El columnista Invitado: Amadeo Gravino

El Borges Vanguardista

I

Según escribió hacia 1990 el crítico y poeta italiano Alfonso Berardinelli, “el lenguaje de la lírica moderna, tal como escribe Hugo Friedrich, es la negación activa y dinámica de toda determinación de tiempo y de espacio. (…) Y no es casual que en los últimos 20 0 30 años su mayor representante sea Jorge Luis Borges (…) el hombre hecho de libros y de citas, que no tiene necesidad de mirar a su alrededor para saber y ver todo, ya que su ojo mental esta dirigido hacia el Aleph, la mónada fantasmagórica en la que milagrosamente está contenido todo el espacio cósmico y donde cada cosa es visible desde todos los puntos de vista del universo“.
Nos refiere María Adela Renard, reconocida especialista actual en la obra de Borges, que según sus propios escritos, en sus años de madurez Borges pensaba que: “el poeta recibe el don del Azar o del Espíritu (nombre este último, que los hebreos y Milton dieron a la Musa), con el cual debería comunicar un hecho concreto y llegarnos con él de un modo casi físico. Asimismo, nos dice que, “tanto a la doctrina romántica de los clásicos por un lado, por la cual una Musa inspira al poeta, como a la formulada en 1846 por Poe por el otro, que considera al poema como resultado de la labor de la inteligencia”, el Borges maduro les concedía también una buena parte de verdad, aunque aclarando que, por lo menos para él, “ambas intervenían en distintos momentos de la creación de un poema”.
En este trabajo voy a referirme sólo a un breve fragmento del camino recorrido por Borges para llegar a esa elaborada conclusión: el de su relación juvenil con las vanguardias de principios de siglo.

