Tango, letras, letristas e ideología

Por ERNESTO GOLDAR

El recuerdo sentimental es señalado como el paradigma de la poesía tanguera. Para Sábato, en Tango, discusión y clave, la metafísica del tango alude al pasado por una razón tautológica: se trata de una metafísica. En cambio, para otros, la evocabilidad de las letras, de Cátulo Castillo, Manzi, José María Contursi, Discépolo y Expósito, para citar las más conspicuas, proviene del rechazo del tiempo presente.
Este rasgo reiterado sería característico, además de los poetas que sitúan su producción más significativa alrededor de los años cuarenta signados por la modernidad industrial y urbana y el consiguiente movimiento social y político, aún cuando se lo encuentre también, conviene resaltarlo, en los letristas anteriores. ¿Acaso La Cumparsita no reexamina a su modo, la alegría del pasado?
La actitud de los poetas de los cuarenta, sostienen algunos críticos, se debería, entre otras razones, a que por su extracción social, por provenir de los sectores medios, se comportan ajustadamente según los modelos de su clase y, de este modo, actúan como una fracción ausente de protagonismo con respecto a las manifestaciones populares que giran en torno a 1945. Por esta causa, y siguiendo este razonamiento, los letristas de esos años se abstraen de la realidad, y al recordar, destilan una “evocación apócrifa”, esencialmente opuesta en argumentos a los tangos cantados de los años veinte. Esos letristas prefieren pues, un “tango sin clases”: no hay observación del entorno, ni color local, ni gente pobre.
Sin desdeñar los aportes de la sociología y de la economía – estudios que consideramos pertinentes, si bien pensándolos entre otros tantos elementos para sondear la realidad – nos gustaría advertir sobre la etiqueta fácil. Se dice, es corriente oírlo, que aquel que mira para atrás, hacia el “pasado mejor” -y más aún si la nostalgia se exhibe en la forma poética de un tango-  es un artista conservador, responsable de un gesto que se opone a la evolución, y que además, llegado el caso, es un reaccionario.
Es posible, en efecto, que en materia política donde los programas y las opiniones son maniqueas, el clisé de calificar a un partidario del presente tal como está de conservador, o de la vuelta al pasado de reaccionario, resulte persuasivo. Pero aquí, en la letra de tango, se trata de poesía y no de política. Y no es nuestro propósito  establecer distingos entre las concepciones del mundo (o del país) de los políticos y de los poetas –por razones de profesionalidad, digamos-  ya que traería consigo una serialización apresurada. Tratamos más bien de pensar la letra de tango como asunto de un tema poético, tema que, adelantamos, no puede estar sino imperiosamente vinculado a la realidad. Sin embargo, vincularse en otro caso significa hacer lo contrario, es decir, alejarse de la realidad en que se vive, separar al contorno de la poesía, porque el poeta, aunque escriba letras de tango en el centro de Buenos Aires en las proximidades de los cuarenta no tiene por qué hacer “realismo”, si por esto se entiende una conciencia clara de su situación. El poeta tanguero no tiene que ser forzadamente ideólogo ni político.
 Cuando el poeta añora las cosas del pasado y juzga que le gustaría encontrar a los amores y los amigos del ayer y caminar las calles del recuerdo – al compás de la escuela melancólica que va de García Jiménez a Catunga: Dicha pasada, María, La calesita, El motivo, El cantor de Buenos Aires, Tinta roja, Café de los angelitos, Tres amigos y, obviamente la saga de Tiempos Viejos con muchos etcéteras-,  puede pensarse que la estimación de lo que pasó le hace ver un solo lado de las cosas, pues percibe el costado antiguo de las complejas tensiones de la vida y, al exagerarlo, lo hipertrofia. Es cierto que en la unilateralidad por las cosas de antaño existe la razón algo enfermiza de volver, parecida a un autoengaño: Barrio, / barrio pobre, estoy contigo, / vengo / a cantarte viejo amigo. ¿Pero por qué el poeta encarece sus demandas de este modo? ¿Casualmente la fuga al pasado no tiene fundamento en las circunstancias de esta vida que le inquietan y siente desazón por ellas? A decir verdad, en la irrealidad del poema tanguero hay ilusión; es el espejismo de girar la cabeza, las ganas de piantar de la noria, el miedo por el presente y por el fin.  
