POR LOS SENDEROS DE LA CREACION

Por LUIS MARÍA SOBRÓN (Desde Mar del Plata)

 

El título de este trabajo, “por los senderos de la creación” pretende expresar una idea relacionada con mi concepción del acto creativo. No considero que haya un único camino o recorrido posible para abordar la creación poética, ni tampoco una preceptiva única que se pueda trasmitir, sino más bien senderos que cada creador debe transitar en un movimiento de búsqueda, con avances y retrocesos.
Para iniciar la reflexión acerca de un tema tan complejo y del que tanto se ha dicho y expresado, trataré de exponer cuál es mi postura, amparándome en el pensamiento de uno de los grandes poetas que nos ha dado España, Federico García Lorca. Él dijo: ” El poeta que va a hacer un poema, tiene el vago sentimiento de que parte hacia una cacería nocturna en un bosque muy lejano ” Lo fundamental sería indagar aquí ¿cuál es la presa que persigue el poeta? El poeta parte hacia la cacería de algo que falta, hasta ser expresado por la poesía.
La experiencia vital, y por lo tanto la relación del poeta con el mundo, se funde en una suerte de simbiosis con la experiencia existencial, convirtiéndose, este proceso, en el espíritu del hecho creativo. El hombre, sus realidades interiores, intrínsecas y sus fenómenos espirituales y cotidianos existen como realidad incuestionable, como sustancia y esencia de la creación. En este sentido, la poesía exterioriza una voz interior que trasmite las realidades, emociones y sentimientos del hombre.
Tomando mi experiencia vital no puedo relegar el rol que han jugado los ríos del delta mesopotámico. Estos ríos que se derraman en el océano inician mi comunión laica con el medio acuático, donde la permanente presencia del agua se define como una imagen uteral, es decir, como una imagen prenatal de la existencia. Como si mi criatura en gestación hubiese vivido en ese misterioso río Paraná, con cauces arrebatados por nubes y pájaros, con paisajes plenos de horizontes que se pierden en el mar.
Más tarde gran parte de mi vida ha transcurrido en una ciudad marítima, donde el mar es el elemento esencial. Pero al hablar del mar no podemos hablar solamente del mar en su materialidad geográfica, ni de lo que tenemos delante de nuestros ojos. Ese mar es un mar que está conceptualizando un profundo proceso de interioridad, un concepto de totalidad. Este mar, protagonista de mi quehacer poético, es el mar de los flujos y reflujos, es el mar de las altas y bajas mareas, es el mar de los colores del alma, de las sístoles y diástoles del corazón, que fraguan sentimientos que juegan una suerte de paralelismo con el paisaje, donde el poeta del mar contrae nupcias con él.
Este hacerse uno con el mar se legitima en la interioridad del ser y ese ser es el que se expresa a través de la poesía en la visión del mar. El hombre contempla, a través del poema, su paisaje interior fundido con el paisaje que ve por medio de sus sentidos. Es entonces, en la poesía, donde el hombre encuentra un espacio privilegiado para unir su ser íntimo con la Naturaleza.
Hay, entonces, una comunión concreta que me ha llevado a comprender que, en el agua de mis ríos y de mis mares, convivían infinitos rumbos para seguir navegando el desgarrado y maravilloso itinerario de la creación.
En poesía, sólo existe un estado constante de nacimiento, estado de creación pura e ininterrumpida. El relámpago creador ilumina la vastedad del mundo. La poesía es el cosmos que aumenta y que también abandona las cosas vivas y las deja en un estado de levitación, porque su impulso es como una flecha lanzada al horizonte, más allá de la muerte.
