Homenaje a Yves Bonnefoy

Por JOSÉ MUCHNIK

(Especial desde París, Francia)

 

 

Jueves 7 de noviembre 2013, no quedan butacas libres, el público comienza a instalarse en las escalinatas del anfiteatro de “Sciences Po” en el 27 de la rue Saint Guillaume de París, la conferencia y el conferencista lo ameritan, Yves Bonnefoy1 uno de los poetas mayores en lengua francesa del siglo veinte diserta sobre: “¿Qué es la poesía?: reflexiones y lecturas”2. Previamente al evento pido al ilustre invitado permiso para grabar, ¿Con qué objetivo? me interpela, redactar una nota para un diario de poesía argentino, preciso, con mucho gusto asiente amablemente. La grabación quedó ahí, la nota en suspenso, también en suspenso mi compromiso de redactarla. Viernes 1ero de Julio 2016, me entero del fallecimiento de Yves Bonnefoy, cada muerte se vive de manera diferente, difícil decir qué me produjo esta muerte, volví con cierta emoción a escuchar la grabación, vaya entonces mi pequeño homenaje para un gran poeta.

En las líneas que siguen encontrarán en primer lugar su conferencia desgravada y traducida3, tomé la opción de que la traducción sea lo más cercana posible al discurso oral. Continuaremos este homenaje en el próximo número de Generación Abierta en el cual situaremos esta conferencia con respecto a las principales líneas de reflexión abiertas por la poesía y los ensayos de Yves Bonnefoy, terminaremos por plantear algunos interrogantes que nos despierta su obra.

 

Conferencia de Yves Bonnefoy del 7 de noviembre 2013.

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Veo inscripto como tema de nuestro encuentro “¿Qué es la poesía?”, esto supone que se trata aquí de una cuestión presente en el espíritu de muchos, teniendo en cuenta el aislamiento relativo de la creación poética en el seno de la sociedad actual. Voy a tratar entonces de responder a esta pregunta, pero por supuesto podré sólo hacerlo de una manera sucinta dado que tendremos poco tiempo y que lo esencial de todos modos es dar a escuchar la poesía en el texto mismo de su escritura, con el deseo de dialogar a continuación con ustedes, si se les presentan preguntas estaría satisfecho de contestarlas. Hablemos entonces un poco de la poesía como tal y como introducción a una lectura.

Hace algunos años, uno de mis libros, «Les planches courbes»4, fue inscripto en el programa del último año de los liceos en Francia5 , lo que me ha brindado la ocasión de realizar algunas visitas a las clases, principalmente en París. En la conversación que se establecía con los alumnos me impresionó enseguida escuchar que volvía casi inmediatamente, constantemente, la pregunta: ¿Qué es lo que eso significa? ¿Cómo puede usted explicarnos lo que quiere decir? Y mi respuesta era necesariamente, un poema no significa, pero si ustedes quieren entrar en relación con el poema que yo he escrito, con los poemas que otros autores han escrito, no traten de encontrar la significación. Al no comprender la experiencia personal que ven en el texto, díganse más bien, este árbol del que se trata, este río o esta montaña ¿Qué son ellos en mi propia vida? ¿No tengo yo un árbol, un río, una montaña, en mí? Y verán que ese texto, en todo caso si vale, se va a animar, no a partir de vuestras tesis sino de vuestras propias representaciones, el poema estará ahí, como dispuesto para una profundización de vuestra relación con vosotros mismos. Es la primera cosa que quería decir de la poesía, la poesía no es el decir de una significación.

