Molina, Francisco -Coco- Madariaga y su “ahijado” espiritual: Julio -Kiko- Salgado, a quienes quería muchísimo y respetaba como poetas.
pero no todo es sensato:/ dos amantes se funden en el viajero lecho/ y una gran mano luminosa/ se dibuja/ contra el cielo sin estrellas/ y llega el sol/ y un niño ríe…
Pero también había otros amigos a quienes Edgar quería y valoraba. Por su intermedio conocí a Jorge Ariel (Madrazo). Todavía vivía Patricia, su mujer chilena, tan bonita y con manos de hada para la cocina.
-“A lo de Olguita no puedo llevarte”, me dijo un día, aludiendo a Olga Orozco.
-“¿Porqué?”, le pregunté. -“Porque me ha dicho, en mi última visita, que no quiere que vaya más a su casa, siempre con una mujer distinta”, y largó una carcajada.
Por todo esto/ y muchas otras situaciones/ laurencio/ -y excúsame por favor-/ ahora me doy cuenta/ que de nada serviría/ un poco de sensatez…
Una noche, en la que yo estaba muy lejos de pensar que sería una de las últimas que nos reuniría, sacó de su bolsillo un conjunto de páginas escritas a máquina, numeradas del 1 al 6 y con algunas anotaciones a mano en la última de ellas. Me las entregó mientras me pedía que por favor, las leyera . Estábamos en lo de Pedro y en nuestra mesa habitual. Entonces pude ver que se trataba de un largo poema titulado “un poco de sensatez” , al lado de cuyo título había escrito: “v. definitiva. sí” Lo leí en voz alta, sin importar el ruido de platos y cubiertos. Me costó llegar al final sin lloriquear porque, desde el poema, Edgar se hablaba a sí mismo dejándonos el testimonio de toda una vida que aspiraba, en definitiva, a la redención de la palabra desde su propia redención. Cuando terminé la lectura, él me dijo:
“Guárdalo; te lo dejo para vos.” Desde entonces conservo celosamente esos originales que me fueron legados como un sagrado homenaje.
excúsame laurencio/ por mi extraviado consejo/ y sigue en el aire/ entre las nubes/ muy arriba/ laurencio/ muy arriba…
Pasó un tiempo hasta aquella tarde en que lo hablé por teléfono para felicitarlo por la aparición del que fuera su último poema: “Sigue jugando” publicado en el Suplemento de La Nación aquel domingo de 1990. Sentí sus versos como el presagio de una despedida: mujer vida-niña, sigue jugando ¿sí?, hasta aquella mañana en la que recibí el llamado de Paulina Vinderman: Edgar Bayley había muerto.
Llegué al cementerio más temprano de lo previsto. El primero en aparecer fue Jorge Calvetti. Conversamos mientras esperábamos que trajeran la presencia corpórea del amigo, ya ausente para siempre. Por fin los restos de Edgar Bayley llegaron escoltados por Molina, Madariaga, Salgado, Siccardi, entre otros. Fueron ellos, junto a Calvetti, quienes tomaron las manijas de bronce para depositar el ataúd sobre el catafalco. Después, mientras eché a andar junto al cortejo que lo acompañaba bajo ese cielo desapacible y gris que parecía querer traducir toda la tristeza, toda la pérdida que acababa de sufrir la Poesía, lo despedí desde un llanto perdurable y con sus propios versos:

no te vayas
laurencio
no te vayas!
ganará la hierba
si te quedas
y el árbol
el salmo
la inocencia…

 

Nota: Los versos transcriptos corresponden al poema ” un poco de sensatez” , de Edgar Bayley.

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