Jorge Cruz y Juan Carlos Herrero: Arte y cultura en el fin de siglo

Entrevista de LUIS RAÚL CALVO y LUIS BENÍTEZ

Generación Abierta tuvo la oportunidad de entrevistar a Jorge Cruz, director del suplemento cultural del diario La Nación y a Juan Carlos Herrero, jefe de la sección bibliográfica del mismo matutino. La problemática de la literatura en este fin de siglo y el panorama de la escritura argentina actual son los puntos principales que se abordaron en esta entrevista. Las observaciones de ambos permiten reflexionar sobre una visión posible de la cultura contemporánea y a la vez, constatar de qué modo la irrupción de la imagen moduló una transformación en las pautas y hábitos de las personas. La desaparición de Oscar Hermes Villordo, ocurrida poco antes de este reportaje, señalada como la pérdida que significa para nuestras letras por los que fueron sus compañeros de tareas en el mismo medio.

G.A.A.L.C.: ¿Cuál es la visión de ustedes respecto a la literatura en este fin de siglo?
Jorge Cruz: La literatura en la actualidad no pasa por su mejor momento, no tanto en lo que se refiere a la calidad sino en la recepción que tiene en los lectores. Tiene que competir con la imagen y tiene que insertarse también en la organización editorial moderna, donde lo comercial posee una importancia que antes no tenía, por lo menos en la Argentina. Creo que en eso se adelantó en los Estados Unidos. Da la impresión de que el autor está un poco supeditado a los editores, mientras que antes ocurría lo contrario. Es evidente que hasta que terminó la primera mitad del siglo, en el mundo había un serie de autores que tenían un prestigio universal muy grande y que hoy no encuentran sus equivalentes. Ahora bien, lo que uno se plantea es si esto se da porque en la actualidad no hay grandes autores o porque la literatura no tiene en el mundo el lugar que le daban antes los editores y los lectores. En cierto modo el editor hoy pide del autor una literatura que se venda mientras que antes era común que los editores tuvieran sus autores, a los cuales admiraban y motivo por el cual se encargaban de promoverlos del mejor modo.
Juan Carlos Herrero: Yo estoy de acuerdo con esto, pero me parece que el proceso se complica más porque en este fin de siglo se entiende que la cultura es una cosa de adquisición fácil, como que se adquiere por así decirlo como por gracia divina, cuando en realidad la adquisición de la cultura es un proceso muy laborioso, muy trabajoso y que cuesta mucho. En ese sentido estoy de acuerdo con Jorge en que la cultura de la imagen y la cultura del facilismo conspiran contra eso y nos hacen creer que accedemos al producto cultural con mucha facilidad. Esto yo lo advierto en la escuela secundaria. El chico no está acostumbrado a que realmente cuesta trabajo leer un libro. Se cree que se puede adquirir eso con la misma facilidad con que se ve una serie televisiva, por ejemplo.
J.C.: Estoy de acuerdo y acerca de lo que dice Juan Carlos recuerdo que en el año ’67 entrevisté para La Nación a Gerardo Diego, que fue uno de los poetas de la generación del ’27, y él me dijo: “En mi época la gente era menos culta, los cultos eran menos y entonces apreciaban más el valor puramente literario, mientras que ahora la gente es más culta o semiculta y entonces uno ve que muchos se largan a escribir, cuando antes el hecho de escribir se veía como una cosa mucho más ardua”. Es cierto lo que dice Diego. Antes uno veía a los escritores con otra dimensión. Creo que es una cuestión de recepción de las cosas.
J.C.H.:  Sí, y de hábito también. Se ha perdido el hábito por la lectura y eso atenta contra la literatura como producto cultural. Si la gente no está acostumbrada a leer, va a leer lo más fácil. Por eso se lee menos poesía y se ha dejado de leer aquellas obras que tienen valor por lo exclusivamente literario. Lo que tiene valor ahora en una novela, por ejemplo, es que tenga acción, que tenga una trama más o menos fácil, que se desarrolle con un principio, un nudo y un desenlace. Yo no estoy tan de acuerdo con vos, Jorge, en lo referente a los valores. Creo que ahora hay muchos valores. Por ejemplo, en la literatura española se habla de un nuevo Siglo de Oro…
J.C.: Justamente es lo que decía. Yo atribuyo el estado actual a la recepción pero no ala falta de valores, esto lo dije claramente. No creo que hayan disminuido los valores, pero evidentemente el medio en que el escritor se ubica es distinto.

