Blas Matamoro (Primera Parte)

“He escrito en un vaivén subido a un vehículo con incesante movimiento a ritmo de tango”.

 

Entrevista de PACO  PEPE DÍAZ ALEJO

(Especial para Generación Abierta, desde España)

 

Blas Matamoro nació en Buenos Aires el 11 de enero de 1942. Se graduó en Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires, obteniendo su título de licenciatura en 1966. Trabajó como maestro y abogado. Como periodista colaboró en el Diario La Opinión.

En agosto de 1971 junto Manuel Puig, Juan José Sebreli, Néstor Perlonger y Juan José Hernández, entre otros fundó el Frente de Liberación Homosexual. Fue abogado de presos políticos de la Comisión de Familiares de Detenidos Políticos (COFADE). En 1976 emigró a Madrid tras la prohibición por decreto de la dictadura militar de su libro Olimpo. Ha sido editor de Cuadernos Hispanoamericanos de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo entre 1996 y 2008. Es autor de los ensayos Cuerpo y poder: Variaciones sobre las imposturas reales publicado en 2012, El amor en la literatura. De Eva a Colette  (2015) y Nietzsche y la música (2015. En agosto de 2018 un jurado integrado por Rafael Felipe Oteriño, Santiago Sylvester y Santiago Kovadloff le otorgó el Premio Literario de la Academia Argentina de las Letras (Género Ensayo 2015-2017) por la obra “Con ritmo de tango Un diccionario personal de la Argentina” y por el conjunto de su obra literaria. Estando yo en Buenos Aires llamé a Blas por teléfono a España, y quedamos en vernos en Madrid.

Había conocido personalmente a Blas Matamoro en julio de 2007 en Barcelona, durante un almuerzo al que fui invitado por María Luisa del Álamo, (esposa de José Manuel Blecua que presidiera la Real Academia Española de la Lengua). Blas preguntó a María Luisa si yo era familia de Raimundo Díaz-Alejo (con quien él había compartido almuerzos en la embajada argentina en Madrid, comentando recuerdos y vivencias de los años en que ambos ejercían el periodismo en Buenos Aires). Mi padre a partir de ese momento nos vinculó también por un pasado en común, que se desarrolló en Buenos Aires, Barcelona y Madrid. La diferencia de tres años y medio que tenemos es pequeña, y ambos hemos crecido en la misma ciudad, aunque a mí me naciesen en París en julio de 1938 y llegase a la Reina del Plata el 9 de octubre de 1939, donde estudié y trabajé hasta que mi exilio motivado por la noche de los bastones largos, me hiciera residir en Barcelona desde 1971 y desde hace dos décadas en Madrid, ciudad desde la que con frecuencia parto hacia Buenos Aires, donde de alguna manera están mis raíces. En diversas ocasiones nos hemos reunido en los últimos doce años compartiendo puntos de vista comunes, y también experiencias a la hora de analizar hechos y personas que creíamos conocer.

Cuando uno tiene frente a sus ojos un diccionario, sabe que no se trata de un libro que se lee como una novela ni como un relato histórico. Es algo mucho más complejo que provoca idas y vueltas, avanzar y retroceder no sólo en las páginas, sino en temas y personas que nos resultan conocidas pero a medida que añadimos nuevas informaciones pasan a ser conocidas parcialmente, o a veces erróneamente y por tanto son informaciones desconocidas. Precisamente, el gran mérito de su obra Con ritmo de tango, es el de aportarnos información que amplía nuestra visión de un mundo cuyo epicentro es Argentina. Empieza el autor adelantándose a cualquiera, que al tener el diccionario enfrente diga:

“Pero ¿cómo? ¿Figura Tal pero no Cuál?”  y aclara:

