Antonio Di  Benedetto (Primera Parte)

La escritura como vía de conversión

 

Por Dra. GRACIELA MATURO

 

 

(Con Antonio Di Benedetto mantuve una larga y entrañable amistad desde mis veinte años. Compartíamos esa amistad con Alfonso Sola González, quien lo invitó a su cátedradeLiteraturaArgentina,interesado enel jovenescritor –apenas algo más joven que él mismo– que empezaba a singularizarse en el ámbito literario de Mendoza. Tiempo después, al regreso de su exilio en España en 1985, y como cerrando un ciclo, lo invité a la cátedra de Teoría Literaria a mi cargo en la Universidad de Buenos Aires. Así les dijo Antonio a mis alumnos: “Fui invitado a la Universidad de Cuyo en 1950, por Alfonso Sola González, y ahora, de regreso a la patria, es Graciela quien vuelve a invitarme a una cátedra de Letras”. No creo exagerado afirmar que el tiempo y los sufrimientos decada uno nos fueron acercando en más deun aspecto. Antesdevolver, él me pidió desde Madrid que prologara sus “páginas seleccionadas por el autor” para la editorial Celtia; alcanzó a leer eseprólogo y meexpresó su alegría, pero el libro debió consignar su muerte, que se produjo el 10 de octubre de 1986. Lo visité varias veces en el Hospital Italiano, donde permaneció un mes y medio en estado de coma. Iba a verlo a las 3 de la tarde, nunca me crucé a nadie, pero supe que Francisco Aldecua estaba a su lado por la mañana, y que Graciela Lucero iba por las tardes. Hasta aquí mi recuerdo y homenaje de amiga, con la expresión de un deseo profundo: que sea investigado el proceso de su prisión y tortura. Hubo entregadores, hubo cómplices: él me lo dijo).

 

Di Benedetto,

un grande de las letras hispanoamericanas

 

“Escribo para confesarme y salvarme.”

Antonio Di Benedetto

 

Antonio Di Benedetto (1922- 1986) se ha convertido en una figura emblemática de las letras argentinas. Su probidad intelectual, su cualidad de escritor eximio y al mismo tiempo su condición de víctima de la dictadura militar hacen de él un ejemplo singular del destino del escritor, que asume la palabra como indagación del mundo y de sí mismo sin eludir en ningún momento la responsabilidad de asediar la verdad. Sus ficciones son vías de esa tarea de autocomprensión, que abre a sus lectores el conocimiento del mundo y de sí como sólo el arte genuino sabe hacerlo.

Entre nosotros suele cometerse el error de aislar la literatura argentina de la que producen los demás países de América Latina, entre los cuales Argentina muestra ciertamente su singularidad pero asimismo su pertenencia. Y esto se hace más notable cuando enfocamos a los escritores que llamamos del “interior”, como Moyano, Tizón, Víttori o Di Benedetto, quienes dan cuenta, por su formación y fidelidad al entorno, de su raigal pertenencia a América Latina. No me estoy refiriendo al escritor folklórico, como es el caso de un Draghi Lucero, que asume conscientemente la búsqueda y recreación de la narrativa tradicional, sino a autores formados en ciudades de provincia, en diálogo con el mundo y dentro de un particularismo identitario que los hace universales sin plegarlos necesariamente a las modas, y que cuando se aproximan a movimientos filosóficos y artísticos epocales y mundiales, como lo han sido el existencialismo y el surrealismo, lo hacen desde la madurez de su cultura propia. Son asombrosas las similitudes culturales entre novelas como Zama (1956)1 y El coronel no tiene quien le escriba (1961), o El silenciero (1964) y La Hojarasca (1955), o las que relacionan, manteniendo distancias de invención y estructuración, a los cuentos de Juan Rulfo y los de Antonio Di Benedetto. El sustrato cultural e histórico que los sostiene dicta, innegablemente, el parentesco de la mirada, el habla y la simbólica que les son comunes. Ellos expresan desde adentro la situación de países que fueron anacrónicos en relación con la Modernidad euro- norteamericana; la idiosincrasia de culturas periféricas o marginales al poder central que ha gobernado a buena parte del mundo en los siglos recientes. Y este contraste se manifiesta no solo en lo político sino, especialmente, en los aspectos culturales que el escritor vivencia y expone singularmente a través de su trato con lo simbólico.

