Eduardo Baliari: “La última novedad es sobrepasar el modernismo, entonces anunciamos el posmodernismo”

Entrevista de ADRIANA GASPAR Y PATRICIA FAYT

G.A.A.L.C.: ¿Siempre estuvo atraído por los temas del arte?
EDUARDO BALIARI: Desde mi adolescencia comencé a leer e interesarme por todo lo que se relacionara con el arte, comenzando por mis continuas visitas al Museo para estudiar –y gozar– las obras de los grandes maestros, que por suerte después pude completar con visitas a algunos grandes museos del mundo en mis viajes al exterior. Y, por supuesto, la lectura de todo lo que tuviera atingencia con ellas. Después viene el vértigo. En mis visitas a los talleres de mis amigos pintores, fui interesándome por los procedimientos, técnicas y todo lo que se relacionaba con el sector. Había tiempo para todo, pero la verdad es que yo quería ser músico, pianista, pero cuando había cumplido el ciclo teórico previo, y comenzado a afrontar el piano, debí abandonar por razones personales que cuesta recordar… Y enseguida viene el vértigo de las publicaciones. Durante diez años publiqué una revista, “Caballete”, a pura pérdida, por supuesto. Cuando ese incansable animador del teatro independiente, Onofre Lovero, realizó la increíble aventura de crear el “Teatro de los Independientes”, en un sótano de la calle San Martín, me confió la creación de una galería de arte. Allí realizamos, sin cobrar un centavo a los pintores, alrededor de cien exposiciones de los más significativos artistas del momento, desde Del Prete a Battle
Planas. En otra oportunidad, la Asociación Estímulo de Bellas Artes me llama para la dirección de una revista, “Crear”, en la que enfocábamos los más diversos temas del mundo plástico, contando con el apoyo de un grupo de artistas inolvidables: Jarry, Borraro, Guastavino, Pibernat, Oliva Navarro, Antonio Montero, para nombrar a los ya desaparecidos. Pero llegado el número 34, cuando había preparado una violenta critica al Salón Nacional, frente a las irregularidades que en él se venían produciendo en detrimento del arte argentino, la edición fue condenada al fuego por sus directivos, por temor a las represalias de las autoridades gubernativas. Tras mi lógica renuncia y alejamiento, “Crear” no tuvo continuidad…

G.A.A.L.C.: ¿Cómo ve usted la evolución pictórica en la Argentina?
E.B.: Tanto como en las ciencias, en el arte, la vida espiritual no puede limitarse a una acción evolutiva que no sea hacia adelante. En las ciencias, lo estamos viendo, de inagotable perfección. Pero sin que sea una obligada comparación con aquélla, el espíritu del hombre, sus vivencias espirituales, no pueden transcurrir a esa misma velocidad ni con idénticas exigencias. Si recordamos la historia del arte a través de los siglos, comprobamos que son muy limitadas las fases evolutivas, en alguna ocasión acompañadas de la ciencia, como lo fue la óptica para el impresionismo. Por eso alarma que a partir del comienzo de este siglo se estén tratando de imponer supuestas evoluciones, modificaciones mejor dicho, fundamentales en el lenguaje artístico, como imprescindibles para su adopción. Si meditamos sobre los escasos períodos que duran esas proposiciones, llámense evoluciones si se quiere, como el cubismo, por ejemplo, descubrimos que no se trata de evoluciones sino de la adaptación de cierto aspecto que la ciencia puede proporcionar, pero que con ello no se transforma fundamentalmente el contenido, el espíritu, la esencia y hasta la necesidad —sí, la necesidad— del arte. Colgada en un famoso museo universal hay desde hace siglos, una media figura sonriendo —si no fuera un sacrilegio me animarla a decir que tontamente– ante la cual siguen desfilando admirativa y emocionalmente conmovidos millares de personas, viviendo una profunda emoción, pero sin agotarla. Hoy aparecen “maneras” para las cuales se antepone siempre una explicación que quiere ser teórica, pero que mañana serán suplantada por otra sin medir en sus consecuencias. Habría que admitir la evolución en su medida, la modificación en sus necesidades. En cambio yo creo que hay algo así como un proceso de “volatilización” confiando exclusivamente en la técnica, en la que se están esfumando los elementos fundamentales de la pintura, que es decir el arte: no ajustarse a sus leyes, trabajo, constancia y, por qué no, -lama la historia– sacrificio. Millet lo dijo en el siglo pasado: “El arte es un combate. Hay que pintar dejando el pellejo”. Ahora es más cómodo hacer un cuadro que va acompañado de una fórmula explicativa para justificar la teoría que lo acompaña, generalmente elucubraciones literarias. Por eso la última novedad es sobrepasar el modernismo; y entonces anunciamos el posmodernismo. No creo que valga la pena hablar de construcciones y otras variantes que ya entran en el terreno de la burla o el absurdo. Y no obstante ello, la marcha del arte, del espíritu, no se detiene y es así como aparecen renovadamente jóvenes artistas que traen lo de siempre. Y de ésos hay muchos entre nosotros, sólo postergados por la bullanguería de las estruendosas retrospectivas de los entronizados, que no son más que incongruencias. Creo que, en lo que se refiere al aporte de las condiciones físicas de nuestro país –físicas en todas sus consecuencias– y la presencia en la memoria de un caudal inagotable de grandes artistas desde nuestro origen, sumado el caudal cultural en el devenir de un pasado de inagotable venero espiritual, valen para asombrar al mundo, en este caso con la labor de nuestros artistas. De ayer y de hoy. Y por eso creo que nuestro deber, el de quienes estamos difundiéndolo, es tanto como reafirmarlo, alentar una continuidad que no tiene contención…

G.A.A.L.C.: ¿Y cuáles son las posibilidades, en nuestro país, para los artistas?
E.B.: Creo que el arte no necesita clima social, geográfico, diferenciado. El artista es un ser dotado de condiciones personales que debe cultivar con paciencia y sacrificio en el estudio que le permita alcanzar el grado de comunicación indispensable, tan beneficiosa para los seres humanos, cuando no para lo que entendemos por sociedad, sin esperar que ello pueda significar la seguridad de su retribución, sabiendo que no hay compensación para ello, y que en cambio muchas veces puede encontrar el eco del silencio. Todos esperamos el tiempo en que el proceso sea al revés, que el artista obtenga el “beneficio” por su obra. Pero creo que no lo alcanzará en esta sociedad… Retrocediendo en la historia encontramos que el arte, la obra del artista, no necesita clima, país, geografía, temperatura, estado social especial para su desarrollo. No obstante, nuestro país joven, para admitirla clasificación que repetimos como un sonsonete, “necesita” de las distintas modalidades del arte para su influencia en la sociedad y aun cuando no ha sido comprendido por las autoridades oficiales, siempre aparece una consecuencia utilitaria de la obra del artista. En cuanto al clima, recordemos que en la temporada pasada, por ejemplo, asistimos a una exposición de obras de seres que viven en el hielo de la región polar, junto a otra de artistas ingenuos de un cálido país centroamericano… Ahora, si la palabra posibilidad hay que relacionarla exclusivamente con el beneficio pecunario, la distancia que existe entre la producción y la obra con lo que entendemos por sociedad, pueblo, es de contingencias tan azarosas como injustas o inesperadas. Y ya es entrar en la zona de los economistas y los sociólogos…

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