Por lo demás, la generación nostálgica del tango no es frívola ni apócrifa. Se considera y tiene el sentimiento de ser heredera de la anterior, de la colorida y maleva. Será por eso que esta poesía aparentemente abstracta y culta, sin crímenes, biscochitos ni cotorro, también tiene su conciencia histórica. Sigue a la Guardia Vieja liminar y cabrera y posee, en la evocación del amor, del barrio y de los lugares “perdidos”, un deseo definido de repetir esa cronología que no le tocó, el mandato de ser descendiente, la certidumbre de no ser original y de inspirarse en semejanzas de una cultura popular con ideales y proyectos que ya fueron realizados. Por añadidura, el ayer del barrio memorable se corresponde con ¡Cuántos, cuántos años han pasado…! de Cristal, vale decir, es paralelo al tema del amor imposible, que irrevocablemente pasó.
Porque el pretérito que el letrista quiere despertar, la memoria como una preexistencia lejana y cierta, expresa temor al presente, según dijimos, pero por eso no expresa necesariamente psicosis ni afiliación al conservadorismo, sino sensibilidad y agudeza, y esta hiperestesia es la que le permite restaurar la continuidad temática tanguera y descubrir los rasgos comunes, problemáticos, individualistas y reflexivos de la poesía toda. Y ahora preguntamos nosotros: ¿así que la problematización del presente es reaccionaria?
Una metafísica perfecta y clara (Pasaron los años / y mis desengaños, de Amadori; La sal del tiempo le oxidó la cara,  de Expósito; Muchachos, todo lo ha llevado el almanaque, de Cadícamo y Cobián, y los que desee agregar el lector) implica, entre otros asuntos, una idea esencialmente dinámica de la naturaleza humana, la noción de que la vida y la sociedad son una lucha interminable, el razonamiento, si se quiere, sobre la existencia espiritual como un proceso transitorio, nunca estático ni paralizado. Convengamos : en el grupo de letristas que nos ocupa es preeminente el lamento de Puente Alsina por el barrio mudado, postura que trae melancolía, pero que de la misma manera trae historicismo, reconocimiento de que la condición humana, la ciudad, el lenguaje, las instituciones y el arte solamente se comprenden desde la historia, desde el paso del tiempo, y que la vida cotidiana, con sus mezquindades de fugacidad y olvido (Fuimos la esperanza que no llega, que no alcanza…) representa la esfera en que las estructuras de la historia con mayúscula se encarnan –aún de modo imperfecto- en forma más inmediata, más esencial y más pura.
Algo más sobre el empaque de los letristas tangueros ante el “progreso que ha destrozado toda la emoción del arrabal”, para decirlo en estilo. La alarma por lo perdido, deducíamos, representa su conciencia histórica. El arrabal se hizo ciudad, las artesanías, industria, y la modestia del barrio cedió a los arquitectos y el trazado de diagonales. El desarrollo, para los años cuarenta y siguientes, intensifica la movilidad de las costumbres hasta un punto anteriormente inconcebible. Al fin y al cabo, los poetas de la Guardia Nueva, evocadores del pasado que quiere volver, declaran con su rechazo que esa generación ya no cree en los valores absolutos, es más, no quiere creer en ningún valor novedoso. Para ellos, entonces, ninguna modernidad puede ostentar títulos de permanencia, pues el hoy es pasajero y relativo. En suma: al presente de los rascacielos, la radiofonía y el cine (para citar aquello que el letrista profesional de tango tiene delante) no lo sienten como tal, sino mediatizado por las premisas históricas que ellos experimentaron en la juventud y la infancia.
