Violencia como discurso

“Llamo violencia a la racionalidad aplicada a provocar sufrimiento y destruir la vida”
(Tomás Abraham)

Por ALICIA MARÍA LUQUE


En el escenario contemporáneo emerge la violencia con nuevas formas que invitan a analizar su génesis, sentidos y destinos. Sobre esto ya mucho se ha dicho.
Al término violencia, inespecífico, multisémico, se lo usa para nominar un amplio espectro de experiencias que oscilan desde el maltrato físico y psíquico,  a la violación de personas, propiedades, hasta el daño emanado de los aparatos de poder, como a los estilos de socialidad violenta entre los jóvenes.

En líneas generales pueden leerse casi todas las violencias, sin riesgo a equivocarnos, como expresión o efectos en última instancia,  de las disputas primarias del poder, también como irrupción disfuncional o enferma en las intervinculaciones sociales.

Pero es en la reflexión sobre el propio discurso acerca de la violencia, donde quedan de manifiesto aspectos de lo violento en el orden simbólico, que a veces comporta  mayor gravedad que los hechos mismos, pues es en su construcción donde estos se sostienen y prolongan.
Es en la distintiva asignación que hace el discurso de lo que es violento o no lo es, donde opera e impera su propio poder. Ámbito donde no importa quien hable o quien es hablado.
Cualquier discurso puede,  como todos, ser portador de una censura o legitimación. Autoridad, cuya referencia marcará la escena violenta, la significará e interpretará para quienes la viven.

“Muchas palabras son violadas mediante deformaciones cínicas del lenguaje” (J.Cortázar)

Para quienes trabajamos con la palabra, estas cuestiones tienen alta relevancia, por eso interesa alertar sobre lo menos pensado: cuando es el mismo discurso que acciona como herramienta violenta, haciendo uso de sus facultades como instaurador o generador de violaciones,  promoviendo unos valores en detrimento de otros. También,  sobre el alto poder que posee para esclarecer y sanear las relaciones. Permanentemente estamos sopesando, reafirmando ese don que nos otorga de poder dañar, curar y convocar a la magia, al instalar y modificar los  lazos sociales que nos constituyen
Entonces,  cuando la violencia aparece como discurso, sosteniendo los peores oficios de la palabra como el quiebre de vínculos, hay que poder pensarla, interrogarla.
Importa desde luego, detectar en primera instancia la trama socioeconómica y política que se tejió para arribar al hecho violento, pero inmediatamente, ver cómo es tratado desde el discurso y sus mecanismos,  para  acrecentarlo o disuadirlo.

Porque parece que hay consenso pero ¿qué decimos cuando hablamos de violencia?. Lo dicho siempre enuncia pero también oculta, como toda convención, como cualquier transacción social. Queda de manifiesto en las sugerentes contradicciones que aparecen presas en el territorio de lo hablado: en la convención  etimológica violencia es acción de violar, contra el natural modo de proceder , un perjuicio  ¿Pero qué cosa está violándose en el acto violento? ¿Qué viene a discutir el  estallido y el daño que busca reordenar  a un orden diferente?
Sorprendentemente, encontramos que “vis, la raiz de violencia,  implica en principio la idea de fuerza creadora, cercana a virtud, pero aunque termina formando parte de violador o violentador, es fuerza como virtud, lo que habilita a concebirla como resistencia sanadora.

“Es importante reconocer que el hombre no es hombre porque es un animal que habla sino porque reflexiona acerca de cómo habla” (Savater)

El tratamiento discursivo que se le da al episodio o acontecimiento violento, persigue legitimarlo, como ocurrió con las poderosas y perversas fuerzas detentadoras del poder, que extendieron un manto oscuro de muerte durante la dictadura militar sufrida en nuestro país.
Pero, lo que siguió y sigue a aquello, no son sólo ideas inaprensibles, recuerdos discontinuos o imágenes congeladas de tamaño acto material, sino que la misma brutal racionalidad, en negación, olvido o propaganda, retorna desplegándose en la alianza de sus decires censores. En ese nivel,  reeditan la muerte. Incluso, en el debate social pendiente acerca de las secuelas y  la elaboración de esa siniestra experiencia. 
También puede poner en evidencia el desamparo y la concepción que existe de nuestros jóvenes, circulando por instituciones formales e informales, como ocurrió en Carmen de Patagones,  o en el drama más cercano de Cromagnón. Lo que sigue vigente en los encendidos debates discursivos sobre lo vivido.

