Charla con Poetas: JUANA BIGNOZZI

“No soy una traidora del 60; sólo he tenido otra voz”

Entrevista de Pablo Montanaro

 

Radicada en Barcelona desde 1974, la poeta Juana Bignozzi estuvo a fines del año pasado en Buenos Aires donde presentó a sus seguidores lectores y a quienes recién se acercan a su obra, su último libro quién hubiera sido pintada. En el año 2000, la editorial Adriana Hidalgo publicó su “obra reunida” bajo el título La ley tu ley que incluye los siguientes libros: Mujer de cierto orden (1967), Regreso a la patria (1989), Interior con poeta (1994), Partida de las grandes líneas (1996) y el que da nombra al volumen. En esta entrevista Juana Bignozzi repasa algunos aspectos claves que confirman su lugar en la actual poesía argentina.

¿Cómo se acerca a la poesía aquella adolescente del barrio de Saavedra?

A los diecisiete años estaba haciendo un curso de francés en forma particular para poder finalizar los estudios en la Alianza Francesa. Un día le dije a mi profesora, Madame Mantille, “Mire, yo escribo algunas cosas”. En la próxima clase Madame Mantille me dice que lo que yo escribía era poesía. A partir de entonces empecé a mantener relaciones poéticas con la gente del Partido Comunista, comencé a frecuentar a Raúl González Tuñón y formé parte del grupo “El Pan Duro”, quedando integrada para siempre en la poesía argentina.

¿La militancia política ha marcado de manera trascendente su poesía?
La militancia me ha formado como persona. No me resigno a no tener militancia. Siempre he sido una militante de base. Desde muy joven supe que no tengo una voz política, que no puedo hacer una poesía del tema político. Nunca podré escribir, por ejemplo, como Pablo Neruda, uno de los grandes poetas políticos. Ahora bien, considero que hago poesía política porque la mía es una poesía con ideas. A veces la militancia en los poetas ocultan una incapacidad de poesía, es como si la militancia autorizara todo lo que escriba el poeta. Y no es así. Lo que me asombra es que haya una militancia poética, algo que no se nos hubiera ocurrido en los 60. Actualmente algunos toman equivocadamente la poesía como si fuera un corpus ideológico. Hoy me parece que los militantes no tenemos mucha opción. Para esta época cabe la siguiente frase: a veces un militante tiene que quedarse en su casa con todo su sufrimiento.

La poesía estaría sustituyendo a la ideología.
Exactamente, y creo que es un error. La poesía que se hace en la actualidad no tiene ideología. Nunca la tuvo; salvo casos específicos y de gente que viene más bien de la derecha; militancia que es espuria, y no es militancia.

Su producción poética sigue confirmando su distanciamiento de los cánones propios de los poetas de la generación del 60.
Aunque me he considerado una sesentista única creo que nunca fui muy del 60. En aquellos años a pesar de que estábamos muy unidos y formábamos parte de un grupo yo no escribía como mis compañeros; no escribía como Eduardo Romano o como Alberto Szpunberg. Yo me creía sesentista por esto de la forma coloquial y no me daba cuenta que mi poesía ofrecía otro corte de la realidad. Nunca fui muy coloquial, ni lo supe hacer. No soy una traidora del 60; sólo he tenido otra voz.

Podríamos deducir que historia y experiencia son motores que la impulsan a escribir.
Debo tener cuidado con la experiencia porque sino voy a transformarme en sesentista, hablando de algo que murió hace décadas. Eso me preocupa mucho. Ahora hablo de otro tipo de experiencias, por ejemplo de la nostalgia de la política, que es una realidad. No puedo adherir a lo que ha perdido su valor histórico como algunos que no han sabido ubicarse a la altura del desarrollo histórico.

Constantemente en su poesía hace referencia a sus mitos.
Un poeta tiene que establecer un territorio mítico. A mí me ha sido fácil porque vengo de ciertos principios e ideas que he mantenido a lo largo de la vida porque forman parte de la cultura y de la historia. También he podido no mantener el mito más temible: el de seguir viendo lo que no existe, como le ha sucedido a muchos militantes de la izquierda. Escribo sobre esos mitos y viajo hacia la comprobación de los mismos.

