Homenaje a tres muertes

Por  SUSANA TORRALBO

Tres grandes creadores, dos argentinos y un español. Tres grandes seres que nacieron con el comienzo del siglo. Dos de ellos nos dejaron prematuramente hace ya 50 años; el otro murió recientemente, hace tan sólo unos meses atrás. En losares, dejando de lado la validez de sus escritos, que fue por cierto imponderable, existe un nexo en lo referente a cómo vivieron sus vidas: luchando incansablemente por un mundo mejor con intensa valentía, sufriendo exilios, cárceles, incomprensiones, llevando una existencia humilde, comprometida con su tiempo.
Por eso, este pequeño homenaje a estos grandes a los que tanto debemos.

 

Héctor Roberto Chavero (Atahualpa Yupanqui, 1908-1992)

Eligió el nombre del último emperador incaico (Atahualpa) como símbolo de la fortaleza de este poderoso imperio, y Yupanqui porque nació para narrar las cosas de su pueblo. Vivió para cantar las penas de su gente, testimoniando su dolor en dulces coplas que componía para hacerlas escuchar alrededor del mundo, teniendo que exiliarse porque fue perseguido, censurado y torturado por aquellos que temían su verdad.
Músico, cantor, poeta de los postergados, se encargó siempre –con la humildad que lo caracterizaba– de diferenciarla protesta, de lo que es testimonio: “la protesta de nada sirve cuando no se combina con soluciones”.
Vivió una vida sórdida, sencilla, dedicada a exaltar su raza, su tierra con toda la profundidad de sus letras que aún hoy, después de muerto, colman de orgullo nuestras vidas.

“Cómo te recuerdo,
changuito riojano…!
Los ojos redondos
que a gatas esconden
lo que vais pensando.
Ojos sin tristeza,
porque han aprendido
mirándolo al campo,       
que es ley de los hombres
sufrir los rigores    
chiflando…  
Y porque ya sabes 
en tus pocos años
que el placer no es chaya
ni el trabajo es malo,
y es linda la vida
si bien la miramos…
!Cómo te recuerdo
changuito riojano…!

Fragmento de “Changuito riojano” (Piedra sola)

 

Miguel Hernández (1910-1942)

“Hablo y el corazón me sale en el aliento”… “un amor hacia todo me atormenta”. Estas son sólo simples frases de este hombre, este gran poeta español nacido en Orihuela, que bien puede decirse, no fue ningún erudito en la materia, ya que comenzó a escribir mientras pastoreaba cabras en los campos de su pueblo.
La valorización de su poesía está en el sentimiento puesto en cada estrofa, en su amor a la naturaleza y al ser humano. Cantó ala vida, al amor, ala muerte, ala esperanza y fue sobre todo, durante la Guerra Civil Española, donde su poesía se colmó de más color, donde aparecieron sus poemas más directos, conmovedores, que al ser leídos en las trincheras por él mismo, formaron parte del llanto colectivo. Y luego, tras los años que debió padecer en prisión, hasta su muerte, aparece también la fuerza de la dulzura que nutrió sus horas tristes, y a la vez llenas de esperanza, época en la que escribió apasionadamente a su mujer y a su hijo los más bellos poemas. Hernández vivenció toda una época de amor, dolor y muerte, y tal vez sea por esto, por la forma en que supo interpretarlo que hoy en día su poesía recorre el mundo con auténtica validez.

..”Los bueyes mueren vestidos   
de humildad y olor de cuadra:   
las águilas, los leones      
y los toros de arrogancia, 
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.
La agonía de los bueyes   
tiene pequeña la cara,      
la del animal varón
toda la creación agranda.
Si me muero, que me muera     
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.
        

Fragmento de “Vientos del pueblo me llevan”
(Viento del Pueblo)

 

Roberto Arlt (1900-1942)

Nació en un medio de grandes apremios económicos que nunca fueron satisfechos, y éste fuera tal vez, el motivo por el cual se mostraba un ser díscolo e independiente. Los temas tratados en su obra están generalmente relacionados con lo marginal, a pesar de sus hermosas imágenes imbuidas de simbolismo y elementos fantásticos.
Siempre apareció una crítica a esa sociedad que había perdido su humanidad, queriendo imponer el sello de ésta, reconociendo el único sentido de la imaginación, siempre necesitó crear algo distinto, original, fue un gran inventor de la vida real. En determinado momento Arlt declaró: “creo que jamás será superado el feroz servilismo y la inexorable crueldad de los hombres de este siglo. Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad y que no queda otro remedio que escribir deshechos de pena, para no salir a la calle a tirar bombas o a instalar prostíbulos”.
En sus obras, propuso como alternativa el delirio y la locura, propuso a los hombres del futuro para que lucharan contra la mediocridad y la dependencia.

“Las doncellas mayores de veintiséis afros, y sin novio, se deleitaban en Chateaubriand, languidecían en Lamartine y Cherbulliez. Esto les hacía abrigar la convicción de que formaban parte de un “élite” inteloclual, y por tal motivo designaban a la gente pobre con el objetivo de chusma.
Chusma llamaban al almacenero que pretendía cobrar habichuelas, chusma a la tendera a quien habían sonsacado unos metros de puntilla, chusma al carnicero que bramaba de coraje cuando por entre los postigos,a regañadientes, se le gritaba que “el mes que viene sin falta se le pagaría”. Los tres hermanos, cabelludos y flacos, prez de vagos, durante el día tomaban abundantes baños de sol y al oscurecer se trajeaban con el fin de ira granjear amoríos entre las perdularias del arrabal.
Las dos ancianas beatas y gruñidoras reñían a cada momento por bagatelas, o sentadas en rueda en la sala vetusta con las hijas espiaban tras los visillos, entretejían chismes; y como descendían de un oficial que militara en el ejército de Napoleón I, muchas veces en la penumbra que idealizaba sus semblantes exangües, las escuché soñando en mitos imperialistas, evocando añejos resplandores de nobleza, en tanto que en la solitaria acera el farolero con su pértiga coronada de una llama violeta, encendía el farol verde del gas”.

Fragmento de “Los ladrones”
(El Juguete Rabioso)

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