Convivencia escolar en tiempos de desconcierto

Lic. Nora Patricia Nardo
Lic. Luis Raúl Calvo


La manera en que la escuela trasmite el saber, el grado de participación que los docentes y alumnos tienen en la construcción de las normas institucionales, refleja el concepto de disciplina que subyace en ella.
En tiempos de la modernidad, el alumno debía adaptarse a las pautas culturales impuestas, encarnando de este modo los ideales de una educación que se veía a sí misma como emancipada, libre y racional.
El acento estaba puesto en el sujeto de la educación, estableciendo mecanismos de control, subordinación, clasificación y evaluación.
En la visión cientificista la problemática en educación tenía que ver en definitiva con la dificultad del sujeto en cuanto a su aprendizaje, las posibilidades de esa persona las determinaban sus orígenes, su raza, sus genes o su propia evolución. De este modo, desde un comienzo se podía determinar quienes estaban en condiciones de tener éxito y quienes pasarían a integrar la lista de excluidos.
Según Foucault, en la sociedad moderna, la producción de la palabra estaba controlada, seleccionada y distribuida por ciertos procedimientos
La función de estos procedimientos era evitar peligros, conjurar poder, manejar lo azaroso.
Foucault llama “de exclusión” a estos mecanismos, porque son los encargados de desechar aquellas palabras que pueden tornar peligroso el poder del discurso.
La mayoría de las veces en la relación alumno-autoridad escolar, docente-autoridad escolar, lo que se establece es una relación de dominación y sumisión: Esta relación es asimétrica y genera una situación de dominación que permite la manipulación. En esta relación de dominación, el que se somete pierde la capacidad de una respuesta crítica, no hay interacción, el poder se ejerce unidireccionalmente.
El poder es el entramado sobre el que se tejen las relaciones sociales, no es atributo de nada, ni de nadie. No se posee, se ejerce. Es relación. Por ello toda relación humana se inscribe en el interjuego de poder. El poder circula y se extiende por toda la superficie social, en los enunciados, en los discursos, en las prácticas sociales. No hay poseedores de poder sino ejecutantes, ejercitantes, actores que ponen en actos el poder.
No actúa directa o indirectamente sobre los otros, procura actuar sobre las acciones de los otros. No hay relación de poder sin la constitución correlativa de un campo de saber, como tampoco hay un saber que no presuponga y constituya al mismo tiempo relaciones de poder. No hay saber ni poder sin subjetividades éticas.
“Tomando la noción de normalización de Michael Foucault, Puiggrós argumenta que esta pedagogía se basó en la creación de una norma o una cuadricula general en términos de la cual se puede medir cada uno de los individuos, identificar si cada uno cumple con ella o se desvía del parámetro común. Así, la norma supone la idea de que hay que “corregir” al individuo desviado ya sea vía el castigo o vía la adopción de estrategias de refuerzo que eviten que la conducta transgresora vuelva a repetirse. La pedagogía se convierte en algo normativo: prescribe cual es la conducta “natural” y esperable, y por lo tanto “genera” y “produce” lo anormal, la trasgresión, la desviación”.
Uno de los principios fundamentales de la escuela moderna fue el de la homogeneidad, la uniformidad, o sea la inclusión en una identidad determinada. Una identidad diferente, era concebida como algo negativo, amenazante, inaceptable, rechazado.
La diversidad era percibida como algo peligroso, descalificatorio, constriñendo la diferencia a desventaja, inferioridad, perjuicio, menoscabo, ineptitud.
Los ideales de la educación moderna acerca de la constitución de una sociedad democrática se llevaron a cabo con la represión y la exclusión de sectores que no se adaptaban a la cultura escolar.
En nuestros días, si bien la escuela es la encargada de poner palabras frente al predominio del cuerpo, de operar en el terreno de la simbolización plena, queda atrapada en el miedo, en el temor, en un clima de rigidez e impotencia frente a este nuevo mapa social. No puede operar sino a través de mecanismos de expulsión, muchas veces encubiertos a través de la aplicación de llegadas tardes de los alumnos.
Silvia Duschatzky y Carlos Skliar mencionan algunos resabios que aún continúan lamentablemente vigentes en nuestras instituciones escolares, entre ellos:
  1. El otro como fuente de todo mal: el acto expulsivo no se da sólo con la desaparición física. La sociedad transfiere la violencia exterior a mecanismos coercitivos internos, regulando “costumbres y moralidades”. Aquel que aparece como diferente –lo negativo- distorsiona “la normalidad” institucional. El sistema educativo le quita “palabras” al alumno rebelde, contestatario, al “mal alumno” quien por cuestionar algunos principios de autoridad suele ser considerado maleducado. A este tipo de alumno la escuela pretende “corregir”.
  1. Los otros como sujetos plenos de una marca cultural: Algunos autores como Blabha “critican” la noción de diversidad cuando es usada dentro del discurso liberal para referir la importancia de las sociedades plurales y democráticas. Afirma que “junto con la diversidad sobreviene una “norma transparente” construida y administrada por la sociedad que “hospeda”, que crea un falso consenso, una falsa convivencia, una estructura normativa que contiene a la diferencia cultural”.