G.A.A.L.C.: ¿Ustedes coinciden en que esa idea de facilismo destruye el sentido critico que necesita un lector para poder diferenciar entre el autor verdadero y el falso?
J.C.: La pérdida de valores incluso literarios es algo muy común en esta época, no distinguir una cosa de la otra y juntar todo…
J.C.H.: Yo creo que un poco la responsabilidad es de los docentes, es decir de aquellos que deben enseñar a amar la literatura. El profesor de la escuela secundaria opta por el modelo fácil. Hay alumnos que salen de la universidad sin haber leído el poema del Mío Cid, sin haber leído a Cervantes, pero quizá sí vieron una pirotecnia de fragmentos sobre la novela de la guerra civil española, porque eso impacta más, porque deslumbra y tiene conexión con vivencias más actuales, con resonancias de tipo político o ideológico. En eso somos culpables los que hacemos docencia.

G.A.A.L.C.: ¿Cuál es la opinión de ustedes sobre la literatura argentina actual?
J.C.: Hoy el lector ha ingresado en el campo de la literatura mundial. Hasta fines de la mitad de este siglo, los países literarios eran cinco o seis, pero ahora han ingresado una cantidad enorme. Asia, África, países de Europa que antes no figuraban. Latinoamérica antes no contaba para los europeos, España tampoco, de manera que los países literarios eran Inglaterra, Francia, Italia, Alemania, Estados Unidos. Este cambio que se ha dado por un lado es positivo y por otro lado plantea problemas grandes en lo que se refiere a la traducción, por tantos idiomas que hay que trasvasar a otras lenguas. Pero es importante el ingreso de varios países a nivel internacional. Esto conlleva al derecho que tiene cada país de dar a conocer a sus autores.
J.C..H.: Creo que se ha perdido la “argentinidad”. Esta universalización de la literatura hace que se pierdan ciertos valores que podríamos considerar como distintivos de la narrativa argentina. Esto lo notamos más en los nuevos narradores que están muy influidos por la nueva narrativa norteamericana y prácticamente son una copia de los narradores estadounidenses. Pienso, por ejemplo, en un Marechal, en un Cortázar o en un Arlt en nuestra época y no los encuentro.
J.C.: Un poco han mal seguido a Borges, por el lado de la cultura, de la erudición, de lo policial…
J.C.H.: Sí, pero no encuentro ningún autor joven que yo pueda decir que es un escritor rioplatense.
J.C.: Aparte se ve mal el nacionalismo, lógicamente hablamos del nacionalismo en el buen sentido de la palabra. Pero esta cosa de la argentinidad se ve como una cosa muy antigua.

G.A.A.L.C.: Haciendo un balance de este año literario (1993) ¿qué libros argentinos llamaron su atención como lectores?
J.C.H.: Bueno, el primero que mencionaría sería el de Guillermo Martínez…
J.C.: Guillermo Martínez es una verdadera revelación joven. “Acerca de Roderert” es un libro sumamente interesante. También mencionaría a Chernov, ganador del premio Planeta. Creo que es una de las esperanzas más serias, más considerando que es una novela densa y de mucha categoría.
J.C.H.: Yo realmente no puedo mencionar ningún libro argentino que me deslumbrara. Respecto a Chernov, a, mí me gustó más el libro de cuentos “Los amores brutales”. También Rivera me parece un autor que mantiene su nivel.
J.C.: Pero no hay alguien que se destaque netamente. Son todos autores muy parejos.
J.C.H.: Y ninguno destacado. Claro, tampoco hemos leído todo porque es imposible.
J.C.: En poesía también. Uno puede hablar por amistad o por gustos personales, pero no hay uno que en el consenso literario se destaque netamente. Hay que ir a la generación de gente de bastante edad para que alguien salte solo y por méritos incuestionables.
J.C.H.: Sí, en poesía siempre tenemos que volver a los viejos, a las cosas de Juarroz…
J.C.: 
Claro, y que este año publicó esos dos tomos de obras completas que fueron todo un acontecimiento.
J.C.H.: Una prueba la tenemos si recorremos librerías de Corrientes. Títulos qu tuvieron una promoción muy fuerte, con bombos y platillos y críticas buenísimas ya los tres meses de haber salido el libro uno los ve en las pilas de ofertas. ¿Qué pasa con esto? ¿El libro no era bueno?
J.C.:
 Esto es dramático y muy difícil de explicar. Porque a veces el libro es muy bueno pero el lector no lo lee porque no le interesa cierta clase de literatura.


