Bárbara Wulman

Aún nos cuesta creer que se haya ido…

La tarea de escribir una reseña sobre Bárbara Wulman no resulta sencilla, y hemos desechado la idea de presentar una síntesis sobre la vida y la obra de esta enorme pintora por dos motivos. El primero, porque podría resultar tedioso para aquel lector que desconoce la carrera de Bárbara Wulman, más que nada teniendo en cuenta que ella misma había decidido apartarse del candelero artístico por un largo tiempo. El segundo motivo es que nosotros no somos críticos de arte sino artistas, y como amigos de Bárbara preferimos encarar esta nota desde lo emotivo. El lector sensible sabrá comprender.
Y es que, en definitiva, entrar en la pintura de Bárbara Wulman es entrar en el alma de su autora. Los que la hemos conocido podemos percibir los guiños autobiográficos que pueblan su obra; los que no la han conocido, intuyen la fuerte personalidad y el riquísimo mundo interior de la creadora. Sus personajes, incluso sus abstracciones, adquieren diversas formas: humanas, animales, de objetos o símbolos, pero su esencia intrínseca logra que milagrosamente formen parte de un ser único, multifacético, como lo es el ser humano. La obra de Bárbara refleja su ver en el mundo, misterio y enigma, trabajadora incansable, respondiendo al llamado de su amor incondicional por la pintura. Su energía y su sensibilidad se plasmaron en el lienzo con absoluta libertad, reflejando en sus trabajos tal vez gran parte de su vida misma, manejando las alegorías de forma maestra. Nada es explícito, tampoco nada es hermético; para el que sepa ver podrá sentir la presencia de Barbara en cada una de sus obras, y como dijera alguna vez “es la vida, nada más”. Sus series de trabajos recorridas a lo largo del tiempo, como la de Gilgamesh, la del Búho, la Ópera Náutica, el Bestiario, los Bronces Chinos, por mencionar sólo algunas, nos muestra la inquieta necesidad de fluir hacia nuevos horizontes internos.
Su sólido oficio pictórico fue adquirido en los talleres de Vicente Forte, Héctor Cartier y Antonio Seguí, e incrementado con el estudio analítico de los más grandes maestros a los que veneraba: Paul Klee (por sobre todos), Giotto, Van Gogh, Giorgione,  Leonardo, Grünewald, William Blake, Alfredo Hlito, Henry Moore, los pintores medievales, los artistas orientales y los precolombinos. Logró tener así un conocimiento muy afilado del universo plástico que le permitió poseer una sólida apreciación de la obra de arte y un ojo hiperlúcido para entrar en el mundo de cada obra. Este eclecticismo nos sugiere que el gusto estético de Bárbara no se apoyaba en lo estilístico sino en la espiritualidad que le transmitía la obra. En una ocasión llegó a besar, sin que nadie la observara, una pintura de Giotto, y alguna vez comentó que creía en Dios “porque lo pintó Miguel Angel”.
Con semejantes maestros, es comprensible que la pintura de Bárbara Wulman combine a la vez sensibilidad con inteligencia (la búsqueda del equilibrio entre lo romántico y lo clásico de Klee), que en lo material se traduce a través de un experto manejo del óleo con riquezas de textura y transparencias, junto a una exquisita templanza del color. Azules, púrpuras, turquesas, bermellones, blancos y tornasolados se combinan audazmente en tanto la sensible modulación de la línea da corporeidad a las formas. Es la misma línea  que, animada por el lápiz o la tinta, se desliza suave y decidida sobre el papel en sus pequeños dibujos. Recordamos los profundos, enigmáticos y reveladores dibujos de su última producción, mostrados por Bárbara sólo a sus amigos más íntimos. Queda pendiente una muestra retrospectiva de su extenso trabajo que podría incluir, además de óleos y dibujos, las ilustraciones hechas para poemas, libros y periódicos.

Una muestra retrospectiva de Bárbara Wulman nos abriría una puerta explícita a su arte, y nos permitiría avizorar por una implícita ventana a una persona apasionada por otras manifestaciones de la cultura, como la literatura y el cine. Su jugosa biblioteca incluía no sólo libros de arte; la herencia de Shakespeare, Proust, Jung, Wilde o Voltaire convivía armoniosamente con las Mil y Una Noches, el taoísmo, García Márquez, Berger, Andahazi y el humorista Liniers, lecturas que compartía con devoción entre nosotros. Guardaba también carpetas con innumerables recortes de crítica cinematográfica sobre las películas que le interesaban. Aún nos cuesta creer que se haya ido, pero nos consuela imaginar que tal vez esté conversando en algún lugar con su amado Tarkovski.