En estos tiempos de globalización, en estos tiempos de mercado, se ha roto el entretejido de sostén de experiencias que satisficieron la vida moderna, en estos tiempos de turbulencias, el complejo entramado social se ha desmembrado y es víctima de la inseguridad y de la incertidumbre. .
Inserta la escuela en este nuevo contexto queda aislada, en crisis, como el resto de las instituciones, ya no habita un Estado benefactor, un Estado Nación, ya no existen barreras nacionales. El saber y el conocimiento toman otros formatos, la información y la opinión prevalecen en nuestros medios, las distancias se acortan, pero se alejan cada vez más de aquellos que no entran en un circuito informático.

Con la pérdida de todos los parámetros conocidos para leer la realidad, nos preguntamos:
¿Cuáles son las operaciones de pensamiento capaces de operar en la crisis? ¿Cómo pensar ante un acontecer imposible de anticipar, cuando se convierten en arcaicos los parámetros disponibles para pensar y por lo tanto también los recursos disponibles para pensar las crisis?
¿Cómo inventar nuevos modos de habitar capaces de operar con la muerte del Estado-Nación?
Así, nos encontramos con modos de exclusión social dentro y fuera de las instituciones en las que transcurrimos y muchas veces no hallamos modos de poder abordar esta problemática.
Tal vez, gestionar una institución educativa en estos tiempos de desconcierto, implique percibir esta cruda realidad, reconocerla como una dificultad a afrontar, a fin de poder intervenir teniendo en cuenta este escenario, generando otros espacios, otros momentos institucionales, para que algo original-que no necesariamente deba ser novedoso en su contenido- posibilite la creación de nuevas construcciones colectivas.
Para ello, será necesario que la escuela-algunas de ellas comienzan a intentarlo- vaya incorporando en su propio proyecto educativo, una cultura abierta, participativa, de diálogo y de reflexión sobre sus prácticas cotidianas, que vislumbre y respete la diversidad de su población, las singularidades que la integran, no sólo en su planificación curricular sino también en la construcción e implementación de sus códigos de convivencia.

 

Bibliografía:
Calvo, Luis, Nardo Nora y otros en Ética y Convivencia artículo del libro Convivencia y Escuela Media- Hacia una transformación del rol de los profesionales Psi –Buenos Aires, noviembre de 1994.
Duschatzky, Silvia: La escuela como frontera. Reflexiones sobre la experiencia de jóvenes de sectores populares. Buenos Aires. Paidós 1999.
Duschatzky, Silvia y Skliar, Carlos. La diversidad bajo sospecha.
Dussel, Inés: La producción de la exclusión social.
Foucault, Michel. Vigilar y Castigar. Siglo XXI. Buenos Aires, 1989.
Tomás Tadeu Da Silva: Proyecto educacional moderno: identidad terminal.
Pinau, Pablo; La escuela como máquina de educar: ¿ Por qué triunfó la escuela?.
Sarlo, Beatriz: La máquina cultural- Maestras, traductores y vanguardistas. Editorial Planeta Argentina. Buenos Aires, 1998.
Varela, Julia y Álvarez, Fernando. Arqueología de la Escuela. La Piqueta, Madrid. , 1991.

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