Rodolfo Walsh (1927-1977)

Las armas de las palabras
Por Pablo Montanaro*
(desde Neuquén)

La obra literaria, la ética al servicio de la justicia y el compromiso con su tiempo siguen  estando presentes cuando se habla de Rodolfo Walsh. Se podrá  estar de acuerdo o no con las opciones políticas que abrazó en los años 70, pero bien vale reconocer a quien sigue estando presente en la cultura argentina porque se ha convertido en uno de los más grandes autores  argentinos del siglo XX.

Nacido en enero de 1927, en Lamarque, una localidad al sudeste de la isla de Choele- Choel, provincia de Río Negro, Rodolfo Jorge Walsh transitará entre los diez y catorce años de edad, a raíz de la penosa situación económica de sus padres, la difícil experiencia de ser pupilo, primero, en un colegio de religiosas  irlandesas en Capilla del Monte y luego en el Instituto Faghi, una congregación de curas irlandeses ubicado en Moreno. Las vivencias en esas “cárceles para chicos” las retrata años después en la llamada “serie de los irlandeses”, conformada por los cuentos Irlandeses detrás de un gato, Los oficios terrestres y Un oscuro día de justicia. Precisamente en este último aparece la primera connotación política: se habla del pueblo y de sus expectativas de salvación puestas en un héroe (Malcolm): “mientras Malcolm se doblaba tras una mueca de sorpresa y de dolor, el pueblo aprendió (…) que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de sus propias entrañas sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”.
El espacio propicio para conectarse con la actividad literaria lo encuentra a  mediados de la década del ’40 en la editorial Hachette, donde se desempeña como corrector de pruebas, traductor y antólogo. Mientras colabora con cuentos y crónicas periodísticas en diarios y revistas (Leoplán, Vea y Lea), descubre el género policial en los libros de la colección “El Séptimo Círculo” que dirigen Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Su primer libro, Variaciones en Rojo (1953), será una colección de relatos policiales.
Hasta aquí podríamos trazar el perfil de un Rodolfo Walsh amante del ajedrez como del género policial y fantástico, que entiende a la novela como el punto supremo de las letras, y un intelectual antiperonista (simpatizante de la Alianza Libertadora Nacionalista) que apoya la Revolución Libertadora que derroca en 1955 al gobierno democrático de Perón, al que considera un burlador de las libertades cíviles.
Pero su vida y su obra tomarán un rumbo distinto a partir de una fría noche de junio de 1956, mientras juega al ajedrez en un bar de La Plata. Allí se entera del fusilamiento, en un basural de José León Suárez, de un grupo de civiles presuntamente implicados en la sublevación militar del general Valle contra el gobierno de la Revolución Libertadora, encabezado por los generales Aramburu y Rojas. A esos civiles se los detiene en cumplimiento de la ley  marcial  promulgada después de que  fueran arrestados.
Seis meses más tarde, en el mismo bar, mientras saborea una cerveza y con la mirada fija en las piezas del tablero, un hombre se le acerca y le susurra: “Hay un fusilado que vive”. Con esta confidencia comprende que, además de las perplejidades personales, existe un peligroso y amenazante mundo exterior. Decide iniciar la investigación de los hechos para alcanzar la verdad y, de esta manera, desenmascarar a traidores y asesinos. Actitud que determinará su destino literario y político. Entrevista al “fusilado que vive” (Juan Carlos Livraga), a quien describe de la siguiente manera: “Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte”.
Operación Masacre, publicado en 1957, dará cuenta de esta investigación tomando el relato de los hechos verídicos, procedimiento semejante al de Sarmiento en Facundo y Esteban Echeverría en El Matadero. Walsh se adelanta de lo que años después los especialistas llaman “nuevo periodismo”. Presiente que está frente a una nueva manera de asumir un compromiso con el periodismo a través de la búsqueda riesgosa del testimonio escondido y doloroso. Pero la marca que distingue a Walsh es la forma en que lleva adelante la denuncia periodística, ubicándose en el lugar de las víctimas. Para Ricardo Piglia, con Operación Masacre, Walsh responde al remanido debate: compromiso versus eficacia de la literatura. “Walsh levanta la verdad épica de los hechos, la denuncia directa, el relato documental. Un uso político de la literatura debe prescindir de la ficción”, señala el autor de Respiración artificial.
En 1958 Walsh realiza otra investigación, en este caso la vinculación del gobierno de la Revolución Libertadora en el asesinato del abogado Marcos Satanowsky, quien manejaba la sesión de las acciones del diario La Razón. Recién en 1973 aparece en forma de libro bajo el título Caso Satanowsky que pone a la luz que es el propio Estado quien ampara y oculta a los culpables. “El sistema no castiga a sus hombres: los premia. No encarcela a sus verdugos: los mantiene”, clarifica Walsh.
Viaja a Cuba, una vez producida la revolución encabezada por Fidel Castro, para incorporarse a la agencia de noticias Prensa Latina como Director de Servicios Especiales. Los cubanos recordarán siempre que fue el propio Walsh quien, utilizando sus conocimientos de criptógrafo aficionado, descubre los mensajes que dan cuenta de una inminente invasión a Bahía de los Cochinos instrumentada por la CIA. Los tres años en tierra cubana le permitieron ser testigo del “nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso”.