Los tesoros de Bárbara permanecen aún en el espacio vital de su casa, la casa-taller de la calle Pergamino a la que una vez hemos bautizado como “el Arca”. Antigua y eterna a la vez, abierta y selectiva a la vez, la casa de Bárbara fue el ámbito de largas e intensas veladas en las que el grupo de amigos celebrábamos el comienzo de cada nuevo año. También vamos a extrañar ese culto a la amistad. Se dice que cada hogar posee el sello de quien la habita, y en el de Bárbara pudimos observar que cada rincón tenía su propia personalidad, que cada objeto, aún el más nimio, adquiría un significado. Las imágenes de sus adorados padres y hermana, las de su querido hijo, trocaban la ausencia en espíritu; así como nuestros propios espíritus, según Bárbara, quedaban flotando después de cada reunión. Mientras tanto, sus nueve gatos la acompañaban en su cotidianeidad.

Los últimos tiempos estuvieron marcados por una preocupante disminución física y el temor a la decrepitud y la muerte. Sin embargo, esta circunstancia no le impidió enfrentar su nueva realidad con suma lucidez. Cuando no podía pintar leía, o dibujaba dejándose llevar por la intuición del trazo, para después observar los resultados con descarnada sinceridad. Esa lucidez y esa sinceridad es la que deseamos recordar de Bárbara Wulman. Esa lucidez con la que captaba lo que uno quería decir y todo lo que uno no quería decir; esa sinceridad con la que siempre acercaba su oído y su consejo. Y finalmente la generosidad con la que compartía su cariño y su ser.

Los Arcanos

Carta a Bárbara Wulman

Querida Bárbara:

Desde que nos conocimos en el Museo Nacional de Bellas Artes, cuántos momentos compartimos en nuestra actividad plástica y gozamos con una mirada profunda y enamorada de todo lo artístico que surgió ante nuestros ojos.

Recuerdo en el año 1982 cuando expusimos en Rosario una interesante muestra de trabajos; aparte de la buena recepción y los comentarios sobre nuestra obra, fue una experiencia lindísima conocer esa ciudad, sus artistas, sus museos, sus paseos, el caudaloso Paraná y sus riberas. Qué gratas eran nuestras recorridas habituales, cuando desayunábamos en el viejo hotel Savoy, en donde parábamos con amigos comunes que viajaron con nosotros para asistir al evento. A las dos nos unía ese gusto por el disfrute de las pequeñas o grandes cosas, ese sacarle el mejor partido a cada momento.

Qué alegría cuando fuimos seleccionadas para exponer en el Fondo Nacional de las Artes junto a la escultora Lía Castro, donde exhibimos la muestra “Homenajes”. Poco tiempo después realizamos pinturas murales para la Galería de Arte Informal, y participamos en numerosos de sus salones anuales.

Por esa época nos conectamos con “Poesía Viva” por intermedio de Adriana Gaspar y expusimos junto a Francisco Barletta y una importante serie de dibujantes y pintores varias muestras de Poemas Ilustrados en la Feria Internacional del Libro y en el Recoleta.

Qué grato recordar cuando expusiste en la Galería Forma las series de tus Bestiarios fantásticos y tus misteriosos Bronces Chinos, convocando a los espectadores y a tus amigos a apreciar la calidad de tu pintura y la singularidad de tu imagen.

No, Bárbara, cómo iba a olvidarme del grupo Anamorfosis. Nos reuníamos mensualmente con F.O.B. y Axel, hablando sobre exposiciones, viendo libros de arte, leyendo literatura o notas que nos habían impactado y mostrando algunas veces dibujos o pequeñas obras nuestras. Fueron jornadas encantadoras, contando experiencias del presente y del pasado, llenas de humor y estimulante camaradería. ¡Inolvidables!

Qué extensa y esforzada carrera la tuya Bárbara. Tu trabajo, -donde los recursos plásticos y tu imaginación nos demuestran con excelencia la belleza de la imagen y el color-, no supo de sosiego. Todo ello nos hizo acercar al enigma de la creación: lo milagroso de los secretos.

Tu memoria está en nosotros querida Bárbara. Y esta memoria está en ese lugar donde siempre serás recordada.

Tu amiga
Isabel Pérez Cobo

Nota de la Dirección: Bárbara Wulman fue colaboradora permanente de Generación Abierta durante un tiempo prolongado de nuestra publicación. Adherimos a los conceptos vertidos por Los Arcanos y por Isabel Pérez Cobo sobre su persona, fue sin duda una cálida amiga y una notable artista plástica.

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