Cristina Escofet*

Entrevista a cargo de LUIS RAÚL CALVO

 “La mirada desde género (lugar en el mundo) restituye identidad, visibilizando a esos otros excluidos del sistema central”       

 G.A.: Profesora de filosofía, escritora, investigadora en temas de género. ¿Cuál de ellas  surge primero; en qué contexto de tu vida se dan y cómo van apareciendo las otras vocaciones?

C.E.: Bueno, siempre se puede hablar de cronologías, pero no son exactamente sucesivas. Siempre me gustó escribir, te diría que fue y es un don. A los seis años, ya redactaba con guiones, diálogos. Mis compañeros de clase iban por las vocales y yo redactaba tres y cuatro páginas. Lo gracioso es que me pedían explicaciones, la directora, la vice, la secretaria y yo no sabía que decir. ¿Qué iba a decir? Mi mamá era maestra pero nunca me había enseñado antes del colegio. Fue la más sensata en ese conciliábulo de mujeres acerca de si yo era normal, superdotada o vaya a saber. Mi madre que era muy práctica dijo: Y déjenla, si le gusta escribir que escriba, eso sí, no la adelanten de grado, les hace mal a los chicos. Y así fue, y yo contentísima me dejaban escribir todo tipo de historias. Algunas eran muy tristes como una de una mamá gorrión que murió encerrada en el nido con los pichones porque el papá gorrión les clausuró la puerta con barro. Luego recuerdo que escribí mi versión sobre el cuento de Pinocho convenciendo a Geppetto de que lo hiciera ñato para siempre. Recuerdo que causó mucha gracia. Y lo leían en la dirección de la escuela, la maestra, la vice, la secretaria y el director. Causaba gracia la discusión del muñeco con el padre. Porque el padre le decía: No, en el cuento dice otra cosa. Y Pinocho se enojaba: Yo quiero ser ñato y no quiero ser un chico de un cuento, y quiero ser de carne y hueso ya.

Claro yo defendía una existencia auténtica desde el vamos. Tenía sólo seis años, pero se ve que ya era existencialista y además no me resultaba convincente que alguien naciera de madera y nariz delatora de mentiras.

 Fui actriz a los quince años y el escenario fue una experiencia que me marcó. Luego la Filosofía fue como un llamado. Yo estudiaba otra carrera, pero una vez pasé por el aula donde un profesor hablaba de  Heráclito con tal elocuencia que me atravesó. Aquello de que nadie se baña dos veces en el mismo río, me sonó que era para mí. Me cambié de carrera y me  recibí de “profesor” de filosofía. Así dice mi título. Pero no sé si fue por eso exactamente que me hice feminista. Más bien fue porque ya amaba a Simone de Beauvoir como escritora. Todos los hombres son mortales, Los mandarines y La sangre de los otros, me marcaron a fuego. Creo que nunca dejé de ser existencialista. El ser y la nada de Sartre, Crítica de la razón dialéctica, El existencialismo es un humanismo, eran mis libros de cabecera, junto con La fenomenología de Hegel,  pero El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir me cambió la sangre. Era una mujer. Era filósofa y hablaba de la existencia de ese otro excluído del que las mujeres formábamos parte.

Caramba ahora me doy cuenta contestándote por qué mi Pinocho no quería ser  el otro excluido, quería existir desde el vamos. 

Volviendo al tema de la filosofía, con Simone de Beauvoir, redescubrí otro parámetro de pensamiento. A mi modo crucial y fundante de un nuevo paradigma. Había exclusiones en la filosofía que mentían sobre la  existencia. O sea, las mujeres no habíamos formado, por siglos, parte de las teorías del ser. Y el feminismo, o los feminismos (porque hoy el abanico es inmenso) nos ponían de pie, de  las que las mujeres no formábamos parte. Sí, desde el Segundo sexo no paré. Y no paro.