De regreso a Buenos Aires se plantea seriamente que, de todos sus “oficios terrestres”, el de escritor es el que más le conviene. No se trata de una determinación mística sino que se considera haber sido “traído y llevado por los tiempos”. A mediados de los años ’60 se representan sus obras de teatro La Batalla y La Granada, donde mezcla el grotesco y el absurdo para reflejar, en la primera, la realidad latinoamericana de entonces y en la segunda reflexionar sobre la condición humana.
En 1965 publica Los oficios terrestres, en el que sobresalen los cuentos Irlandeses detrás de un gato, Fotos y Esa mujer, siendo este último uno de los más celebrados de la literatura argentina del siglo XX. En Esa mujer, Walsh conjuga con maestría lo policial con lo histórico, la literatura con el periodismo, logrando el clima ideal para referirse a la historia del cadáver de Eva Perón pero sin mencionarla en ningún momento. Dos años después aparece un nuevo volumen de relatos, Un kilo de oro.
En sus artículos de investigación periodística, que publica en la revista Panorama, se destacan el contenido social, una excelente prosa que respeta el ritmo y la textura de las frases de los entrevistados. Walsh representa tanto el mundo rural como la vida cotidiana en la gran urbe, logrando verdaderas investigaciones socioan-tropológicas.
Dirigir el Semanario CGT, editado hacia fines de los años ’60 por los gremios no colaboracionistas con la dictadura de Onganía, lo lleva  a Walsh a potenciar aún más la necesidad de aumentar su compromiso político; encarnando aquel postulado del peruano Juan Carlos Mariátegui: “en los períodos tempestuosos de la historia ningún espíritu sensible a la vida puede colocarse al margen de la política”.
En el semanario de la CGT es acompañado por periodistas de la talla de Horacio Verbitsky, Rogelio García Lupo, Miguel Briante, entre otros. Convencido de que el intelectual que “no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante, y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”, emprende su camino de militancia en el Peronismo de Base. Y considera que es imposible hacer literatura alejada de la política, por lo tanto inicia otra investigación: el asesinato de Rosendo García, un líder sindical del peronismo, por el cual son acusados un grupo de peronistas combativos. ¿Quién mató a Rosendo?, es el libro que se arma a partir de una serie de artículos que Walsh escribe bajo el título ¿Qué es el vandorismo? en el periódico de la CGT.
La participación política activa de Walsh se acrecienta cuando en 1973 se incorpora a la organización Montoneros, desarrollando tareas vinculadas con la información, la inteligencia y la planificación de acciones. Junto a Miguel Bonasso y Francisco Urondo funda el diario Noticias con la intención de convertirlo en instrumento político de Montoneros y, de este modo, lograr mayor presencia en diversos sectores.
Con el golpe  militar de 1976, Walsh presiente que la derrota está cerca. Se enfrenta a la cúpula montonera, mediante una serie de documentos, en los cuales los acusa de no aceptar la derrota, que hubiera evitado muchas muertes, incluso la de su propia hija, Vicky, que decide pegarse un tiro al ser acorralada por un grupo de militares. Una víctima más de una generación masacrada. “Nosotros morimos perseguidos en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizás te envidio, querida mía”. Son las palabras que elige Walsh para despedirse, desde la clandestinidad, de su hija. También acusa a la cúpula montonera de persistir en una lucha armada absolutamente inútil frente a un enemigo poderosamente armado. “Walsh escribe para persuadir, no para historiar un proceso. Escribe para que se corrijan formulaciones, para señalar incertidumbres”, señala Nicolás Casullo.
Reconocida la derrota, Walsh en plena soledad, con una máquina de escribir y desde el anonimato resiste el cerco informativo impuesto con torturas y muertes por los militares. Crea, primero, la Agencia Clandestina de Noticias (Ancla) y, posteriormente, Cadena Informativa. Acompañado por un reducido grupo de periodistas, Walsh escribe documentos que reflejan lo que en verdad sucedía en el país (desapariciones, fusilamientos, torturas, campos de detención clandestinos, etc.), enviándolos a las redacciones de diarios, revistas y corresponsalías extranjeras.
En su condición de escritor, intelectual y militante, y especialmente desde su propia identidad (“Vuelvo a ser Rodolfo Walsh”, aclara), con la certeza de ser perseguido, escribe la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, al cumplirse un año del inicio del régimen. “Lo que ustedes llaman aciertos son errores, lo que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”, afirma en esta misiva que para muchos es la obra maestra del periodismo universal.

Antes de ser acribillado en la esquina de San Juan y Sarandi por un grupo de tareas de la Escuela Mecánica de la Armada, Walsh logra acertar su golpe maestro: despachar algunas copias de la mencionada carta. Así entrega su vida, en plena acción, con su arma más certera y verdadera: la palabra.

 

Pablo Montanaro es autor de los libros de ensayo “Juan Gelman: Esperanza, Utopía y Resistencia” (Lea, 2006), “Roberto Arlt: El arte de inventar” (Lea, 2005), “Cortázar, de la experiencia histórica a la Revolución” (Homo Sapiens, 2001) y las biografías “Francisco Urondo: La palabra en acción –biografía de un poeta y militante” (Homo Sapiens, 2003) y “Palabra de Gelman” (Corregidor, 1998).

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