La Llave de la Caverna

Sección de poesía “Antonio Aliberti

“Mejilla de Sal”

Esta caja vacía donde durmió una muñeca
es  un ataúd abandonado por la muerte.

Con su aroma de peluca encolada
esa tristeza de bucles aplastados
flota otra vez al levantar la tapa.

Hecho en la frugalidad de la memoria
el olvido se niega en sus ojos verdes
donde el vidrio se empapó hasta la ternura.

Aquí no está el dolor
sino en el basural y en su camino
con una sola pierna, la sonrisa astillada,
los dedos rotos y el vestigio del pié
donde un botón piadoso sostiene
mugriento el zapatito de badana.

Ni la desmemoria de la lluvia
ni los rajantes soles ni los manoseos
han borrado la marca de un beso

sobre la lágrima apagada en su mejilla.

 
Federico García Lorca
 
Lavanda

A fiebre en edredones huele
la gris mirada de la muerte
sola como el sueño
o los sueños sin cumplir secretos.

Tiembla la línea del amanecer
cargado de pájaros en la luz
a gritos entre los matorrales.

Todo el aire es azul y vuela frío
en los desgarrones de la niebla.

Con el filo de una lágrima viva
se desuella al cordero perdido.

Es la hora de la exacta soledad
la soledad de morir, de dormir
o soñar.

Mariano García Izquierdo

Charlas

“Contame como sos, Fernando…”
Cauteloso sonrío: soy un resto,
una sombra que nada pide y nada aguarda.

Pero contesto “quién sabe, quién sabe;
tal vez un fugitivo, un ansia destituida,
agua estancada en que quedó el recuerdo
de una felicidad como nadie ha tenido”.

No escucho el nunca que insiste en sus labios
ni me aleja el fulgor que emana de sus sienes,
tan solo leo una promesa errática, inasible,
en el fondo de su mirada infinita.

Es curioso: en las tardes vacías de este verano final,
parece que el incrédulo esperara un milagro.

Y se le viene encima
una ternura de humedecer los ojos,
igual que les pasa a los ancianos.

 

Vuelven las lluvias

Por el vidrio resbalan los hilos de la lluvia:
la ciudad detenida como un convoy ausente
propaga desde el fondo del ventanal abierto
la falta de pasión y pena.

El tránsito se consumó en soledad piadosa
y la codicia yace tras los techos y muros,
hecha crepitación, rescoldos,
fragmentos de una nómina que el corazón rehúsa.

Esta ya no es la lluvia del verano
sino otra, obstinada y apacible,
como el rumor callado de un presente
que nunca dejará de serlo.

Parece un tiempo bueno para comenzar a irse:
se regalarán libros, muebles, algunos cuadros,
chucherías traídas en los viajes;
por ahí hasta esta lapicera.

Apenas deje un poco de llover saldré a la calle,
con el saco cruzado y el paraguas negro,
a encontrar la alegría de unos ojos distantes,
la impredecible luz
de la vida que sigue.

Fernando Sánchez Zinni

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