A mí  me expulsaron de la Universidad de La Plata, donde enseñaba Historia de la Filosofía Moderna en tiempos poco gratos que no quiero recordar porque sería darle centralidad en mi vida al dolor, y lo más importante que me sucedió es haberlo atravesado. Prefiero decir que Heráclito me había marcado tanto, que me refugié en otro río en que ya había nadado: el teatro. Primero retomé mi actriz y luego me di cuenta que me gustaba más estar de otro modo en la escena.

Ahí fue Chacho Dragún mi gran impulsor. Yo estaba haciendo una obra de él, y durante ese proceso, le había dado para que escribiera la introducción a mi novela Primera Piel. Estaba muy conmovido por lo que contaba en esa novela, prometida a mi mejor amiga Liliana Galletti (desaparecida junto a los 30.000)  y me acuerdo que café de por medio, me pidió que escribiera teatro. Y así empecé. Con el teatro, y ya corrían los 80 y pico.

 Contextos, me preguntás. Yo creo que todo en el gran contexto de la vida, y de sentir que no importan las circunstancias, es verdad que nadamos en un río que no siempre es el mismo. La Argentina, forma parte de un continente a contrapelo.  Y me río, resulta que más allá de Heráclito, soy muy buena nadadora de río. El río implica desafío y cautela. Ser Latinoamericana implica lo mismo. No soy una valiente arquetípica. Soy más bien, una buena resistente.

Es lo único que te puedo decir con coherencia. Me hiciste pensar en esa versión del cuento. Nunca lo había contado. Un muñeco que no quiere ser de madera. Que quiere ser de verdad, con una nariz bonita sin la incomodidad de andar controlando lo que dice por miedo a que le crezca y lo señales como mentiroso. Que quiere no perderse el descubrimiento de hacerse a sí mismo y decir lo que le da la gana y no lo que debería. Y eso es género. Una construcción de la propia subjetividad más allá de una mirada dominante.

No sé si te contesté con claridad.

 

G.A.: Sí, muy claramente. Yendo a otro tema has escrito novela, cuento, guiones de televisión, pero desde tu óptica “…el teatro es el que me ha posibilitado hallar mi voz, desde lo individual y lo colectivo…”. ¿Por qué considerás que se ha dado este fenómeno?

C.E.: En mi libro Arquetipos, modelos para desarmar (palabras desde el género) un libro de ensayo, explico que  el teatro  es la apropiación simbólica de la acción. Una suerte de recupero de escenario propio, en el sentido del cuarto propio de Virginia Woolf . Una suerte de recuperación de un lugar, ese lugar que la realidad nos ha negado. Esa acción que puede aparecer sujetada en la realidad, en el teatro recupera simbólicamente su lugar. Yo siento que el escenario fue mi cuarto propio. Conformando personajes (mayoritariamente femeninos) que se metían en el claroscuro de su existencia. Y allí lo no dicho, lo prohibido, lo oprimido, lo silenciado, se iban tejiendo y destejiendo en una dialéctica que me permitía descender y ascender. Personajes de carne y hueso, contradictorios, con lenguajes explícitos, implícitos, con proyecciones oníricas.

Acá hago un paréntesis. Mi muñeco quería ser de carne y hueso y no quería sentir vergüenza de sus zonas vulnerables. Y es lo que construí y construyo. Seres de carne y hueso, desde la visceralidad.  Seres vulnerables. La voz/voces de los personajes, con sus imperfecciones latentes o explícitas. Creo que todo conformó una columna vertebral donde la voz individual de los personajes se espejaban en mis propias voces y luego está toda la experiencia teatral que es un hecho colectivo. Y esa dialéctica comprende al público, la cuarta pared. Fijate que no deja de ser un hecho existencial siempre. Un hecho del pensamiento. Y no deja de ser un hecho filosófico. En mí, la filosofía siempre estará presente, no como tesis he dicho, sino como mirada posicionada en la diferencia.

Es posible que todo sea una excusa para generar reflexión desde la acción dramática. Pero la acción es juego. La vida es juego. Yo escribí desde el vamos como un juego. Jugaba escribiendo. Y tenía a todo el colegio detrás, a ver con que se salió esta vez. Se ve que vine a la vida con ese don. Generar escenarios de miradas múltiples. Me gusta. Nadar y escribir. Y leer desde luego.