Antonio Di Benedetto ha expresado como pocos ese drama cultural, y lo hizo colocando a la vez, como eje de su producción, su propia vida, no al modo simple y directo del escritor confesional sino calando profundamente en los estratos vitales a partir de una inventiva poética. Ello da plena razón a la legitimación de los lenguajes metafóricos en su relación con la verdad, como nos ha revelado Paul Ricoeur2. La invención poética no esgratuita: esuna técnica deinvestigación dela realidad histórica y más profundamente de la realidad subjetiva.

 

Al considerar a la ficción como un modo indirecto y revelador de presentar la verdad, Ricoeur nos ha mostrado lo más hondo del quehacer ficcional: la creación de personajes, la construcción o invención de ficciones, conforman un aparato heurístico apropiado para descubrir lo esencial de la propia vida –del autor, del lector– mostrando la verdad por una vía indirecta. Se aplica a esa labor la triple mímesis de la cual nos habla su texto magistral sobre la narración: la prefiguración, la configuración y la refiguración por el lector, que hace del proceso ficcional una expresión oblicua de la verdad. El texto dela novela remitesiempreal presente histórico del lector, así como a la vida individual, reconfigurada en la operación de la lectura. L’auteur apporte les mots et le lecteur la signification3. No se trata de la figura del lector sugerida por la retórica, e implícita en el texto, sino del lector real, que reinterpreta los signos del autor. Queda dicho pues que no adscribo a ninguna postura posmoderna negadora del sujeto real, a ninguna concepción del artefacto literario como realidad autónoma que puede ser estudiada en sí misma.

Di Benedetto transitó tempranamente ese camino realista al que tratamos de devolver su significación a través de una lectura acorde. Hizo de la escritura un espejo de su aventura vital, acompañado de una profunda indagación filosófica y expuesto a través de una construcción artística lúcida y exigente, instalada con plena conciencia del peso de la palabra y el valor de la forma estética.

Consciente como pocos del oficio de escritor, cultivó un estilo sobrio, reticente, tocado por una leve ironía o volcado al humor, siempre contenido y sutil, variantes que a mi ver constituyen modulaciones del temple y el habla del mendocino, y con mayor amplitud del hombre de provincia. El provinciano –que muestra pertenecer de fondo a la cultura hispanoamericana, es decir latino-indo- afro-americana–, es reticente por secreto orgullo, e irónico por una mezcla de autovaloración y timidez; practica cierto humor particular en que se cruzan la inteligencia y la afectividad, al servicio de cierta defensa interior largamente asumida ante el alarde de la modernidad euroatlántica. A esa esfera regional se superpone, ciertamente, la individualidad creadora de un autor excepcional.

Desde Cervantes en adelante casi no conocemos autores literarios que hayan elogiado el avance de las ciencias, las máquinas o la invención técnica en sus distintas etapas. No quisiera caer en una imagen estereotipada del escritor como anti-progresista: me refiero a que el escritor occidental europeo o latinoamericano asumió (mayoritariamente) la misión de contrapesar los excesos modernos; su lugar estuvo siempre del lado del humanismo, el amor, los valores, los sentimientos; o sea, hizo una defensa implícita o explícita de cierto equilibrio humano en la historia.

 

 

 

1 DI BENEDETTO, Antonio. Zama. Buenos Aires: Alianza, 1956.

2 RICOEUR, Paul. Temps et Récit. Paris: Du Seuil, I, II, III: 1983-1984-1985.

3 RICOEUR, Paul. Temps et récit, III: Le temps racconté. París: Du Seuil, 1985. Cfr. p.247

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