A menudo se ha creído, durante siglos, que los poemas detenían una verdad supuestamente superior a la de la sociedad ordinaria, que expresaban esa verdad con una belleza de expresión particular, que a veces recubrían el decir de esa verdad con una especie de bruma esotérica que había que atravesar para reencontrar entonces la verdadera significación. Pero no, a mi parecer la poesía no significa, por supuesto los poemas abundan y sobreabundan de significaciones, porque cuando los escribimos nos reencontramos nosotros mismos con interrogantes, con una cierta perplejidad con respecto a nuestro arte, nos planteamos preguntas, las respondemos, eso es parte de la materia misma del texto, pero por debajo el deseo profundo de la poesía no es de significar sino de devolver a las palabras de la lengua su intensidad perdida.

Hablamos una lengua que tiene como esencia ponernos en relación con la realidad del mundo, pero tenemos también la obligación de actuar y de construir una sociedad, de organizar nuestro lugar de vida, eso es acción; es conocimiento, es reflexión, es pensamiento conceptual, y todo eso es, por supuesto, significación. Pero palabra por palabra eso empobrece los vocablos. En efecto, si la palabra árbol no es más que el concepto del árbol, como lo da el diccionario o los diversos manuales de ciencias naturales, entonces será una figura del árbol que tendremos presente, pero no será el árbol que tenemos en nuestra vida, en nuestra memoria, en nuestro lugar, con todas sus ramas, con esa relación de inmediatez con el cielo y la tierra, con sus murmullos, sus olores, la realidad misma, la realidad de su existencia. El concepto impide a la palabra de encontrar plenamente la realidad de “la cosa”, la palabra se descolora entonces en esta práctica obligada que tenemos de pensar el mundo y de organizarlo, y estaríamos privándonos de nosotros mismos, pues nosotros también somos el mundo, tenemos una relación con nosotros mismos como tenemos una relación con el árbol fuera de nosotros. Estaríamos privados y del árbol y de nosotros mismos si dejaríamos las palabras perderse en el discurso conceptual, hay que reanimarlas, hay que devolverles su intensidad, y la poesía tiene esta función, y trata de ejercerla.

¿Cómo hace ella para eso? Y bien, las palabras son susceptibles por acentos que se marcan en ellas, por aliteraciones, asonancias, de tomar una forma, y esta forma asciende desde nosotros, asciende de nuestro cuerpo, y organiza la palabra de una manera que va a debilitar el encadenamiento que las palabras quieren formar sin cesar. La música de las palabras, la forma en la escritura, están ahí, para, en cierto modo, atenuar, disipar parcialmente las representaciones del mundo que se encadenan en el pensamiento conceptual y hacen que en el discurso el mundo exprese la figura del referente como existe, en nuestra experiencia personal, en nuestra memoria. La poesía está ahí para restituir a cada palabra su identidad, y al mismo tiempo lo que hace es reconstituir nuestro lugar de existencia, pues si el árbol es el árbol que yo amo y la montaña ésta, y el río aquel, y tal o cual persona que yo evoco, es lo que son en su plenitud inmediata, entonces es mi lugar de existencia que ha tomado forma y es la noción misma de lugar que se ha reconstituido en un mundo en el que tomamos la triste costumbre de vivir en un espacio geométrico, el espacio que no está centrado, espacio donde las cosas se posicionan, unas con respecto a las otras, en la indiferencia de la materia, la poesía está ahí para reconstituir el lugar como lugar, es decir en profundidad, para devolvernos a nuestra propia finitud, si yo vivo en el lugar que es mío, vivo ahí como ser realizado, hic et nunc (aquí y ahora), sería un momento en la brevedad de la vida, en la limitación del espacio, la poesía tiene como función, renovando las palabras, de devolvernos el pleno ejercicio de nuestra finitud.