¿Qué lecturas incidieron en su escritura?
Siempre digo que no me formé tanto con la poesía, sino mas bien con el ensayo, la novela, el análisis sobre lo artístico y los trabajos sobre pintura. Con todo esto me acerqué a la poesía. Cuando leía a Cesare Pavese ya estaba pautada por todo esto. Me ocurre lo mismo cuando leo a los escritores italianos como Attilio Bertolucci, Giorgio Caproni, Alessandro Parronchi. Los sigo precisamente por su posición ante la poesía, por esa leve distancia que tienen y esa capacidad de país de gran cultura donde ningun poeta se permitiría creerse solo poeta. Cualquier poeta italiano tiene una formación paralela en algo que no está vinculado justamente con la poesía. Eso es típico de un país que permitió un entramado de poesía para que surgieran grandes poetas. Es lo que no tiene España; que es un país de pintores y no de poetas. En síntesis he tratado de elaborar una formación que no fuera exclusivamente poética porque no sirve para nada. No se puede interpretar la poesía si no se tiene algún otro tipo de formación.

Esta amplitud en cuanto a la formación seguramente comienza en su infancia; para su padre la cultura no era un lujo sino una necesidad.
No me da vergüenza decir, con algo de ironía, que soy culturosa. Me crié con el concepto de cultura leyendo de manera general. La poesía no es una especialidad. Un poeta no puede decir: soy un poeta que sé de poesía; porque, en definitiva, no sabe nada. Ese poeta no va a poder escribir una sola línea si sólo sabe de poesía.

La exaltación de lo artístico, específicamente de la pintura, podría ser uno de los ejes de su obra poética; así lo demuestra en su último libro, quién hubiera sido pintada.
Siempre me interesó la pintura y viajo en función de la pintura. Los poemas de este libro los fui escribiendo a través de los años y algunos los he incluido en mis libros anteriores. Por ejemplo, Morandiana aparece en Partida de las grandes líneas. Siempre digo que a una isla desierta no me llevaría un libro sino un cuadro y música. Tengo una relación más activa con la pintura que con la literatura y esto, probablemente, me llevó a escribir quién hubiera sido pintada.

¿Qué cuadro y qué música se llevaría a una isla desierta?
Me llevaría Olimpia de Manet, un cuadro que puede leerse permanentemente. A pesar de que tengo una formación musical de ópera italiana, me llevaría Don Juan de Mozart.

Quién hubiera sido pintada le permitió, además, volcar sus posturas y reflexiones acerca de lo social, de lo histórico, incluso de la poesía misma.
Sí, y es lo que marca el libro. Porque esa interacción se da con la poesía. Además, este libro me ha permitido continuar con la referencia temporal e histórica que forman parte de mi universo.

 

Poemas de Juana Bignozzi

adenda 95

creo que nos hemos despedido
en un mediodía cuando no había
que iluminarte para verte
seguirás mirando a alguna otra
muchacha fascinada
mientras tu casa familiar se hunde
milímetro a milímetro
y ella va cerrando las ciudades
que le permitieron vivir.

Renoir

color dominante
y punto áureo
están muy disimulados
merenderos de la costa el río en los domingos
cada siglo tiene sus barqueros
y sus muchachas de modales excedidos
ya no hay pintores del rumor de mi clase.

 

Olimpia
Manet

me han dicho que soy lo único que una
mujer de izquierda
llevaría a una isla desierta más
un poco de música
là ci darem la mano del perverso
y triste del amor
no espero a un teórico de la literatura
ni a un militante de la izquierda
atrapada por una historia que sólo
la deja fuera
sólo vendrá un señor
con queso roquefort borgoña y
alguna charcuterie
me han dicho que hay alguien duro y áspero
que no sale después de las 8 de la noche
y los que fueron jóvenes excedidos
escriben cartas burocráticas desde texas
no me visitan los atrapados entre
el minimalismo y la narratividad
pero mi suave mano en el muslo las flores
que llegan y ni miro
este tributo a la moda española en el mantón
y la desvergüenza de mi color plano
que por primera vez mira a quien lo mira
muñeca de cartón me llamó el lúcido Courbet
pero era un hombre de la injusticia y la Comuna
que en este cartón no puede entrar
yo fui como muñeca en mi belleza muerta
en la pose
pero Manet me hizo mirar por primera vez
a quien no acostumbraba tener respuesta
en la posesión
ese señor de familia ordenada no esperaba
que yo lo mirara
sin sombras sin tenues claroscuros
la brutalidad de la luz de frente
marcaba el final de su impunidad
muchachas lúcidas cultas y agotadas
que vendrán detrás de mí
miren miren siempre a la cara de los que
les rinden homenaje
cuando este brazo acartonada y plano
empezó a levantarse
para horror de los señores y espanto
de la pintura oficial
empezaba a quebrarse la discreción
que amparaba a una clase
mi cara fue más importante que las flores
o las chinelas.

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