II

En 1921, más de dos años después de que finalizara la Primera Guerra Mundial, siendo todavía muy joven, Borges retorna a nuestro país con su familia después de haber permanecido en Europa desde 1914. Esos años de ausencia se repartieron para él entre los estudios propios de su edad: estudio latín y francés y obtuvo su título de bachiller en Ginebra. El descubrimiento en plena adolescencia de un mundo distinto y nada comparable al conocido durante su niñez: recorrió París y el norte de Italia antes de establecerse en Suiza y luego en España. Y el placer que obtenía por la lectura rigurosa que realizaba de las obras de grandes autores pertenecientes a diversas lenguas y tradiciones.
Allí en Ginebra, Borges aprende el idioma alemán por propia iniciativa. Idioma que suma al inglés que dominaba plenamente porque se empleaba en su casa. Entonces lee en su lengua original a Heine, Schopenhauer y Nietzche, escritores que marcan desde entonces su comprensión del mundo, su pensamiento. Al igual que Carlyle, notable germanista inglés, cuya obra descubre en ese momento. También en Ginebra lee a los poetas simbolistas, entre ellos a Verlaine, a Mallarmé y Rimbaud, tres colosos; y a Víctor Hugo, Zola, Voltaire, Flaubert y Maupassant.
Hacia 1917, siempre en Ginebra, luego de que tuviera lugar en Rusia la revolución bolchevique, con la que Borges simpatizó en esos años según lo muestran algunos de sus poemas iniciales, lee a De Quincey, a Chesterton (uno de sus autores preferidos), a Romain Rolland y al gran poeta norteamericano Walt Whitman. Este último, será desde entonces otro de sus grandes amores: de él escribió alguna vez: “Su fuerza es tan avasalladora y tan evidente que sólo percibimos que es fuerte”, y lo traducirá parcialmente años mas tarde en personal versión.
Según testimonio de su madre, Leonor Acevedo de Borges: ”Hacia 1918, ya trasladados a Lugano, otro lugar de Suiza, Jorge Francisco Isidoro Luis, tal el nombre completo de nuestro Georgie, lee a los poetas expresionistas alemanes (traduciendo poemas de algunos de ellos) y la novela El Golem de Gustavo Meyrink, basándose en la cual escribió muchos años más tarde uno de su más famosos poemas”. Como vemos, todas ellas son valiosas lecturas que lo enriquecen y que después han de perdurar en su memoria y en su espíritu, hasta gravitar profundamente en el desarrollo de su obra posterior que le diera fama mundial.
Hacia 1919, en la última parte de ese lapso de formación que vivió en Europa, y encontrándose ahora en distintas ciudades de España donde pasó años igualmente provechosos para su capacitación, en los que leyó a Quevedo, Góngora, Gracian, Unamuno y Manuel Machado, entre otros; Borges había adherido al ultraísmo con gran fervor -según su famoso temperamento de siempre- como lo muestran sus primeros textos aparecidos en las revistas Ultra, Grecia y Reflector, en el periódico Baleares y otras “trincheras” de la vanguardia. El ultraísmo era un movimiento artístico renovador fundado y liderado por el erudito español de origen judío Rafael Cansinos Asséns, uno de los reconocidos maestros de nuestro poeta. También formaban parte de dicho movimiento, entre muchos otros jóvenes impetuosos, el crítico español Guillermo de Torre (luego casado con su hermana, la pintora Norah Borges) y el poeta de la misma nacionalidad Gerardo Diego.
El ultraísmo era cercano en sus postulados al creacionismo del poeta chileno Vicente Huidobro, el que respondía a ideas propias de las vanguardias de comienzos de siglo, según las cuales todos los postulados del arte clásico estaban en discusión. Recordemos que Huidobro, inspirado poeta que había conocido en París a Apollinaire y a Max Jacob, influyó a los ultraístas a partir de su viaje de 1918 a España.
Sobre el Borges de ese momento escribió Cansinos Assens: ”Era un adolescente, cuando compareció ante nuestro círculo del Colonial de Madrid, transformado entonces en laboratorio de las nuevas formas estéticas de aquellos ismos literarios -creacionismo, dadaísmo- fusionados en este ultraísmo bastante más abierto”.
Lo cierto es que a partir de 1921 Borges se instala con su familia en la ciudad de Buenos Aires, donde había nacido el 24 de agosto de 1899. Se encuentra ahora apartado de las “orillas” de la ciudad, donde habían transcurrido sus primeros años. Donde, asimismo, conociera al poeta de formación anarquista amigo de su padre Evaristo Carriego, el que también habría de influenciarlo notoriamente a lo largo de sus primeros libros vanguardistas. Al respecto, vale, mencionar que Roberto F. Giusti, director de la revista Nosotros saludo la aparición del primer libro de Borges diciendo entre otras cosas: “Entre los poetas a quienes Carriego y Fernández Moreno enseñaron a ver la ciudad con ojos nuevos, el más difundido es Jorge Luis Borges, cuyo Fervor de Buenos Aires, título de su primer libro, se derrama en todos sus versos”.
Desde ese año 1921, Borges pasará a constituirse en un caluroso difusor del ultraísmo, el que se apoyaba en una “sobrevaloración exagerada de la metáfora”. Aunque nuestro autor, como afirmó muchas veces, “buscaba también darle un encendido matiz argentino”’.
Es el momento en que el joven poeta Borges redescubre con gran intensidad emotiva a Buenos Aires. Lo hace a través de su recientemente adquirida cultura europea. Especialmente, redescubre los suburbios y el Sur. Plasma entonces, dentro de un estilo manierista juvenil, cargado de metáforas, muy trabajado y barroco, algunos de los motivos criollistas y personales más persistentes a lo largo de toda su obra: el patio, los arrabales, las calles del suburbio, el malevo, el culto del coraje.
Además, publica un Manifiesto Ultraísta en Nosotros, el que puede sintetizarse en estos cuatro puntos:
1- Reducción de la lírica a su elemento primordial: la metáfora.
2- Tachadura de las frases medianeras, los nexos y los adjetivos inútiles.
3- Abolición de los trabajos ornamentales, el confesionalismo, la circunstanciación, las prédicas y la nebulosidad rebuscada.
4- Síntesis de dos o más imágenes en una, que ensancha de ese modo su facultad de sugerencia.

Según su más reciente biógrafo inglés, James Woodall: “Borges, de espíritu inquieto, tímido, candoroso y erudito, intenta también la difusión del ultraísmo por medio de otras manifestaciones literarias ingeniosas. Como Prisma, provocativa publicación mural (editada como pósters que se pegaban en las paredes: “cartelón que ni las paredes leyeron y que fue una disconformidad hermosa y chambona” según dijo Borges después). La realizó junto con su hermana Norah (era la ilustradora), Francisco Piñero, González Lanuza y otros compañeros. Dicha publicación, hoy muy buscada por los coleccionistas, tuvo una corta duración en el tiempo. Transcribo ahora un bello poema de Borges titulado “Aldea” que apareció en Prisma y que luego corregido integrará también Fervor de Buenos Aires.

El poniente de pié come un Arcángel
tiranizó el sendero.
La soledad repleta como un sueño
se ha remansado al derredor del pueblo.
Las esquinas recogen la tristeza
dispersas de las tardes.
La Luna nueva
es una vocecita bajo el cielo.
Según va anocheciendo,
vuelve a ser campo el pueblo.