Incluso en estos acontecimientos brutales,  que nos atañen de manera más particular, además del dolor, debemos lidiar con la irracionalidad poderosa que nos salió a interrogar, cuando hubo que decir sobre esos estallidos, sea desde el trazado de diagnósticos,  hasta la propuesta reparadora y preventiva. Nos muestra cuán importante es no descuidar los dichos sobre las experiencias. 
La palabra es prioridad absoluta para nuestra recuperación como sociedad  hablante y pensante. “Detrás de toda blasfemia, detrás del chisme mal nacido y de griterío ensordecedor, donde se esconde la negación de la palabra, conocemos que hay una fuerza sagrada en el lenguaje, capaz de curar y resucitar a la Argentina”. (Bordelois)

“¿Quién nos libra del mal y su dictado de lágrimas?” (Luis Mizón)

Lo violento siempre es síntoma, ruptura, quiebre que busca opciones con salidas locas, dolorosas. Hegemonía del mal, de lo anacrónico, del dolor.
Modos fallidos de  resolución ante las presiones y sufrimientos que generan las  desigualdades, intolerancias, postergación o enfermedad. Derrumbe del juicio por caída del yo o locura; que se pondrán en palabras, o serán evadidos.
¿Porqué centralizar  en los decires?
Porque el discurso sobre el hecho, forma parte del acto que nos interesa. Reafirma o niega la acción como válida, le  da cauce, salida legitimada, o la condena.

Porque es en el terreno del discurso, que toma el poder y los mandatos de la institución, donde se realiza la contraprueba de prevención de violencias, donde lo haremos valer como sanador.
Están probadas las salidas alivianadoras de la negociación, frente a las perspectivas antagónicas en los conflictos institucionales, los cambios que se producen en el aporte de las “buenas ideas”, de la escucha,  por su vehículo natural, la palabra.

En el campo de la educación, investigaciones y experiencias recientes, muestran que las violencias en la escuela hoy tienen más sutileza que despliegue corporal. Son violencias sociales, raciales, de género, del orden de los valores y lo simbólico. Por lo que los límites de pura sanción, no solucionan.
Existe una relación directa entre activar la puesta de palabras en los estados límites y de desborde, con la reducción de daño, o la disminución de salidas violentas.
Que son los jóvenes el mayor  porcentaje de víctimas y victimarios de actos violentos, y que los comportamientos violentos no arman patrones homogéneos de socialización juvenil,  y que no se observa relación excluyente entre actos violentos y escolarización.
Así, la escuela, institución encargada particularmente de promover formas “civilizatorias” de relación social, puede llevar pacificación a los vínculos interpersonales por la vía regia, e implicadora de la  palabra, construyendo intercambios más justos, reparatorios y dignificadores.
Prueba del incremento de esta conciencia en educación, y del reconocimiento de la trama compleja que genera violencia, es el desplazamiento  ocurrido actualmente, no meramente sintáctico, desde la noción totalizante de violencia escolar,  a violencias en la escuela
.

La espectacularidad, fascinación, e impotencia que instalan los hechos violentos, suelen dejar en segundo plano a lo que puede decirse sobre ellos. Pero es justamente allí, donde son nombrados,  donde pueden pensarse, simbolizarse y elaborar, cuando cobran altura o son derrumbados.     
No es poca cosa la tarea de hacer visible las ideas, las posiciones y  la conciencia sobre ellas. Debemos entonces confiar más en el habla, cuidarla,  interrogarla.

Tratar de hacer crecer los lugares donde encuentra la  resistencia para lo injusto,  y recuperar la confianza en la energía y la alegría de la palabra.

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