G.A.: Alguna vez declaraste que descrees “…de los conceptos de neutralidad cultural, y de cualquier constructo desde los cuales se segrega y se excluye…” ¿Podrías ampliar estos conceptos?

C.E.: La neutralidad no existe. La escena es punto de vista. Los “se piensa”, los “se dice”, los “se crea”, como genéricos son constructos culturales para imponer un modo de conformar pensamiento, arte, ciencia… La “neutralidad” es la mejor manera de silenciar la multiplicidad, la diversidad. Porque fijate que es desde la neutralidad que se construyen parámetros tan disparatados como el de la grieta. Esto o lo otro. Como un desfiladero estrecho, donde o es blanco o es negro. Nunca jamás la historia nos va a presentar esto o lo otro, a menos que estemos direccionando un modo muy limitado de estructurarnos. Y no se trata  de reglas de tránsito, por dónde cruzar la calle.  Pero la cultura binaria, el pensamiento binario, sería algo así, como la anulación de toda pluralidad de miradas, y desde luego la anulación de las diferencias.  Y aquí el feminismo ha hecho un aporte fenomenal. La mirada desde la diferencia ha sido un gran aporte de las feministas, en las que desde luego me incluyo. Esa mirada que te coloca en la herida y en una línea de frontera. Toda mirada es subjetiva. Y todo corrimiento de la norma binaria de pensamiento un ejercicio indispensable, si es que queremos aportar sentido que nos coloque a la altura de ser contemporáneos de una subjetividad amenazada. Vivimos en un planeta que atraviesa diferentes guerras. Diferentes opresiones y exclusiones. ¿Cómo no mirar la existencia desde la diferencia, desde la  herida, o la exclusión? El patriarcado como sistema de dominación, si algo provoca es exclusión. Y si como feminista señalo la exclusión y me sitúo en ella, no es para naturalizarla, sintiéndome excluida, salvada, es para asumirla como propia. La exclusión no es algo que le pasa a otros. Soy mujer, soy latinoamericana, soy argentina, desciendo de inmigrantes pobres que huían de guerras y hambrunas. Ya no más, esto basta para decirte, imposible tener una mirada neutral. ¿Qué sería la neutralidad? ¿Creerme por ejemplo parte de la raza dominante por portar el color blanco de la dominación que acá ocultó la negritud? Fijate como todo nos va llevando a que la neutralidad es un constructo histórico, donde se determinan los lugares de dominación y opresión. Y si no, pensemos en las guerras. ¿Son acaso neutrales?

¿Qué sería la neutralidad? Que alguien me la explique.

Como ecuación, la exclusión es la norma de todo sistema desigual. Y esa desigualdad se vive pero también se resignifica desde el pensamiento. Rossi Braidotti habla de saber situado en la diferencia.

Y yo agrego situarse en la diferencia y siempre con mirada alerta, porque el patriarcado rediseña sus mapeos de inclusiones y exclusiones permanentemente, así como rediseña territorialidades geopolíticas;  y otro filósofo Paul Virilio dice que en un mundo que se divide entre colaboracionistas y resistentes, me defino como resistente. Yo opino igual. Soy una resistente.  Bueno, está claro por dónde voy. Vuelvo a citar a Braidotti, voy como un sujeto nómade en construcción. Ese sujeto que al decir de la filósofa ítalo australiana, se va construyendo, se va armando. Ser siendo, sería la mejor definición de esta subjetividad en tránsito que tan bien desarrolla Braidotti.

 

G.A.: Dos de tus últimas obras-sos la autora- en cartel son “Yo Encarnación Ezcurra” y “Bastarda sin nombre”. ¿Qué han representado en tu trayecto por el arte escénico?