Luego, lo intenta a través de la revista y el sello editorial Proa (que fundara y dirigiera por dos veces, en 1922 y luego en 1924, en este último caso tras retornar de su segundo viaje a Europa). Allí lo acompañaron otras figuras destacadas de ese tiempo. por ejemplo Pablo Rojas Paz y Alfredo Brandan Caraffa.
Y por último, también lo hace a través de su prolongada participación en la segunda etapa de la revista Martín Fierro, la que se inicia a partir de 1924 bajo la dirección de Evar Méndez y se extiende hasta 1927 Publicación renovadora, vanguardista, que lo tuvo entre sus más revoltosos y destacados colaboradores. Publicación que causó una verdadera e importante transformación artística en su medio y en su momento, la que se haría sentir aun más con el correr del tiempo”.
Años después, Borges declaró arrepentirse “de las excesivas zonceras que sobre nueva sensibilidad he debido leer y pensar y hasta, equivocada hora, escribir”. A lo largo del desarrollo de esas apasionadas empresas juveniles y vanguardistas, Borges estuvo rodeado de un numeroso y entusiasta grupo de compañeros y colaboradores de talento. De entre ellos, aparte de los ya nombrados, sobresalieron por ejemplo y sólo por dar unos pocos nombres: Ricardo Güiraldes, de gran generosidad, refinado espíritu y autor de Don Segundo Sombra, un clásico de nuestras letras; Macedonio Fernández, narrador, poeta, ensayista, filósofo y agudo humorista, también amigo de su padre al igual que Carriego y reconocido por Borges como otro de sus maestros más valorados, respetados y queridos; Oliverio Girondo, autor del famoso manifiesto de Martín Fierro publicado en su número 4; los hermanos Enrique y Rani González Tuñón, Xul Solar, de gran erudición y multifacético talento; Leopoldo Marechal, otro nombre mayor de nuestras letras del que Borges se distanciará después debido a grandes diferencias políticas entre ambos. Otros autores que acompañaron a nuestro poeta e igualmente se destacaron fueron: Jacobo Fijman; Francisco Luis Bernardez; Nicolás Olivari; Horacio Rega Molina; Guillermo Juan Borges (primo de Jorge Luis); Roberto Arlt; Norah Lange; Carlos Mastronardi; Ricardo Molinari y otros. Todos ellos compartían entonces, con la lógica variedad de matices personales, los puntos de vista progresistas de nuestro poeta y han incidido después en la evolución de nuestra literatura del siglo XX, pero sin alcanzar ninguno de ellos el prestigio internacional obtenido por Borges y por su posterior obra deslumbrante y genial.

III

Sabemos por su reiterado testimonio y el de la mayoría de sus biógrafos que, desde un primer momento y por sobre todas las cosas, Borges se consideró (y quiso siempre que se lo considerara) un poeta.
Durante el año 1923, año tan cargado de aires renovadores, en su querida ciudad de Buenos Aires y en una modesta edición privada de 300 ejemplares costeada por su padre, Jorge Luis Borges publica en silencio, casi furtivamente, su primer libro de poemas: Fervor de Buenos Aires. Aquella primera edición contenía 46 poemas a lo largo de sus 64 páginas y llevaba un hermoso dibujo en la portada, obra de Norah Borges. En ese momento, el libro sólo es valorado por sus compañeros en la aventura vanguardista y algún que otro especialista, como el ya mencionado Giusti, Ramón Gómez de la Serna o Alfonso Reyes. Hacia 1969, el propio autor calificará al libro como muy íntimo: “La ciudad de Fervor de Buenos Aires no deja nunca de ser íntima”
De ese primer volumen de poemas de Borges, dijo Gómez de la Serna en la Revista de Occidente : “Fervor de Buenos Aires se titula este libro admirable de Borges. Con toda la emoción de la casa cerrada, ha salido par las calles de su patria. El Buenos Aires rimbombante de la Avenida de Mayo se vuelve de otra clase en Borges, más somero, más apasionado, en callecitas silenciosas y conmovedoras, un poco granadinas. (…). Todo en este libro, escrito cuando el descendiente y asumidor de todo lo clásico ha bogado por los mares nuevos, vuelve a ser normativo, y normativo con una dignidad y un aplomo que me han hecho quitarme el sombrero ante Borges con este saludo hasta los pies”.
En Fervor de Buenos Aires se evidencian la mayoría de los temas que serán de interés de nuestro autor y seguirán manifestándose a lo largo de toda su obra, junto a otros temas que aparecerán también obsesivamente más adelante. Veamos, para confirmarlo o no, algunos fragmentos del libro que registra también acompañando a su comentario Gómez de la Serna:

