¿La culpa del celular?

El avance de la tecnología y de las fuerzas productivas, sin lugar a dudas, incide en la subjetividad de cada época

Por MIGUEL ÁNGEL CASELLA

Los jóvenes de 12 a 18 años componen la primera generación que estuvo en contacto con el celular prácticamente desde que nació.
El éxito del celular entre los adolescentes responde a diversos factores, tales como:

>    Marcar el comienzo de la independencia del individuo.

>    Actuar como un ansiolítico para los padres.

>    Crear un espacio propio.

>    Actuar como medio de coordinación familiar.

Es un nuevo símbolo que ocupa un lugar similar a la entrega de las llaves de la casa. Así goza de cierto prestigio  ante la mirada del adolescente, ya que es un instrumento que lo hace manifiestamente “adulto”.
Ansiolítico para los padres, además de un dispositivo de monitoreo, es una forma de ayudarlos a independizarse cuando el tiempo marca que es imposible retenerlos.
El celular posibilita  a los adolescentes  crear un espacio discreto, separado del de sus padres y a la vez que tomen contacto con éstos cuando  exploran nuevos  territorios.
Además a veces resuelve problemas de organización y logística del grupo familiar.
El comienzo del efecto red a partir del 2004, el uso de los mensajes de texto comienza a propagarse entre los pares “por contagio”. Siendo  adoptado a tal punto entre los adolescentes que refieren “hablar” cuando intercambian mensajes de texto. Esta “oralidad escrita” desplaza el uso de la voz.
Los mensajes de texto comienzan a ser una buena forma de pasar el rato.  Su uso dentro  del colegio en horario de clases marca una modalidad de transgresión escolar, una herramienta de rebelión, “hay muchos en la escuela que lo usan para copiarse”.
Además el celular deja de ser percibido como un medio de comunicación complementario para ocupar el lugar de un dispositivo personal. Algunos dicen “me ayuda a matar el tiempo, si estoy embolado casi siempre juego o mando mensajes,  saco más de  diez  fotos por día algunas en el colegio”.
Cuanto más propagado entre los pares esté el celular, mayor es la propensión a usarlo, reafirmando la identificación.  Es necesario poseer   uno para estar en pié de igualdad frente al grupo.
“Porque ya no te das cuenta que tenés un celular para hablar. Tenés un celular para caretaje, para boludear, el MP3, MP4, MP5, tablets, la filmadora. Te va llevando, te va llevando, creando necesidades”.
El celular satisface la necesidad de comunicación inherente al adolescente y eso le otorga estabilidad en el tiempo. El celular se convierte entonces en un ícono adolescente, el uso de determinados ringtones  que reproducen música de ciertas bandas, series televisivas o películas corporizan el espíritu conjunto del grupo con el cual se identifica, diferenciándolo de otros.
Los adolescentes constituyen el segmento de usuarios en el que más rápidamente el objetivo de compra se ve alterado.  Si bien el principal motivo de entrada suele ser el estar en contacto con los padres, tarde o temprano su uso se desplaza a la comunicación con los amigos.
Es que para defenderse del miedo que genera la emancipación de los padres, el adolescente conforma grupos donde se siente protegido. El grupo de pares le provee autoestima y soporte emocional, dando lugar a una comunidad que le otorga cierta identidad  y pertenencia.
La comunicación en esta etapa pasa a ser un imperativo dado que posibilita la pertenencia al grupo de pares y la afirmación de la identidad. El celular refuerza el sentimiento de “estar juntos”  cuando el cara a cara no es posible.
El celular es valorado porque brinda la ilusión de no perderse nada, dado que la disponibilidad inmediata es un elemento central para sostener el rol como miembro activo del grupo de pertenencia, su posesión y la forma en que es utilizado son un símbolo de inclusión dentro del mismo.
La telefonía móvil entre los adolescentes se nutre de dos necesidades fundamentales de esta etapa: identidad y comunicación.
No sólo la portabilidad es un atributo que distingue al celular, la privacidad también lo es. El celular conforma un área  privada, separada del mundo adulto. Esto hace posible un grado de autonomía, un refugio al control parental sobre las comunicaciones, prolongando el horario telefónico más allá de lo que indican la “buenas costumbres” respecto de llamar a una casa familiar.
El uso del celular en la adolescencia implica entonces una dualidad. Por un lado el adolescente es monitoreado   por los padres vía el móvil, pero por el otro gana cierta privacidad para comunicarse con sus amigos aún dentro del hogar.
Es inusual que manden un solo mensaje cuando se comunican con sus pares. En la práctica el primer mensaje tiende a generar un diálogo con sus idas y vueltas.  Se ha convertido en una manera de pasar el tiempo entre amigos.
El acto de emitir y recibir mensajes de texto es tan importante como el mensaje en sí mismo.  La cantidad de mensajes recibidos marcan la importancia del adolescente dentro del grupo, su pertenencia al mismo.
Es por eso que le otorga valor a la cantidad, ya que son un signo de su importancia social. Proporcionan no sólo una manera de establecer vínculo social sino de lucirse ante los pares.
Los padres también usan cada vez más el mensaje de texto, muchas veces impulsados por sus hijos ya que es prácticamente la única forma de mantener contacto con ellos.
Los adolescentes suelen privilegiar este medio para evitar conversaciones innecesarias con los padres. A su vez, éstos presentan la ventaja de pasar inadvertidos frente al grupo  y evita  los vergonzosos llamados de monitoreo paterno.
También suele ser una forma de acercarse al sexo opuesto y sortear la timidez, algunos dicen “nos mandamos mensajes con chicos de otros colegios, en los recreos les decimos ¿hola cómo andás?”.
El avance de la tecnología y de las fuerzas productivas, sin lugar a dudas, incide en la subjetividad de cada  época.
Esta profusión de objetos-celular- hechos para causar deseo, en la medida en que ahora es la ciencia quien gobierna, no es ni más ni menos que una forma de hablar de los efectos del discurso capitalista  que ordena “gozar” al sujeto-abolido, por cierto- en su acto de consumo-, en nombre de un deseo evaporado.
Algunos pretenden volver hacia atrás, a los tiempos del “cabezazo del baile” y el “¿me pasás tu teléfono?” en lugar del mensajito de texto entrecortado y contundente.  Así sí vale, así sí hay comunicación.
Toda una ilusión de nostalgia donde sería el celular el “culpable” que la comunicación social entre los hombres se haya extinguido.
Sabemos que la comunicación,   por la misma condición del sujeto  como parlante, es un imposible, en todo caso una ilusión.  Con o sin celular moderno o berreta. Así las tecnologías pasan a ser un acto de reparto en la escena principal.
¿A quién le hablamos cuando hablamos?  ¿De quién hablamos cuando hablamos? ¿Por quién hablamos cuando hablamos?
Estas preguntas que constituyen la base de una fantasmática  en un análisis lejos pueden responderse en los años dorados del “sin celular”.
Tampoco muchas veces, son posibles de arribar a esas respuestas como verdad del sujeto en el  análisis.

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