El Columnista Invitado: CARLOS FUENTES

Algunas notas de una pasión mexicana

Por Roberto Ferro

 

Carlos Fuentes nace en 1928 en la embajada de México en Panamá. En los primeros años de su vida, debido al cargo diplomático de su padre, vive en ciudad de Panamá, Quito, Montevideo y Río de Janeiro. Entre 1934 y 1940, asiste a la escuela pública en Washington, donde su padre ha sido nombrado consejero de la embajada. Entre 1940 y 1944, reside en Santiago de Chile y Buenos Aires. Carlos Fuentes vuelve a México a los 16 años y se radica allí hasta 1965. Es el lapso más largo que ha permanecido en su país y el período que marcó de modo decisivo el recorrido de su porvenir. Solamente realiza algunos viajes esporádicos y permanece un año en el Instituto de Altos Estudios Internacionales en Ginebra, en 1950. Tras estudiar en el colegio de México y en el colegio francés Morelos, termina la carrera de leyes en la UNAM. Fuentes regresa en plena adolescencia a una ciudad que llegó a ser el espacio privilegiado en el que expuso los secretos de México por medio de la literatura. En la época en que recaba experiencias  e información que alimentarían La región más transparente. En aquellos años, Fuentes vive en una atmósfera marcada por el debate intelectual en torno de la filosofía de lo mexicano y mantiene una relación de amistad con Alfonso Reyes y Octavio Paz que fueron decisivas en esta etapa de formación. En 1954, publica Los días enmascarados, en éste, su primer libro, se exhibe ya la impronta de indagación de la identidad mexicana y la búsqueda de los medios expresivos más adecuados para designarla. En 1955, funda con Emmanuel Carballo y Octavio Paz la Revista Mexicana de Literatura. Por aquellos años, la novela mexicana estaba atravesada por líneas cristalizadas y repetidas: tanto por la crónica o el testimonio épico de la revolución mexicana como por la vida en el campo y la provincia, todo ello desplegado por moldes convencionales. Contra esta novelística confronta Carlos Fuentes en sus novelas La región más transparente, 1959, y La muerte de Artemio Cruz, 1962, que están en abierta polémica con la novela tradicional de la revolución mexicana. Frente a la retórica de la novela tradicional, Fuentes aparece como el novelista que relata la otra historia, la verdadera, la que ha quedado oculta; se propone desmontar la novela de la revolución como epopeya y escenifica en su escritura la incorporación de nuevos procedimientos narrativos provenientes de la novela inglesa y norteamericana de las décadas del treinta. Algunos de ellos son la fragmentación de escenas, el monólogo interior,el flashback, citas famosas del pasado, anuncios en las calles que alguien lee, titulares de periódico y una evidente contaminación con los artificios cinematográficos. El tratamiento de la materia narrativa en La muerte de Artemio Cruz, trabajada por una exasperada fragmentación, relatada por tres voces que convergen en la figura del protagonista, despliega una visión diferente y muy conflictiva de la revolución mexicana. Estas dos novelas tienen una amplia repercusión en México y en Latinoamérica y contribuyen a proyectar a Fuentes, como una de las principales figuras del llamado “Boom” de la literatura latinoamericana. En La nueva novela hispanoamericana de 1969, Fuentes expone un cruce entre el manifiesto de su teoría del género y la construcción de un canon. La nueva novela para Fuentes surge, por una parte, como ruptura de los códigos costumbristas y, por otra, como la prolongación de otras tradiciones. El propósito de modernizar el género o de ajustarlo a determinados fines sin desarraigar su obra de la literatura mexicana, guía la lectura de Fuentes de los procedimientos de otras literaturas, gesto simultáneo a la valoración de lo mexicano como repertorio riquísimo e intocado. Carlos Fuentes es un fervoroso adherente de la revolución cubana y ésto marca de manera decisiva su actividad política de aquellos años. En un ensayo recogido en Tiempo Mexicano, 1972, Fuentes afirma: “Lo que un escritor puede hacer políticamente, debe hacerlo también como ciudadano, en un país como el nuestro el escritor, el intelectual, no pueden ser ajenos a la lucha por una transformación política que, en última instancia, supone también una transformación cultural. En gran medida, el escritor en México, le da voz a quienes no pueden hacerse escuchar”. La prolífica producción de Carlos Fuentes abarca fundamentalmente dos ámbitos, la novela y el ensayo. En el primer caso publica entre otras, Zona Sagrada y Cambio de piel, 1967, Cumpleaños, 1969, Terra Nostra, 1975, por ésta recibe el premio Rómulo Gallegos en 1977, Una familia lejana, 1980, Cristóbal Nonato, 1987 y Diana o la cazadora solitaria, 1994. La novela es para Carlos Fuentes, la búsqueda del conocimiento mediante la imaginación y el intento de reemplazar el discurso oficial sobre la nación por el relato imaginario de la nacionalidad. Desde su concepción, la novela es el encuentro de lenguajes, de tiempos históricos, distantes y civilizaciones que de otra manera no tendrían oportunidad de relacionarse. Es la voz de un mundo en proceso de crearse y una pregunta crítica acerca del mundo pero también acerca de ella misma. Algunos de los títulos de sus principales ensayos son: La nueva novela hispanoamericana, 1969, Tiempo Mexicano, 1972, Cervantes o la crítica de la lectura,1976, El espejo enterrado, 1992. La obra toda de Carlos Fuentes está atravesada por vasos comunicantes entre los géneros y por un credo estético y político en una escritura que busca, por un lado, prolongar la vida del idioma español como interlocutor y protagonista literario universal, y por otro ensayar una interpretación de su oficio, de su lengua y su geografía capaz de fijarlo a una historia concreta. Desde 1965, la vida de Carlos Fuentes se ha hecho itinerante. Vive en París, enseña en Harvard, Columbia, Cambridge, Princeton. Su obra ha sido distinguida con importantes premios: en 1977, el Rómulo Gallegos por Terra Nostra, en 1984 obtiene en México el Premio Nacional de Literatura, en 1987 el Premio Cervantes de Literatura, máximo galardón de la lengua española, en 1992 recibe el premio Menéndez Pelayo y en 1994 el Príncipe de Asturias en España y el Grinzane Cavour en Italia.
Los principales diarios del mundo publican frecuentemente sus artículos, ya sea sobre crítica literaria, ya sea sobre la actualidad política. Su obra sigue en constante crecimiento, en 1994 publica una recopilación de ensayos bajo el título de Nuevo Tiempo Mexicano y La Frontera de Cristal una novela que refleja los doscientos años de la compleja relación entre México y Estados Unidos.

Buenos Aires, Coghlan, marzo de 1997

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