Alguien descrucifica los anhelos
clavados en el piano.
(versos de Sábado)

El jardincito es un día de fiesta

en la eternidad de la tierra.
(versos de Jardín)

Y es tu recuerdo como un ascua viva
que nunca suelto
aunque me quema las manos.
(versos de Ciudad)

En una alcoba vacía,
la noche ajusticiará los espejos.
(versos de Atardeceres)

Los daguerrotipos
mienten su falsa cercanía
de vejez enclaustrada en un espejo,
y ante nuestro examen se escurren,
como flechas inútiles
de aniversarios borrosos.
(versos de Sala vacía)

También digamos que como señaló César Fernández Moreno:“con la publicación de Fervor de Buenos Aires Borges comienza a ser, además de ortodoxo, el heterodoxo del ultraísmo. Presenta allí, junto a varias composiciones hechas por enfilamiento de imágenes, otras, que no responden a ese procedimiento”.
Además, el mismo Borges declaró al referirse a Fervor de Buenos Aires ya habiendo alcanzado la madurez, que consideraba que, nunca se había apartado mucho de ese libro, que sentía que todos sus ulteriores escritos habían desarrollado temas primero expuestos allí y que sentía que durante toda su vida no había hecho sino reescribir ese libro.

IV

A esa exitosa primera experiencia poética, le sigue en el año 1925, luego del segundo viaje de Borges a Europa, el que se evidencia en los temas tratados en algunos poemas, la publicación de Luna de enfrente, un nuevo libro de poemas editado en Buenos Aires por Proa con portada y viñetas de Norah Borges, en una edición de 42 páginas. De ese poemario Borges ha dicho después en el prólogo a su reedición de 1969: “no me conciernen sus errores ni sus eventuates virtudes. (…) Poco he modificado este libro. Ahora, ya no es mío”. También afirmó que su mayor equivocación, al escribir ese libro, fue querer ser argentino a la fuerza “olvidadizo de que ya lo era”. Y también declaró que “la ciudad (de este volumen) tiene algo de ostentoso y de público”.
Lo cierto es que Luna de enfrente muestra a Borges centrado en muchos pasajes comprometedores. Se trata de un libro esencialmente inspirado, luminoso, que tiene aciertos poéticos, valores, pero también otras cosas que deben señalarse: presenta por única vez en toda la obra de Borges, algunas rarezas tipográficas y expresivas propias del habla rioplatense no ajenas tampoco a ciertas manifestaciones de las vanguardias de principios de siglo, y en las que nuestro autor creía entonces y luego corregirá. Por ejemplo, en la página de título de Luna de enfrente aparece el nombre Jorge escrito “Jorje” y en los títulos de los poemas las palabras “ciudad” y “dualidad” aparecen sin su d final. Asimismo, este trabajo representa el mayor intento vanguardista que Borges acometiera. El libro, como ya ocurría con el anterior, está colmado de sincero amor por Buenos Aires.
Según Luna de enfrente, el joven Borges se sabe y se procesa a sí mismo desprovisto de un arte que lo satisfaga como escritor. Nuestro poeta textualiza en este libro, como ya lo hiciera en Fervor de Buenos Aires, sus apreciaciones sobre la carencia de una sólida mitología porteña, por lo que le urge precisar un arte que le permita formularla. Quizás lo que más le interesaba a Borges entonces era unir lo urbano y el universo de las orillas, el centro de la ciudad y los arrabales.
En relación con lo dicho, recuerdo esta afirmación de Mircea Eliade: “La poesía lírica retoma y prolonga el Mito, pues toda poesía es un esfuerzo por recrear el lenguaje, aboliendo el lenguaje corriente, cotidiano, para inventar un nuevo lenguaje personal y privado. (…) El poeta quiere rehacer el mundo, esforzándose en verlo como si el tiempo y la historia no existiesen”.
Puntualicemos también que entonces y según este libro y más allá de cualquier definición estética o filosófica, parecería que el instinto poético de Borges se inclinaba marcadamente hacia lo escondido, lo no cantado, lo marginal.
Analizando al poeta juvenil de Luna de enfrente dijo -tal vez con cierto apresuramiento- Cesar Fernández Moreno que Borges había concebido “la poesía como medio de conocimiento”, despreocupándose de sus virtudes estéticas; apuntando a lograr “certeza espiritual, aunque no hermosura; verdad más que belleza”, interesándole por sobre todo ciertas “condiciones de precisión y exactitud”. Por su parte, Guillermo de Torre opinó – en juicio que sinceramente encuentro muy poco feliz- que los poemas de este libro “eran poemas meditabundos, escuetos y de aire deliberadamente opaco”.
Observemos ahora, para sacar nuestra propia conclusión, algunos inspirados versos de los poemas que componen este trabajo tan representativo de aquel momento de cambio para nuestras letras. Según yo creo, en su versión definitiva ellos conservan su frescura y sus méritos poéticos todavía hoy, muchos años después de haber sido escritos por Borges:

