El Columnista Invitado

Victoria, su legado criollo

Por María Luisa Biolcati


Cuando se me pidió que escribiera sobre Victoria Ocampo y se me dió el espacio dentro del cual debía hacerlo, no tomé conciencia de la dificultad de reducir a tan pocas líneas una visión de su vida y de su obra. Victoria fue un ejemplar único en su tiempo que aún no se ha repetido en nuestro país. García Lorca podría haberle dicho seguramente: “Tardará mucho en nacer si es que nace”… Ejemplar único por sus virtudes, por sus defectos, por las condiciones que se le dieron para desarrollar su vida, por su valentía, por su audacia, producto de una educada timidez.
Pero, no me voy a ir por las ramas y dejar llevar por la atracción que sobre mi ejerce su personalidad, elegiré modestamente algo: su amor por América, su necesidad de América. Y lo elijo porque es un tema polémico entre nosotros los argentinos.
Está demasiado difundida la idea de que Victoria vivió con los ojos puestos en Europa. Y sí, es cierto, quién puede dudar de su pasión por aquella cultura, pero quién puede poner en duda el amor a su tierra. En la carta que Victoria le escribe a Virginia Wolf y que integra el primer tomo de los Testimonios, ella le habla de su hambre, ¡”De mi hambre, tan auténticamente americana! pues, en Europa, como le decía a usted hace unos días, parece que se tiene todo, menos hambre”. Ese hambre americana fue insaciable y la que marcó los pasos de Victoria a lo largo de toda su vida. Desde ella fue a los otros intentando descubrirlos, con una cuota de asombro y una inteligencia alerta que le permitió mantenerse joven y vital a lo largo de sus 89 años.
Le dice a Marco Denevi en una carta, fechada en 1975: “Vivir ha sido (es) mi gran tentación. Todo lo que ofrece el mundo despierta mi apetito. No comprendo que mucha gente tenga la sensación de que se le acabó la vida porque se le acabó la juventud. Yo tengo mucho más que mis libros y mi escritura. Tengo el mundo”.
Esta actitud nos permite comprender por qué necesito abrevar en sus propias fuentes la cultura que aspiró para ella y para su país. Y por qué gastó fortunas en editar y difundir libros que puso a nuestra disposición, libros de escritores franceses, ingleses, italianos, muchas veces traducidos por ella misma. Estos libros no se publicaban con un seguro éxito de venta sino con el único seguro de su valor intrínseco.
Cuando amamos de veras a alguien sólo deseamos que comparta nuestros placeres.
El placer de Victoria consistió en hacernos compartir a los argentinos, su propio placer: los libros que había gozado; las personas que la habían deslumbrado. Gracias a esta actitud de vida tuvimos la posibilidad de leer a ilustres desconocidos para la mayoría. De leerlos a través de los artículos publicados en la revista “Sur” por ella fundada en 1931 y también a través de la Editorial del mismo nombre creada en 1933 por consejo de Ortega y Gasset para compensar las pérdidas económicas que le acarrearía la revista. La editorial en este caso se sumó al déficit de la revista. Ella, directora de ambas, no tuvo ojo clínico para los negocios. Sí, en cambio, para descubrir el talento. Así llegaron a dar conferencias: St. John Perse, Michaux, Drieu la Rochelle, Malraux, Graham Greene, Keyserling, Baeza, Caillois y tantos otros. Unos ya consagrados, otros, en vías de serlo. Pero aquí las cosas no acaban y voy a aquello en lo que quiero poner el acento: Victoria les enseñó a ellos a amar a América. Les transmitió su propio amor.
Les hizo sentir -sin proponérselo, por supuesto- que ella era auténticamente americana.
Le dice Gabriela Mistral en una carta: “Usted me ha hecho muy bien, yo necesitaba saber, saber (repite) que el blanco completo puede ser americano genuino. No puede entender cabalmente lo que esto significa para mí. Ha sido descomunal mi sorpresa de hallarla a usted tan criolla como yo y hay algo que no puedo soslayar  -dice Gabriela- su cultura me la pueden dar otros en Europa, su verdad y su violencia vital no me la da nadie. Es el estilo americano más intemperie que sea dable”.
