Historias de Mandatos y Violencias de Adriana Gaspar
Por MARÍA MARTA DONNET
Adriana Gaspar es Licenciada en Artes Visuales, artista plástica, performer.
Yo soy poeta, escritora.
Por esta razón, voy a abordar la obra de Adriana desde el punto de vista poético. Les contaré las sensaciones, las vivencias, los dolores viejos y los recuerdos que me invadieron el día en que visité por primera vez esta magnífica obra.
La exposición fue realizada en el Museo de la Mujer Argentina, sita en Pasaje Rivarola 147, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Una obra exquisita dividida en cuatro partes: “Trata”, “Mandatos”, “Femicidios” y “Violencia Estética”. Conformada por cuadros, fotografías, collages y diferentes tipos de intervenciones, desde lo textil hasta lo escrito. Imágenes conmovedoras y vibrantes a partir de lo visual, conceptual y trascendente.
Llegué al Museo de la Mujer Argentina, sola. La vereda angosta, el cordón de cemento y la calle recreaban un paisaje de otro siglo. Me sentí transportada. Abrí una puerta antigua, alta, de madera. Entré al salón y una maraña de frío me caló hasta los huesos. Después de forzar una pared invisible, comencé a recorrer, muy lentamente, cada uno de los dolores colgados de la pared. Rostros inacabados, rostros que la obra pretendía ocultar, pero que despertaron a las mujeres dormidas en mí. Aparecieron mi madre, mi hermana, mi abuela, mi tía, la vecina …..y tantas otras mujeres silenciadas por el oprobio, el sinsentido y el patriarcado.
“Sólo trozos de mí.
¿Dónde habrá quedado esa mirada la primera
en donde estaba yo?” Digo en uno de mis poemas. Esto versos fueron traídos por la obra que observaba en el sector de “Mandatos”.
Vi los tules, las caras cubiertas, rosas en los labios, en algunas de las fotografías. No, no hables, no murmures, no digas, no pienses. “Me gusta cuando callas porque estás como ausente” dice Pablo Neruda en alguno de sus versos.
Y lo habíamos naturalizado, invadidas por el cansancio, quizás. Por la resignación, tal vez. Y continué mirando fotos, historias. Tantas vidas borradas, oprimidas.
¡Silenciadas! Los mandatos patriarcales que nos devoraron, que nos sumergieron en esa cosmogonía inventada por el hombre.
Entonces las mujeres soltaron los velos, flores comenzaron a flotar, y ellas se acercaron, me tomaron de la mano y me invitaron a desandar el camino hacia la redención. Nos desplazamos recorriendo las paredes que hablaban, que gritaban desde las entrañas las angustias que habían sido ahogadas en oporto rancio.
“No pude escapar”, dijeron algunas. “No dejen de buscarme”, dijeron otras. “Un día conocí la libertad”, escribió Gaspar en algunas de sus obras referidas a la “Trata”. Y, una por una, las leí. Y una por una las escuché. Recorrí, entonces, historias de mandatos y violencia sicológica o no. Una mujer joven, vestida de novia, apretaba muy fuerte el vestido de seda blanco, por supuesto, blanco. Un hombre, su padre, la llevaba hacia el altar para “entregarla” a otro hombre que la esperaba y que la tomaba de la mano. Ni un segundo de aliento, ni de sosiego. La mujer joven vestida de novia con su traje blanco no pudo ni siquiera buscar la mirada de su madre que, seguramente, miraba hacia abajo con impotencia y resignación.