Vittorio Gassman y Anthony Quinn

Dos grandes actores

Por Alejo Piovano

 

 Gassman tenía la cultura del movimiento y del gesto italiano. Particularmente ampuloso por su condición física, haciendo de pobre, mentiroso, u oficial francés.
Anthony Quinn o Antonio Quinónez, era la imagen de un hombre primitivo. Una cara difícil, poco simpática, como fue usada en sus primeros trabajos de cine. Un hombre de tierra.
Uno aparentemente para papeles de reyes, el otro para el sumiso o marginado.
Uno cubrió el teatro y el cine, la comedia, la tragedia y el drama.
El otro, si bien tuvo inicios teatrales, sólo cubrió el cine, nunca en comedia.
Uno, como buen ciudadano de un país mezquino, como calificó Pasolini a Italia, se producía. Al otro lo producían, en un país central, donde él tenía el lugar de una tez reivindicada por ejercicio de los derechos humanos.
Los dos dejaron una huella, como la de todos en el mar. Uno, actor de la tradición. El otro, de lo inesperado.
Vittorio instalado en la memoria, sorprendiendo con ella a sus espectadores, Anthony, tradición del gesto campesino, capta de un mundo fronterizo, el honor del excluido.
Los arquetipos residieron en ellos, quedan plasmados en las grabaciones, aunque nuevas generaciones buscaran el toque particular de los mismos modelos que ellos significaron.
Volverán, en otros actores volverán.
Portaron una luz que ilumina y pasa de mano a mano.
Fueron dos soberanos. Uno el tirano, el otro modelo de entendimiento entre los hombres a través del dolor soterrado. Uno muerto por la depresión, seguramente una muerte muy endémica de Italia. Otro muerto por el error de unos médicos que no tuvieron en cuenta la higiene del hospital.
¿Recordarán durante mu-cho tiempo los hombres, la imagen de Zorba bailando o el discurso del ciego en el colegio de Perfume de Mujer? ¿O aquel llorando a Yelsomina?.
Todos tenemos gloria, muerte y resurrección. La muerte de uno fue entre italianos histriónicos, donde la cultura global y turística, cierra teatros y abre circuitos de paseos.
Vittorio quedó sólo en escena recitando Dante para la televisión.
El otro murió entre superproducciones que no dan lugar al recuerdo.
¿Qué es lo que se ve cuando miramos a un gran actor?
Casi nada, nuestra emoción impide analizarlos. Como en un buen libro no nos damos cuenta del narrador, como de un buen cuadro, nunca vemos la fina urdiembre que constituye su trabajo. Nos emocionan los resultados en nosotros, lo que resta es ver por qué nos emocionamos en ese momento pasado, pero tampoco de allí algo de nosotros podrá ser analizado realmente, el misterio de ese momento, difícilmente nos lleve a la claridad.
Sí, hay detalles de lo que se podrá hablar, por ejemplo: las respiradas frases de Vittorio, el engrosamiento de la voz en la garganta de Anthony.
El valor de palabra y el silencio; en cada uno tan significativos. Los gestos groseros de Anthony yendo al rescate de una humanidad limpia con su simplicidad directa. Todo lo que ellos brindaban sin darse cuenta, pues nadie puede ser tan conciente de su influencia sobre los demás.
La miseria y la crueldad tenían en Vittorio la fuerza y el cretinismo de los poderosos. Cómo se habrá divertido ese gran payaso en su mundo interno.
Los actores se repiten como los novelistas o pintores. Los gestos sucesivos hostigan a los espectadores conse-cuentes. Estos llegan a perder frente a ellos la necesaria inocencia. Sin embargo ¿Cuántas veces estos dos seres nos sorprendieron, nos llevaron a nuevas emociones sin percibirlos?.
Ahora existe una voluntad del grito, de la deformación, del espectáculo sobreexitante, sin otro motivo que la sensación de vértigo.
El teatro contemporáneo es una comedia musical creída de haber nacido por sí misma. Vive sin un antes aunque repita las danzas de siempre. Todos sus trabajos se complacen en una fuerte energía.
Pero siempre hubo artistas y artesanos, creadores y repetidores. Lo nuevo surge con la condición del tiempo, sin producción premeditada, porque el tiempo del hombre es su deseo y no el tiempo de los mercados.
Las protoformas de los arquetipos humanos se han realizado en estos dos actores, transfigurados en dos soberanos. Uno, el de los poderosos, el de los mejores; el otro, soberano de los mendigos o si se quiere, uno, el rey vestido; el otro, el rey desnudo.
El teatro italiano ya no necesita un soberano. El cine de Hollywood nunca aceptará a otro desnudo. Los perdedores no son parte de sus imágenes.
Todo actor es resultado de una época. Nadie puede sentir ya la risa de un film de Charmiello, el chiste tuvo una respuesta de actualidad ahora perdido.
El día de mi muerte, aunque ya no serán actuales, quisiera recordar a Gassman entrando al escenario como Orestes y a Zorba bailando.

Deja una respuesta