El compromiso socioafectivo en la vida escolar

 

POR LIC. SANDRA G. VINOCUR*

 

En este breve escrito esbozo una serie de reflexiones inspirada en el contenido de “Los sentimientos en la escena educativa” que es un libro colectivo desarrollado por un grupo de investigación que nos hemos propuesto comprender la cuestión de la afectación subjetiva en tiempos de profundo sufrimiento. Cada capítulo pone de relieve cómo la escuela puede funcionar como un territorio simbólico de reparación de las heridas sociales.

Siendo una de las autoras, voy a recorrer aquí algunas de las ideas contenidas en nuestra obra que posibilitan trazar un horizonte hacia la justicia afectiva. Para comenzar, es preciso adherir a un imperativo de época, y más particularmente de la experiencia inédita de pandemia que nos toca vivir, que consiste en la necesidad de educar la mirada en la sensibilidad hacia los demás. La pregunta es acerca de cómo aprender a cuidar de sí y de los otros. Entendiendo que el cuidado es una categoría relacional con historia.

Abordamos entonces, desde diferentes perspectivas disciplinarias pero bajo una mirada pedagógica, el tránsito emocional de los y las jóvenes en situación escolar, las intervenciones posibles para favorecer la permanencia en las escuelas de manera cuidada y amorosa, delimitando diferentes situaciones que resultan conflictivas en el marco de las relaciones sociales que en la escuela se producen. La construcción social de los cuerpos y las emociones en la sociodinámica escolar de exclusión escolar constituye uno de los ejes de nuestros análisis. Sosteniendo la firme convicción:

“La escuela representa un espacio simbólico de esperanza para concretar el derecho de las infancias y juventudes a ser cuidadas, amadas y protegidas”. Nuestra investigación busca aportar una lectura no ingenua, crítica y atenta sobre las prácticas que llevan a cabo las escuelas en pos de la inclusión educativa tras años de reformas educativas a lo largo de toda la región. El desafío de educar en contextos de exclusión supone librar diversas luchas.

Luchas que, por cierto, son internas y externas a lo escolar pero que suponen la búsqueda de un nuevo orden social (y escolar) con lugar para todos y todas, sin distinción. “El derecho a la educación ha sido proclamado en cientos de declaraciones que decenas de autoridades políticas se han comprometido a hacer cumplir. Sin embargo, su universalización aún no se ha concretado y queda mucho por hacer, sobre todo en lo que respecta a la educación media”

A diferencia de los discursos mediáticos y dominantes en el campo de la investigación educativa, elegimos situarnos en la perspectiva de Eva Illuoz quien argumenta que resulta fundamental “considerar a la emoción como una construcción sociohistórica”. En definitiva, afirmamos que “Lo que uno siente es finalmente un problema social y colectivo en tanto las emociones no residen ni en el sujeto ni en los objetos, sino que se construyen en las relaciones interpersonales de la intersubjetividad”. Existe un vínculo entre la estructura social de una época y la estructura psíquica y emotiva de los sujetos.

Es tarea de las y los adultos en tanto que figuras significativas brindar espacios donde las y los estudiantes se sientan escuchados y logren encontrar vías mediante las cuales tramitar el daño emocional padecido. Tomar registro de las experiencias que atraviesan las y los niños, niñas y jóvenes permite “comprender las conflictividades que se viven a diario en las escuelas para poder, a partir de allí, adentrarse en el abordaje pedagógico de las mismas”.

“La vida afectiva de las y los estudiantes precisa ser abordada a partir de los vínculos significativos donde los mismos despliegan su humanidad”.

 

*Lic. Sandra G. Vinocur, Psicopedagoga. Docente e investigadora
de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

 

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