Y nuestro objetivo es un deseo, no una realidad concreta, querer “eso” y no ser capaz de realizarlo plenamente. No hay poema que pueda establecerse en la plenitud de la presencia de las cosas y de los seres, porque precisamente el pensamiento conceptual, con sus representaciones que ponen las cosas y los seres a distancia, está siempre ahí, para ocuparnos, preocuparnos y hacer soñar, pues el sueño es una forma del pensamiento conceptual, la imaginación y la ciencia marchan tomadas de la mano, y nosotros tenemos una cierta pérdida, a cada instante, de nuestro proyecto de poesía. Pero al menos podemos señalarlo, podemos hacerlo aparecer como el objetivo que debemos darnos si queremos simplemente sobrevivir. ¿Sobrevivir por qué? Pues en el seno del pensamiento conceptual, en cierto sentido morimos, vivimos como seres ocupados por funciones sociales pero cesamos de tener la relación profunda con nosotros mismos que hace que la vida pueda tener un sentido. Dicho de otra manera, la poesía existe para substituir las significaciones por el sentido fundamental, el sentido simple, el sentido único que la vida nos pide de proyectar en derredor nuestro, para que pueda dar su valor pleno. Como ustedes ven, estoy definiendo la poesía por una intención, un trabajo, una búsqueda, pero de ninguna manera por un texto. Por supuesto cuando la forma trabaja sobre las palabras para renovarlas, para devolverles su intensidad originaria, obtenemos un poema. Pero como decía hace un rato, el poema está cargado de significaciones que lo estorban, el poema está ahí a la vez como nuestro obstáculo y nuestro progreso, hay en consecuencia que trabajar contra él, la poesía trabaja contra el texto, mucho más, en mi opinión, que lo produce, y los poemas que se encierran en la satisfacción de un texto, ya están, en mi opinión, perdiendo contacto en profundidad con la poesía como tal, con la unidad que ella tiene por función de hacer aparecer.

Yo no soy de aquellos que consideran que la poesía está presente únicamente en los textos de los poemas, ellos son el punto de partida y de reacción a través del cual la emoción que suscitan en nosotros nos incita a vivir, a vivir a partir de ellos, y si vamos hacia ellos es porque están ahí para decir mucho, porque son grandes ejemplos que necesitamos, si vamos hacia ellos no es para encerrarnos en una reflexión estética, es para continuar a existir, de ahí mi reserva, mi gran reserva, en presencia de lo sucedido en la actividad poética desde hace mucho tiempo, digamos a partir de Mallarmé. En otra época, en el pasado de la civilización, esta indicación de presencia que hay en el mundo poético era sostenida por la religión, que también tenía un cierto sentimiento de la trascendencia y permitía de sentir en las cosas, en el pan y el vino digamos, una presencia superior a la inmediatez práctica que el concepto nos permite tener, y por ese hecho la poesía, aunque alienando por su especificidad, sin embargo existía, ayudaba a vivir. Después vino la época de la « philosophie des lumières »6, tomamos conciencia de que las representaciones religiosas, al menos algunas personas tuvieron el sentimiento de que las representaciones religiosas eran lo que Mallarmé llamará « gloriosas mentiras ». Se impuso entonces a ciertos poetas el sentimiento que detrás del mundo de las apariencias existía sólo el vacío, lo negro, el despojo, como diría Baudelaire: no había nada. Estábamos al borde del abismo y eso creaba una especie de aislamiento, de soledad para la creación poética, que tenía sólo el sentimiento de la trascendencia interior para mantenerse. Estamos en presencia de nuestra propia finitud, de sentir que el pan y el vino tienen precisamente en ellos mismos un infinito interior, una trascendencia con respecto a las representaciones que podemos dar, es eso nuestra sacralidad inmediata, es eso nuestra religión, pero tal vez esta experiencia es muy difícil de mantener cuando no existe más el apuntalamiento de las representaciones religiosas, de ahí, en efecto, el trastorno que se estableció en la poesía moderna, tuvimos el sentimiento que no había más que el lenguaje, que afuera del lenguaje era el “no ser”, la nada. Entonces muchos adoptaron la postura de considerar que, dado que no había nada afuera del lenguaje, había que considerar que el lenguaje como tal era la realidad. Había que, en resumidas cuentas, replegarse bajo su tienda, vivir ahí, vivir con él, vivir por él. Esta “autoveneración” de la palabra, si puedo decirlo así, ha dado existencia a toda una poesía moderna que está caracterizada por un juego sobre las palabras, los vocablos, y que pierde contacto con la realidad exterior, la realidad de la finitud. Me parece que es traicionar a la poesía, el encerrarse, de cierta manera, en las relaciones que existen o pueden existir entre las palabras de la lengua, y en mi opinión hay que luchar contra ello.