C.E.: Las dos obras hablan de dos mujeres muy fuertes de nuestra historia, Encarnación Ezcurra fue el cerebro de Rosas, la armadora de la revolución de los restauradores que le permitió a su hombre ejercer el poder con facultades extraordinarias. Fue una mujer que ejerció liderazgo político desde la centralidad de la escena. Y estamos hablando del siglo XIX. Es increíble la osadía de esta mujer que además mostró sus disidencias con la forma de estructurar poder en la correspondencia con Rosas mientras él estaba en el desierto. Imaginate qué tamaña dimensión. Mujer. Política. Mirada propia. Y encima, figura relegada por la historia de la historiografía. Bueno, ir hacia Encarnación fue dejarme llevar por su mano hasta el centro mismo de la dialéctica del poder que deja de dialogar con sus conflictos. Lo paradójico es que ella partió de la centralidad de la escena política, y terminó sola en silencio y murió sin pronunciar palabra.  Bastarda sin nombre, es mi mirada sobre Evita.

Ella también construyó poder (Siglo XX) no desde la centralidad, sino desde la periferia, desde ese lugar de la asistencia al humilde, lo construyó, desde ese instinto genial de situarse en la herida del otro, en el deseo del  otro, la necesidad del otro. Ella fue la mirada de los excluidos. Y su figura se agigantó hasta conformar un solo corazón. El de un pueblo que aún la ama. También puso el dedo en la llaga de las falacias del Estado cuando no contempla las necesidades sociales como políticas de Estado. Vaya figura.

Pero mi obra tiene un giro y es la relectura de su famoso discurso del renunciamiento, en mi obra yo hago otra lectura, ella no renuncia a cargo alguno, ella viene a decir que nunca renunció, que fue la legítima vicepresidenta de la nación. Viene a decir que no necesitó un cargo, porque de hecho fue vicepresidenta, que no necesitó votos, que de hecho fue una conductora política.

Y aquí la paradoja es que Evita parte de la periferia de la política, y termina en un majestuoso escenario de diálogo con la marea humana que la vitoreaba. O sea llega al poder central. Primero porque en los hechos ella ejerció liderazgo de contundencia. Segundo porque esa despedida con su pueblo, fue un acto de afirmación de poder genuino.

Las dos significaron mucho en mi trabajo, en este camino de situarme en la herida, en la contradicción, en el conflicto, y un gran desafío. No soy historiadora pero sé investigar, me apasiona la historia y  me identifico con el revisionismo y las relecturas permanentes de los hechos. De todos modos los buenos historiadores, terminan siendo revisionistas.

G.A.: Importancia de la mirada desde el género.

C.E.: Bueno, es un tema muy amplio. Algo ya explicité. Situarse en parámetros no binarios de blanco negro es fundamental, yo diría que es fundacional. Mirar en varias direcciones, tener plasticidad sin perder de vista que hoy está en riesgo una existencia digna. Que la desigualdad provoca daños tremendos. Que la inequidad conforma sujetos con derechos y sujetos sin derechos. Que a las categorías de sujetos otros, no contemplados desde una mirada central que articula arquetipos básicos: Hombre, varón, heterosexual, dominante vs mujer, hembra, heterosexual, dominada, podemos situarnos en otra perspectiva. Y la mirada desde género (lugar en el mundo) restituye identidad, visibilizando a esos otros excluidos del sistema central, y dándoles la libertad de ejercer libremente sus elecciones sexuales como parte indispensable de pensarse en categorías de subjetividad plenas. Restituye identidad. Y sobre todo, pone sobre el tapete la articulación de un sistema de dominación y opresión que denuncia todo tipo de sujeciones, dominaciones, violaciones, desapariciones, crímenes, venta de niños, esclavitud y violencia sistemática sobre sujetos considerados o el otro inexistente o el otro sobrante o el otro indefenso. La mirada desde el género, es un aporte fundamental que hemos hecho las feministas, tanto como  la lectura de la sociedad en clases sociales.

 

 

*Cristina Escofet: Prof de filosofía. Dramaturga. Directora teatral e investigadora en temas de género.

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