Invisibilidades y Arte de Concepto para un Mismo Siglo

Por ADRIANA GASPAR

Pierre Reverdy, personaje admirado por los surrealistas escribe en 1918: “La imagen es una creación pura del espíritu. No puede nacer de una comparación sino del acercamiento de dos realidades más o menos distantes. Mientras mas distantes y justas sean las relaciones entre las dos realidades aproximadas, la imagen será mas fuerte: tendrá mayor potencia emotiva y mayor realidad poética“.
El discurso estético del siglo XX contempla en su estatuto cierto grado de invisibilidad que atrapa la mirada del espectador, su búsqueda se intensifica otorgándole a ella poder para develarla, descubrirla y llevarla al mundo de la visibilidad. ¿Este no es acaso el de los opuestos, el de las dos realidades? ¿No pretendemos ver acaso lo oculto, lo invisible, lo velado,  en la verdadera obra?
Si buscamos en el diccionario el significado de  la palabra oculto nos encontraremos con la siguiente definición: escondido, ignorado, que no se da a conocer ni se deja ver o sentir.
Haciendo un análisis de este significado veremos que en los primeros cincuenta años del siglo XX, la obra de arte responde a un discurso enigmático, cargado de misterio. Misterio que formaba parte del estatuto de belleza vigente, en aquella época. Su enigma, misterio, su invisibilidad visual, la hace perdurable a través  del tiempo.
Estas invisibilidades seguramente responden al paradigma de lo maravilloso, lo oculto en la obra de arte. Fuerzas que se esconden en el aura de la obra, y recrean ese estado de vigilia permanente. Las que también nos guía hacia un discurso sugerente, el que se construye desde el pensamiento, desde el propio relato de la imagen, el que nos transporta al universo de lo erótico, lo ausente, misterioso, culminando en un relato abierto, que concluye el espectador.
Son estas invisibilidades poéticas que se nutren de fuerzas ocultas, las que se generan a través de sinuosos signos conformando el lenguaje estético de una obra. Posibilitando en algunos casos un proceso de descubrimiento del objeto que lo ubica en múltiples escenarios.
Siguiendo el recorrido mencionado al principio, percibimos esta lectura especialmente en los surrealistas, los simbolistas. También en el expresionismo abstracto, el informalismo y la propia abstracción se visualizan señales que emergen de la esencia propia de la obra, la que le otorga la mística necesaria para dotarla de autenticidad.
Para dar un ejemplo tomamos la producción de Max Ernst, en la obra: La vestimenta de la novia en la que el espacio plástico se construye en una dimensión habitada por la simbiosis de figuras como lo animal, lo humano y lo vegetal.
Dimensión que se origina a partir de una realidad que solo se hace posible cuando la búsqueda se proyecta a la invisibilidad, dejando atrás el mundo material. Solo así dará paso a la otra realidad, la que permanece oculta, la que habita los sueños, la vigilia y activa lo maravilloso.
Aquí observamos lo ceremonial que caracteriza una boda. La novia inmersa en una atmósfera amenazante, aguardando un acontecer casi inesperado. Figuras contrastantes, vestimenta cuantiosa, un pequeño personaje se asoma, ¿un sirviente?, ¿o un cómplice?.
¿Qué nos quieren transmitir: un enlace temido? ¿Por qué? ¿Qué hay detrás del ropaje? Un rostro que apenas se percibe, se muestra, se oculta.
El espectador debe jugar con su imaginación e intentar develar o no lo que el artista propone. Un mundo de realidades opuestas. Mundo en el que lo erótico forma parte del escenario que se pone de manifiesto, sugerencias, presencias, enigmas y  ausencias, pueblan la obra y fortalecen su discurso.
Mucho es lo que se puede ocultar y revelar en esta creación. Un relato social, cultural, personal. Quien la mira deberá descubrirlo.
Descubrir, develar, observar, son algunas de las características que constituyeron el discurso de la modernidad.
Un siglo XX atravesado por dos relatos y en cada uno de ellos, el arte, ha dado respuesta a su tiempo.
Concepto y obra generan la dialéctica que constituye el lenguaje que dará forma al discurso estético de los últimos cincuenta años del siglo XX.

Un siglo que termina no solo con la constitución de una estética diferente, sino también con la de un nuevo rol para el espectador del mundo contemporáneo. Un desafío que no sólo involucra a los artistas  sino también a sus receptores.

Elena Olivera en su libro Cuestiones del Arte Contemporáneo nos dice: Danto afirma que no hay ”fin” del arte pero si termina concluyendo que hay un ”fin de la historia del arte”, entendida ésta como plasmación periódica de distintas expresiones culturales atravesadas por grandes relatos o paradigmas estéticos.
A partir de estas afirmaciones las prácticas artísticas de las últimas décadas nos llenan de interrogantes, nos conducen a la reflexión, las que tendremos que develar y analizar, no sólo para una mejor comprensión del mundo del arte sino también de las figuras que lo componen.

Bibliografía: Elena Oliveras, Cuestiones del Arte contemporáneo, Emecé, 2008.
Danto, Arthur. Después del fin del arte, Barcelona, Paidós Ibérica, 1999

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