¿Cómo luchar?, tengo el recuerdo de esto. Si es verdad que el pensamiento conceptual deja afuera de su campo de conciencia nuestra finitud, el mundo de las existencias como tal, cada una verdaderamente una existencia en su acto de existir, es verdad entonces que la realidad es dejada afuera. Sin embargo tenemos en el seno mismo del lenguaje la posibilidad de reencontrarla escuchando nuestro inconsciente, pues el inconsciente en nosotros es siempre el de un ser de finitud, la necesidad profunda que puede resentir es la de un ser que vivirá un tiempo, que morirá y que está en un lugar y no en otro. Entonces escuchar el inconsciente es una manera, en el empleo mismo de las palabras, de retomar contacto con el afuera de las palabras, con la realidad del mundo, y en esas condiciones la poesía tiene un campo de actividad, que es también el que yo llamaría la escritura, es decir una manera de escuchar las palabras como ascienden de la realidad inconsciente, como pueden presentarse bajo la pluma cuando se dejan llevar por ellas mismas. No es la escritura automática del surrealismo, la cual de hecho, es muy claro, se volcó hacia afuera, esa escritura está ocupada por lo que pasa en la calle en derredor de nosotros, no a la escucha de la verdadera profundidad, sino de palabras que escucharemos por la extrañeza de su relación, que interrogaremos a partir de nuestra conciencia, con las cuales estableceremos un diálogo, la palabra se volverá entonces no una ficción, sino una actividad al interior de la ficción. He aquí que imagino un cierto trabajo para la escritura poética, del cual, por momentos, siendo nuevamente la finitud una experiencia vivida, la palabra ritmada, la palabra formada, puede surgir para su afirmación de valores, para indicar lo que vale para constituir el sentido, en mi opinión hay una dialéctica de escritura y de poemas que constituye un acontecimiento poético, la primera línea de su batalla contra el pensamiento conceptual.

 

(Agosto de 2016)

 
1 Yves Bonnefoy : : nacido en Tours el 24 de junio de 1923, fallecido a París el 1ero de julio 2016, Yves Bonnefoy fue una de las figuras mayores de la poesía francesa de la segunda mitad del siglo veinte. Se destacó también como ensayista crítico de arte y traductor. Fue redactor de la revista L’Ephémère (1966-1972) en colaboración con Gaëton Pcon, Paul Celan, André du Bouchet, Louis René des Forêts, Michel Leiris… Entre los ensayos podemos mencionar en particular los realizados sobre Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Giacomo Leopardi, André Breton… y sobre pintores como Nicolas Poussin, Francisco de Goya, Jean Delacroix o Alberto Giacometti. Tradujo al francés obras de William Shakespeare William Butler Yeats, John Donne, John Keats, entre otros.
2 Conferencia organizada el 7 de noviembre de 2013 por el Institut d’Etudes Politiques de París (Sciences Po) y la Biennale Internationale des poètes en Val-de-Marne.
3 La grabación completa será difundida próximamente, además de la conferencia aquí transcripta, comprende una lectura de sus poemas y respuestas a las preguntas de los participantes.
4 «Las planchas curvas»
5 NDR : se refiere a los últimos años (“terminal”) del liceo, con opción literatura
6 corriente filosófica, literaria, intelectual, que emerge en Francia en el siglo XVIII, con pensadores como Montesquieu, Rousseau, Voltaire, Diderot… influenciados por filósofos del siglo XVII como Spinoza, Locke, Bayle

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