Desavenidos y tristes (Yo te alegré con mis gritos / en los tiempos de Carlitos / por Rivadavia y Rincón…) proclaman la experiencia de antes como parte de un destino personal que simultáneamente transparenta la decadencia de la antigua cultura porteña y señala la aparición de conductas nuevas y de nuevos siglos. El “pasado mejor” y el enternecimiento por “lo recuperado” son los elementos positivos de sus existencias ahora amenazadas, que deberán refugiarse en la historia que pasó al sentir cómo se defraudan sus derechos y sus esperanzas. Por consiguiente, la temática pasatista del tango se convierte en problematicidad del presente, cuando la vida se traslada al único lugar donde se cumplen los deseos y los sueños; el pasado, allí donde las antinomias están excluidas y las contradicciones entre el poeta y la sociedad no existen.
El barrio como carencia, el amor como ayer, las cosas como objetos perdidos y el tiempo pervirtiéndolo todo, hacen  de la soledad la experiencia poética definitiva. El mundo del tango se enrola entonces en una serie obsesiva de fugas. (Pero algo vos darías / para ser, un ratito / el mismo compadrito / del tiempo que se fue), viajes y adioses con retornos degradados, porque el viaje, a lo inconciente, al sueño, a la niñez y a la locura, es un mismo anhelo de irresponsabilidad e imposibilidad, un intento de evasión ante el caos de la realidad prepotente: Vamos que nos espera / con su pollera marchita / esta canción que rueda / la calesita… Quien huye desprecia la realidad, y con ella no reconoce ningún ligamen. Si bien no le opone resistencia, jamás se siente igual a ella.
La nostalgia y el capricho del viaje que codifican buena parte del discurso tanguero peculiarizan su sentido del mundo. Es una letra desterrada que languidece por una ciudad que no vuelve, que echa de menos la lejanía (Adiós, glicinas, emparrados y malvones…) y se desgarra. El letrista de tango sufre por su aislamiento de los otros, y por Ella, que decepciona y trae soledad, y, sin embargo, al mismo tiempo que los evita para no padecer, los busca. Y todavía: al sufrir su extrañamiento del mundo y del amor, no puede dejar de querer ese extrañamiento. Y yo soy como un descarte, / siempre solo, / siempre aparte, / recordándote: de esta manera Cadícamo ahonda en los misterios del espacio, para significar una letra especial en la que el protagonista de la nostalgia viaja, camina, busca y ronda en infinidad de aprontes y partidas que no contiene nada ni se encuentra en ninguna parte.
Por fin, y volviendo a la pregunta que nos hicimos al principio. El tema de la nostalgia, la exaltación del pasado y la disputa del presente, la evocabilidad, la metafísica temporal y espacial y la imagen de la historia como un curso desplegado, ¿son materia apropiada para rotular a la poesía tanguera como conservadora y, por ende, sin inventiva para los cambios ni voluntad para perfeccionar la vida? Pensamos que esta poesía es pesimista con respecto al futuro, pues para ella no cuenta, y del mismo modo pesimista con respecto al presente porque no deja de criticar la realidad. Consideramos asimismo que en la mirada al pasado hay una búsqueda activa de lo mejor, a pesar de enseñorearse en un pasatismo utópico, por así decirlo, que no puede volver. Además de esto la letra del tango es desesperanzada para el hoy – Bandoneón, / porque ves que estoy triste / y cantar ya no puedo, es el motivo recurrente pero feliz por lo que ha sido.
Y repetimos: ninguno de los valores que le ofrece la realidad presente: el amor, el hogar, la ciudad, los mitos actualmente reverenciados, Dios, la cercanía de la amistad, logran resignarle. Así el discurso poético tanguero reúne a un conservadorismo nostalgioso y a un disconformismo innegable, provenientes de acusar al Destino, de pensar la realidad como elegía y a la condición humana como una serie innumerable de pasajes tormentosos y aciagos. Para redondear conservador y disconforme. La letra de tango puede ser reclamada por ambas partes si se la disputan.

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