Ya se le van los ojos a la noche en cada bocacalle
Y es como una sequía husmeando lluvia.
(…)
El viento trae el alba entorpecida.
El alba es nuestro miedo de hacer cosas distintas y se nos viene encima.
(…)
Aquí otra vez la seguridad de la llanura
en el horizonte
y el terreno baldío que se deshace en yuyos y alambres
y el almacén tan claro como la luna nueva de ayer.
(…)
no he mirado los ríos ni la mar ni la sierra,
pero intimó conmigo la luz de Buenos Aires
y Yo forjo los versos de mi vida y mi muerte con esa luz de calle.
Calle grande y sufrida,
eres la única música de que sabe mi vida.
(versos de Calle con almacén rosado)

La calle es una herida abierta en el cielo.
Ya no sé si fue Ángel o un ocaso la claridad que ardió en la hondura.
(…)
Toda la luz está en las tapias azules y en el alboroto de chicas.
Ya no sé si es un árbol o es un dios, ese que asoma por la verja herrumbrada.
(versos de Último sol en Villa Ortúzar)

Me darás una ajena inmortalidad, calle sola.
Eres ya sombra de mi vida.
Atraviesa mis noches con tu segura rectitud de estocada.
(…)
Calle que dolorosamente como una herida te abres.
(versos de Para una calle del Oeste)

A mi ciudad de patio cóncavos como cántaros
y de calles que surcan las leguas como un vuelo,
a mi ciudad de esquinas con aureola de ocaso
y arrabales azules, hechos de firmamento,

a mi ciudad que se abre clara como una pampa,
yo volví de las tierras antiguas del naciente
y recobré sus casas y la luz de sus casas
y esa modesta luz que urgen los almacenes
(versos de Versos de catorce)

V

Sabemos que la raíz de la idea es la imagen y que por ello podemos suponer que sin la poesía el lenguaje se vaciaría o quedaría reducido a un álgebra convencional. También sabemos que a mayor actividad espiritual correspondió siempre mayor actividad poética, por una necesidad reiterada de volver a fundar la expresión en relación con experiencias inéditas.
Sin embargo, años después de participar apasionadamente del movimiento renovador de nuestras letras, y tal vez por adherir desde entonces a otra estética, Borges opinó lapidariamente de aquel momento: “nosotros cometimos la puerilidad de decir que la poesía constaba de un elemento esencial: la metáfora. (…) La metáfora es una de las tantas figuras retóricas. (…) Creo ahora que uno de los errores del ultraísmo fue querer hacer una revolución empobreciendo el arte”.
Supongo que debido al gran suceso mundial de sus obras posteriores estos dos libros perdieron valor para él. Pero a partir de la genuina emoción que me produce la lectura de los versos citados, encuentro apropiado afirmar a manera de conclusión de este trabajo del poeta Osvaldo Rossler, que en sus primeros poemarios Borges se nos muestra como autor sensible y emotivo que busca describir antes que interpretar. En esos libros, la ciudad –en su caso particular Buenos Aires- es el motivo entrañable de la mayor parte de los poemas. En ellos, el poeta, nunca compilador grosero de lo real sino sujeto que testimonia su gradual experiencia entre las cosas, procede a reconocer por partes el ámbito donde ha nacido. Surge así de sus versos no el conjunto caótico, indeterminado, sino aquellas particularidades, esos pequeños universos de la calle, del patio, del zaguán, del baldío: tan queribles todos ellos por abarcables, por íntimos, por reconocibles.
Quiero afirmar también que dentro del contexto de la literatura argentina y más allá de su adhesión o no a cualquier propuesta estética, Borges aparece como un innovador dentro de un espacio propio que va conquistando a partir de 1921 cuando regresa de Europa, porque siempre supo que es verdaderamente poeta el que logra un idioma propio, personal; o al menos, el que ordena con el más renovado grado de sensibilidad todas las excelencias pasadas y presentes de su lengua y establece con ello un nuevo límite de expresividad.

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