Forzoso es reconocer que la prosa de Victoria posee un tono decididamente argentino, caracterizado fundamentalmente por la fluidez coloquial que ya encontramos en Sarmiento y en Wilde, y que responde al ideal de Unamuno: “Hay que escribir como se habla”. Odio -dice Victoria- la literatura enguantada, los guantes hacen perder la temperatura. Leer a Victoria es dialogar con ella, compartir sus preferencias, su dolor, su alegría, su pasión, sus recuerdos y compartir todo esto sin solemnidad.
Tanto a través de los Testimonios como de su Autobiografía Victoria nos brinda su pensamiento, su juicio sobre libros, su generosidad con el amigo, su pasión irrefrenable por la libertad, su disconformidad con tal o cual situación política, su defensa incondicional de la mujer. Sus deslumbramientos y fracasos. No se esmera en mostrarnos a la mujer que quizá hubiera querido ser, sino simplemente la que fue. Lo hace sin andar con vueltas, sin eufemismos, sin importarle las consecuencias.
Y uno se pregunta: serán estas características las que llevaron a Gabriela a ver en Victoria a una auténtica criolla.
Tagore insiste en lo mismo y el 13 de Enero de 1925 desde el Giulio Cesare le escribe “Cuando estoy lejos de mi tierra busco individuos que puedan representar el país al que pertenecen. Para mí el espíritu de América Latina vivirá siempre en mi memoria encarnado en su persona… Usted me brindó, a través de usted misma, el toque personal de su país”.
Y Sábato, en cierta oportunidad dirá: “Era argentina en sus virtudes y sus defectos, también en el famoso europeísmo. Los europeos no son europeístas, son simplemente europeos”.
En París el 30 de Diciembre de 1908 Victoria escribe: “Ahora extraño el sol, el cielo de mi tierra. Por primera vez comprendo que la tierra donde hemos nacido nos tiene atrapados, quiero a América. Cuando pienso en el jardín de San Isidro, en sus flores (que están floreciendo en este mes); qué nostalgia. ¿Para qué viajar si uno lleva adentro en germen toda la belleza del mundo?”.
Cuántas veces habré oído: “Si a la Ocampo le interesa tanto lo europeo, porqué no se queda a vivir en Europa, y la consiguiente respuesta: “Claro, allá hubiera sido una de tantas, acá era única en su género, era el centro de la vida cultural de Buenos Aires. Por lo menos del Buenos Aires que a ella le interesaba”.
Creo que están equivocados los que así piensan. Victoria sentía en Europa, como ella misma lo dijo, una gran nostalgia de su país, claro que cuando se quedaba largo tiempo en Buenos Aires, la nostalgia la empezaba a sentir con respecto a Europa. Sensación, por otra parte, muy común y nada contradictoria. No se necesita ser europeizante para sentir nostalgia de las calles de París, de sus bouquinistes junto al Sena, de los pueblitos, como pintados, de los Alpes al sur de Francia o de la belleza del Arno deslizándose entre las calles de Florencia. Victoria diría en este caso, de acuerdo con su modalidad: “Razonar sobre estas cosas puede llegar a ser estúpido de tan obvio”.
Y cómo no iba a añorar el mundo que vivió a los seis años, la lengua en la que empezó a leer y escribir, la lengua de las canciones de la infancia, en la que luego leerá las primeras novelas de amor. La infancia nos deja marcas indelebles en la sensibilidad, en los afectos, en la inteligencia. ¿Por qué a ella no?
Victoria compartió esta situación con otros contemporáneos, con Ricardo Güiraldes, con Borges por ejemplo. Y Güiraldes nos dejó el gran libro sobre la pampa y el gaucho, y Borges cantó con fervor a Buenos Aires. Llevaban el país muy adentro de ellos mismos, no corrían el riesgo de perderlo. Sabían muy bien que esas grandes extensiones de soledad, esas masas de silencio en las que el horizonte no se alcanza estaban en su sangre.
Victoria sintió un gran orgullo en mostrarlas. En Junio de 1939, invitado por ella viene Roger Caillois a Buenos Aires. Llegó -dice Victoria- con las conferencias en su cartapacio; yo lo esperaba con la pampa y los Andes en el mío.

María Luisa Biolcati: Escritora, Profesora en Letras. Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Primer Premio de Poesía de la Universidad de Buenos Aires. Entre sus libros: Más allá del mar, En la curva del tiempo, Espacios de la memoria, etc. Presidenta de la Fundación Argentina al Mundo.

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