Solamente los poetas que escriben con el ángel trazan nuevos itinerarios, para develar al Ser, para trasuntarlo y hacerlo crecer y vivir en plenitud en otros meridianos del mundo, como las aves que habitan en catedrales de humo o en góticas nubes de nuestros cielos. En la obra Las tres voces de la poesía Elliot dice: ” el poeta no sabe lo que tiene que decir hasta que lo ha dicho “. Es por esa sigilosa aventura que el poeta configura la búsqueda de lo irremediable: llegar a conocer la intimidad del secreto, es decir, transitar atávicos y desconocidos caminos hasta llegar a la raíz del hueso. La percepción es actitud fundante de la participación del “yo” en el mundo y, por lo tanto, del posterior fenómeno creativo. Al hablar de participación pienso en la intensidad de las transparencias de la relación del poema con las cosas que lo circundan.
Cuando el verdadero poeta es creador, devela al Ser y produce, inconscientemente, el acto de desocultarlo para que ese Ser, al habérsele quitado el velo, sea re-creado y cumpla la misión que le otorgará identidad inmanente. Porque, debo decir, todo lo que existe en la tierra ya está creado. Lo importante de este estado de creación es la re-creación, es decir, quitar el velo que cubría lo creado para revelar la esencia del poeta creador. Esta esencia, es decir lo no dicho.
Michel Foucault, en su encomiable obra Las palabras y las cosas , nos dice que la gran tarea a la que se dedicó Mallarmé hasta el fin de su vida, fue una tarea que, en su balbuceo, encierra todos nuestros esfuerzos actuales, para retornar a una unidad, quizás imposible, entre el Ser y el lenguaje. La empresa de Mallarmé prosigue Foucault, es encerrar todo discurso posible en el frágil espesor de la palabra, en esta minúscula y material línea negra trazada por la tinta sobre el papel. Aquí, creo yo, se completa la tríada que interviene en la creación poética: mundo, poeta, lenguaje.
Podemos decir, entonces, que la palabra es el poema, porque la palabra es unigénita; su nacimiento es el parto efectuado desde lo atávico, desde el plano de lo desconocido en que se articularon, mágicamente, extraños y raros acontecimientos, que produjeron esa gestación metabólica para su parición en el mundo, dando a conocer la inexcusable razón del sentimiento.
Esta palabra, elaborada a través de la sintaxis de los tiempos, da entonces razón gestativa al pensamiento, es decir, es el momento en el que el creador llega a la madurez de su propia expresión y es capaz de resolver su propio universo poético, ya que en última instancia, como bien dice el maestro Cernuda: ” el poeta no elige a la palabra, es la palabra la que elige al poeta.
El poeta-creador, al asediar la realidad en el marco que lo circunda, se siente comprometido, porque es como una sonda que ausculta el corazón del Universo que lo rodea y lo envuelve, recepcionando, como una antena hechizada, todas las impresiones que la vida le otorga, desde su primer balbuceo, hasta su muerte.
Cuando la poesía manifiesta su propio universo, totaliza su imaginación iluminada, como si una esfera estuviese latiendo lo necesario para no morir, para ser protagonista de la esencia fundante de la creación. Es importante meditar que, en ese Cosmos, solamente la luz llega a las entrañas más íntimas del Ser y se remonta como águila a infinitos cielos. Lo invisible de ella hay que buscarlo en itinerarios propios no guiados por escolásticas modernas o posmodernas en las cuales los atavismos se focalizan en palabras o conceptos. Para tratar de llegar a buen fin, para manifestar ese instante creativo en la síntesis de las convicciones que tiene el creador, él debe llegar a su propio lenguaje.
El poeta creador se afirma así, señalando su pertenencia a un orden total. Su voz queda sellada en una unidad que perdura entre el hombre y su mundo, al haber hallado su lenguaje expresivo. Al haber hallado la palabra develada, ya que por ella llega a la comprensión del otro, que vive mundos tan diferentes de los suyos.
Personalmente quisiera consumar en la poesía, aquello que Huidobro, padre del creacionismo, oyera de un poeta indígena: ” Poeta, no cantes a la lluvia. Debes hacer llover.

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