G.A.A.L.C. ¿Cuáles son las carencias que ustedes aprecian actualmente en el terreno poético?
J.C.: Quizás una falta de personalidad que hace que ninguno se imponga o interese de una manera muy particular. Es una pegunta difícil…
J.C.H.: Yo si me arriesgo a decir que hay una carencia. Es un carencia de simplicidad en la poesía y una falta de lo poético. Cuando hablo de simplicidad me refiero a que casi toda la poesía joven está dentro de lo que llamaría literatura experimental, que hace que falte precisamente lo poético, que es eso indefinible pero que a su vez es lo que constituye la poesía. Por ejemplo, una cosa que marca Octavio Paz como elemento fundamental del poema y que es el ritmo. En los poetas jóvenes hay carencia de ritmo, y se siguen modelos experimentales de una poesía ya superada o quizás demasiado intelectualizada. Es decir, habría carencia de sencillismo o de humildad poética.

G.A.A.L.C.: ¿Cómo ven al escritor actual en lo que se refiere al desarrollo de su obra literaria?
J.C.: Es un verdadero drama el del escritor en esta época, como el del artista en general, porque da la impresión que todo es experimental y el escritor se plantea si debe continuar haciendo lo que se hacía o debe tratar de inventar algo nuevo. En materia de narración digamos lineal, el siglo XIX agotó prácticamente !as posibilidades. Esto ha seguido en el siglo XX pero ya llegamos a fin de siglo y vemos el drama del escritor –tanto en poesía como en narrativa– que intenta dar un poco una versión nueva de la literatura, pero también con una forma nueva. Entonces, como esto es muy difícil, porque parece todo agotado, aprovecha la imagen y todo lo que conlleva la imagen para ir hacia adelante por sobre la literatura.

G.A.A.L.C.: ¿Qué les sugiere esta heterogeneidad de estilos que se da en la literatura, como en el arte en general?
J.C.: Una especie de inseguridad y de desesperación por encontrar una vía original.
J.C.H.: Quizás sea un reflejo de la crisis, de este fragmentarismo del mundo contemporáneo. En Estados Unidos venden la Biblia en computadora. Va a desaparecer el libro impreso como objeto, como posibilidad de marcar y de remarcar aquello que a uno le interese. Hacia donde vamos no sé, pero indudablemente estamos en lo peor de la crisis. Creo que ese concepto de la nueva Edad Media es muy válido. Si las computadoras y la imagen van a ocupar todo el espacio cultural, quedarán islas culturales…
J.C.: Si, es cierto, pero en general los lectores siempre han sido pocos. El arte y la literatura nunca fueron cosas multitudinarias, al contrario. En relación, hoy se lee más pero quizás se leen cosas peores. En cambio lo que sí se ha perdido es esa genuina cultura popular que existía admirablemente en el siglo XIX. Una cultura que era como un organismo y que tenía sus leyes propias y su riqueza propia. En cambió hoy no hay cultura popular, lo que hay es una cultura de masas y que influye tanto en lo que estamos hablando.

G.A.A.L.C.: Esa inmediatez que provocan los medios de comunicación, que todo sea simultáneo, todo contemporáneo y que todo suceda al mismo tiempo y en el mismo lugar…
J.C.H.: Es lo que decía en una mesa redonda Aída Bornik, lo terrible que le parecía a ella que estemos almorzando mientras vemos cómo se mueren de hambre en Somalia y que ya no nos conmueva.
J.C.: Pero yo creo que esto se debe a que a la noche vemos una película en donde otros chicos se mueren también, pero es una película, es ficción, y se confunden los planos para el ojo del observador.

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