Gastón Bachelard

Un hacedor de libros

Por HÉCTOR J. FREIRE

“Desde la mañana, delante de los libros acumulados sobre mi mesa, le hago al dios de la lectura mi plegaria de lector insaciable: nuestra hambre cotidiana dánosla hoy.”

Los estudios modernos de la poesía o de su poética tienen como referenda obligada la obra de Gastón Bachelard, uno de los más extraordinarios filósofos modernos de Francia. Uno de los espíritus intelectuales más generosos y desplegados de nuestro tiempo. A veces psicólogo, a veces fenomenólogo y siempre poeta. En su trabajo, Bachelard contaba con un inmenso caudal poético. Novalis, Goethe, Mallarme, Poe, Nietzsche, Rimbaud, Lautreamont, Paul Eluard, Octavio Paz.
Ya Roland Barthes anotaba hacia 1964 que la crítica francesa, en su gran desarrollo era de inspiración bachelardiana. Su pensamiento ha influido notablemente para que la razón no se convierta en el eje de un racionalismo reduccionista, en tanto no tome en cuenta la complejidad de nuestras aproximaciones al Universo. En este sentido Bachelard nos muestra que el nuevo espíritu científico, se opone tanto al dominio ejercido por la imagen durante el mundo antiguo y la edad media, como a la estimación desmedida que en nuestra época pretende adjudicárseles a los esquemas meramente geométricos. Hijo de un modesto zapatero de Champagne, Bachelard nació en Barsur Aube en 1884. Se desempeñó en el correo mientras terminaba, de noche, sus estudios de Matemáticas.
Después de la primera Guerra Mundial inició un extensa carrera de profesor de ciencias y filosofía, en distintas universidades de Francia, aceptando sólo a regañadientes los elogios de los ascensos y de la fama que, muy lentamente, sus libros comenzaron a darle. Falleció en un suburbio de París, en 1962, añorando su “poética infancia” en la campiña francesa, o como él mismo había intuido, al ocupar la cátedra de filosofía en la capital de la Borgogne de 1931 a 1937: “… ese fue, el comienzo de todas mis desgracias, nunca habría que abandonar la ciudad natal”. O como comentara Jean Lacroix, en su artículo Gastón Bachelard, el hombre y la obra: “una casa, explicó Bachelard por televisión después de recibir el Gran Premio de las Letras, es un departamento con un granero arriba y un sótano abajo. Allí se aprenden las  cosas más esenciales de la existencia, por ejemplo que la escalera del granero es una escalera que nunca se baja, que siempre se sube, mientras que la del sótano es una escalera que nunca se sube y que siempre se baja. El que ignora esto -y muchas otras cosas del mismo género- ignorara también lo que es la ensoñación, sin la cual no podría haber vida humana.”
En un sentido, Bachelard era autodidacta. Su estilo está en la unión de dos líneas: la científica (hombre diurno) y la literaria (hombre nocturno). Un complejo paisaje espiritual e ideológico, donde la imaginación, lo fantástico y la poesía por un lado, y la filosofía de la ciencia y el espíritu científico, por otro lado, conviven en una dualidad, hasta llegar a un punto de luz que es la imagen, y que hace que la unidad no se quiebre por la presencia de esos horizontes, llevando los elementos del arte a la ciencia y de la razón a la intuición.
De esta manera tan peculiar, la obra de Bachelard deja abierto el camino a una posible “metafísico de lo imaginario”. Pensamiento que comporta una psicología y una ética tanto del artista como del hombre de ciencia.
Los libros de Bachelard (La llama de una vela, La poética de la ensoñación, El aire y los sueños, La poética del espacio, Psicoanálisis del fuego, El derecho de soñar, etc.) están habitados por la constante presencia de la luz, el sueño y la vigilia, como grandes productores de imágenes. El lector encontrará, tratada con un sentido eminentemente lírico, la función de la poesía y su íntima relación con lo imaginario.
“Si no hay cambio de imágenes, -escribe el autor- unión inesperada de imágenes, no hay imaginación, no hay imaginante”. La poesía para Bachelard es una “metafísica instantánea”.
“Ella debe dar, en un breve poema, una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y cosas, todo a la vez. Si sigue solo el tiempo de la vida, es menos que la vida; sólo puede ser más que la vida inmovilizándola, viviendo donde se encuentra la dialéctica de las alegrías y las penas. Ella es entonces el principio de una simultaneidad esencial en donde el ser más disperso, el más desunido conquista su unidad. Ella rechaza la duda. A lo sumo puede necesitar un preludio de silencio.” Además de ser una forma de comunicación, las palabras adquieren en la poesía nuevos significados y se unen a los símbolos y a los pensamientos, para constituir los tres planos en que se expresa la realidad de lo poético. Más, el hecho poético, cree Bachelard, no es simplemente lo que las palabras descubren, ni lo que evocan ni lo que afirman, más allá del significado, prevalece el silencio, como pensamiento oculto y secreto, aflorado desde sus raíces hundidas en el sueño.
Como veremos dos preocupaciones contrarias marcaron la trayectoria de Bachelard: el interés de analizar con rigor los mecanismos lógicos que rigen el quehacer científico y el de descifrar, el otro polo de la creatividad del hombre que es la imaginación, tal como se manifiesta en la movilidad de las imágenes en la poesía. En este sentido, como afirmara Joubert en “Penseés”: “los poetas deben constituir el estudio esencial del filósofo que desea conocer al hombre”.
En las investigaciones realizadas por Gastón Bachelard, en otros de sus tantos libros (El agua y los sueños, la intuición del instante, Fragmentos de una poética del fuego, El materialismo racional, La formación del espíritu científico, Lautreamont) susideas influyeron notablemente el pensamiento psicoanalítico. Permitió explicar la aparición en el Camino de la ciencia, de los “obstáculos epistemológicos” procedentes de la imaginación, erigiendo una incontenible proyección de fantasías inconscientes, complicando la marcha de la observación y el análisis racional. La aplicación del esquema freudiano a las concepciones científicas constituye uno de los aportes más originales del autor.
Bachelard, hombre diurno/hombre nocturno, que es a la vez razón e imaginación Habrá así dos filosofías: una filosofía de la razón y un filosofía de la imaginación. Así como la conciencia del filósofo se hace completamente científica con los sabios, del mismo modo es poética con los poetas.
Doble pedagogía la de Bachelard, donde la poesía es intuición visión, y la razón es analítica, un revisión.
Es preciso, pues, que el espíritu sea visión para que la razón sea revisión, que el espíritu sea poético para que la razón sea analítica en su técnica.
El error, en la ciencia, no es un debilidad sino una fuerza, la ensoñación en la poesía, no es humo sino fuego, y como el fuego, se renueva sin cesar.
Husserl definía la fenomenología como un retorno a las cosas. En este sentido, Bachelard es el mayor fenomenólogo. La filosofía no nace de su pasado, de otra filosofía, sino de una mirada nueva sobre el mundo, de una nueva manera de acceder a las cosas. La filosofía de Bachelard despierta al mundo mismo y para cerrar el perfil abierto en el epígrafe del comienzo, volvamos al mismo: Lo esencial es tener siempre apetito.
En la “Poética de la ensoñación”, Bachelard, un hacedor de libros, se pinta, se perfila a sí mismo al revelar su única y gran plegaria: “Nuestra hambre cotidiana dánosla hoy”.

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