¿La poesía está muerta?

Por ERNESTO GOLDAR

En la Feria del Libro de 2006, se consiguió, después de sistemáticas decepciones, que se habilitara una zona de poesía. La dirección del “evento” – así la Feria se denomina a sí misma – la confinó a la sección “instituciones”, donde la poesía compartió las celdas junto a la Defensoría del Pueblo y la Policía Federal. En un pequeño festival realizado en un salón cruzado por los ruidos y con una temperatura de 50 grados la misma dirección admitió haber cometido “arbitrariedades”.
¿Cuál es el problema de la poesía en la actualidad? Decididamente, la pregunta de porqué se lee muy poco: millares de libros editados; casi todos, directamente por cuenta del autor, ventas imposibles, y el público como un receptor ausente. Se dice, además, que en el pasado las cifras de libros editados y de libros vendidos no eran las de ahora, y que las ediciones se distribuían. Honradamente, los poetas no se sienten felices con esta situación.
Los poetas soñamos con la utopía de una edad de oro de la poesía, los tiempos de Píndaro, cuando el vate era escuchado por multitudes, pero comparar situaciones de hace dos mil quinientos años, está lejos de ser una explicación, y seguir recitando que el público tiene la culpa es un infantilismo sociológico, pues el problema puede plantearse a la inversa. Basta recordar que los simbolistas decían que el arte es “un misterio accesible a raras individualidades…”
No faltan quienes acusan a la enseñanza. En la Argentina es absolutamente comprensible, se trata de un clamor fácil, y es asimismo, esa especie de guerrilla de los poetas hacia los pedagogos. Al mismo tiempo, es la protesta contra la cartilla universitaria que diseca la poesía y asesina los bellos poemas.
En el banquillo de los acusados se sienta ahora el editor. Se le acusa de apartarse de la poesía porque “no se vende”, de desinteresarse de ella por inercia, incompetencia o sumisión a la moda. Una pregunta a esta altura: ¿bastaría que lo quisiesen los editores para que a la poesía le fuera bien?.
¿Y qué decir de los medios, de los grandes matutinos? Todas las publicaciones tradicionales padecen de la manía de correr tras la actualidad poética en lugar de crearla.
Se imputa también a las librerías. Pero debe tenerse en cuenta que el librero, por desgracia casi nada puede influir para que el público compre libros de poesía. La imagen del librero que oficia de consejero cultural es una quimera: vende fácilmente, y con gusto, el libro idiota y caro.
Se asegura que la radio (de ningún modo la televisión) puede y debe ser un importante emisor de poesía. Pero, sobrevienen las quejas: las trasmisiones de poesía se relegan a las horas poco favorecidas, los consagrados no necesitan luchar por un lugar, sin contar, desde luego, el espectáculo de los entrevistados, las señoras y hombres que tan bien saben escribir y tan poco hablar.
¿Y los compacts disc para propagar la poesía por medio de la voz? ¿Cuál es en la Argentina la cantidad registrada de grabaciones poéticas? ¿Borges y cuál otro se hallan a la cabeza?
Es preciso reconocer que el aficionado puede escuchar la voz de un autor, y que ha nacido la oportunidad de la dicción expresiva para respetar el sentimiento, el ritmo y la música internos, aunque no hay que olvidar que se ofrecen naturalmente a quien ya consumía poesía por la lectura, a quienes ya la sabían leer.
Si hay crisis de la poesía es culpa de la política, es otra respuesta. Se argumenta que a los escritores argentinos les obsesionan más las posiciones políticas que los problemas literarios. La dictadura militar ha matado a intelectuales por el hecho de serlo y, sin embargo, estas filiaciones antipolíticos continúan gritando contra la política para englobar en la condenación a la política la determinada política que no les gusta.
Otra explicación posible: la Historia es culpable de la crisis. Se afirma que “el mundo, la sociedad, para nada tienen en cuenta a la poesía, que antaño tuvo tan gran función”. Los románticos censuraron con frecuencia el aspecto sórdidamente interesado de la burguesía, y Hegel en la Estética(1819) bosqueja una teoría de la muerte del arte, incluyendo la muerte de la poesía. El arte está en la Historia: nació, creció y puede morir. A dos siglos de escrito el pronóstico aún no se ha comprobado, el ansia de placer estético sin duda, aumentó. (Pensemos en la música, en el cine)
Un recurso ampliamente utilizado: echarle la culpa de todo a la crítica. Se les acusa a los críticos de incomprensivos, de no mostrar inteligencia y sensibilidad, de parcialidad, complicidad y espíritu de secta. ¿Admitimos que la crítica tenga la culpa de la crisis de la poesía? No, por una razón perentoria: no se la lee.
Pregunta candente: ¿y si la culpa fuera de los poetas? A los poetas tal pregunta no les gusta. Admitamos que la mayor parte de nuestros poetas son oscuros. Este hermetismo, cuyos fracasos no deben negarse, fluye necesariamente de la naturaleza de las cosas y de cómo decirlas, pero al mismo tiempo está la voluntad de oscuridad, los esnobismos estéticos, los falsos poetas que son deliberadamente oscuros, los simuladores de oscuridad. Hay que agregar: si la crisis de la poesía se debiese al hermetismo, se observaría un fenómeno compensador: el público avanzaría sobre la poesía clara, y nada de eso sucede.

De cualquier modo, mientras exista el lenguaje habrá poesía, y esto es un signo de eternidad.

DE INVIERNO

En invernales horas, mirad a Carolina. 
Medio apelotonada, descansa en el sillón, 
envuelta con su abrigo de marta cibelina 
y no lejos del fuego que brilla en el salón. 

El fino angora blanco junto a ella se reclina, 
rozando con su hocico la falda de Aleçón, 
no lejos de las jarras de porcelana china 
que medio oculta un biombo de seda del Japón. 

Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño: 
entro, sin hacer ruido: dejo mi abrigo gris; 
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño 

como una rosa roja que fuera flor de lis. 
Abre los ojos; mírame con su mirar risueño, 
y en tanto cae la nieve del cielo de París.

DE OTOÑO 

Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora 
con aquella locura armoniosa de antaño? 
Ésos no ven la obra profunda de la hora, 
la labor del minuto y el prodigio del año. 

Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa, 
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son. 
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa: 
¡dejad al huracán mover mi corazón!

Rubén Darío

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