No se trata de un diccionario hijo de una institución impersonal, sino de uno personal, tan pequeño como su autor. Está escrito sumando cuarenta años de vida en Madrid, ciudad a la que llegué con mis treinta y cuatro cumplidos, es decir que llevo en ella la mayor parte de esa irremediable tarea del tiempo que llamamos vida. Puedo decir cumplidamente que soy el Gato Forastero que vino de la Reina del Plata. Tenía los deberes hechos en mi Buenos Aires natal cuando me dieron el empujón del exilio: empezar todo de nuevo sin la menor gana de empezar nada aunque estimulado por el desafío de no morir en la inopia, no dar la razón al tirano y al verdugo. Los malos motivos de partida devinieron los buenos argumentos para permanecer. El Gato Forastero ama la noche y sus tejados. Hace equilibrios sobre la cima de las casas donde aún queda un poco de la tibieza solar y desde donde se observa la creciente quietud del descanso. El Gato vaga por el callejón del Codo, la plaza del Conde de Barajas, San Javier y el Panecillo. Por momentos rememora la música de Boccherini quien debió frecuentar estos mismos sitios. El Gato porteño conoció algunas de esas obras allá lejos y hace tiempo. Ahora, le son una cercana compañía. De pronto, el leve aire invernal se torna viento de primavera que se arrastra, prepotente, entre las ramas de los plátanos. Es medianoche solitaria en el pasaje Thubó, el Gustavo Riccio, el Pescadores, el demolido Seaver. El Gato anda ya viejo rebuscando en esos pasajes los parajes y fantasmas de su juventud. Es cuando se pregunta ¿dónde estoy? La única respuesta la da el reloj. Si está en Buenos Aires, suma cuatro horas y piensa en la de allá. ¿Si está en Madrid, descuenta y asimismo piensa en la hora de allá? ¿Dónde está el allá? Acaso he escrito este libro para sustituir las consultas al reloj y confiar en la respuesta que pueda ofrecer la escritura. Para poder escribir este diccionarito tuve que repasar fuentes sobre la Argentina, rememorar lo olvidado, aprender lo nunca sabido. He escrito en un vaivén subido a un vehículo con incesante movimiento a ritmo de tango. El punto de partida estaba claro, el de llegada no, y lo difuso de la meta tenía un poderoso encanto. Era volver a mi país de origen para considerarlo desde afuera. Estaba en su interior con mi memoria y en su exterior con mi percepción. Mi primer retorno me sitúa en 1986. A medida que me acercaba a Buenos Aires, retomaba la imagen antigua que conservaba de ella, una suerte de barrio periférico de París. Pero hallé otra ciudad, un puerto del Mediterráneo, similar a Marsella o a Trieste pero, sobre todo a Barcelona. Buenos Aires, por la experiencia de la emigración, se me había vuelto un puerto español, tal vez como lo vieron mis abuelos españoles cuando llegaron a él en 1888. De vuelta en Madrid, el viaje se acrecentó con esa otra memoria prestada. Yo había llegado como mis abuelos, esos españoles que se marcharon para “hacer la América”, y no les fue dado retornar y arraigaron como pudieron, sin disipar desde luego,  el sueño del indiano que exhibe su prosperidad y planta su palacio en lo alto de la aldea donde nació. También algo de esto ha de haber en este diccionario. Es mi caserón de indiano, lo ofrezco a mis antepasados. Finalmente les debo el apellido con que firmo mis cosas, y la lengua en que están escritas, la suya, que trato de hacer la mía.

Así continúa explicando cómo fue necesario un cierto ajuste de cuentas para destacar el sutil conceptismo de la prosa de Borges, el sabio discurrir futbolero del maestro Jorge Valdano y el discípulo Cholo Simeone, el sueño del arquitecto Emilio Ambasz y el museo de sí mismo, el jesuita Bergoglio despelotando al Vaticano, el salto de Julio Bocca, trepador de nubes, Martita Argerich convertida en la diablesa de la Gran Sonata de Liszt. En su diccionario encontramos figuras de gran relevancia, conceptos de total importancia y periodos históricos revisados desde una perspectiva actual. Para él, la Argentina y la Reina del Plata, Buenos Aires, a pesar de la distancia, con todos sus vicios y sus virtudes, siguen siendo seductoras e irresistibles por su historia, por su permanente decadencia, por su melancolía por el oro disipado. Es un país que canta que “sean eternos sus laureles”, una nación que ha producido “genios”, inventores de un género que no reconocen antecedentes, se forman a sí mismos y reiteran la imagen de una nación edificada en el desierto de la historia. Así, la Argentina ha producido tres genios: el escritor Domingo Faustino Sarmiento, inventor de la novela familiar del fundador; la actriz Niní Marshall, que colaboró a crear, en clave cómica, esa antigua e incesante novedad llamada “condición femenina”, y el pintor Cándido López, que en sus cuadros de crónica histórica inventó la perspectiva aérea en la llanura pampeana. No olvida la excepcionalidad argentina, que está en la raíz de personajes con una aureola mitológica que no puede ser sino argentina: Carlos Gardel, Ernesto Che Guevara, Evita Perón, Jorge Luis Borges, Astor Piazzolla, Diego Maradona o el Papa Francisco.

Martín del Barco Centenera dejó escrito su poema Argentina y conquista del Rio de la Plata, para ser publicado en Lisboa en 1602. En él invoca a Apolo para cantar “al ser tan olvidado/ del Argentino Reyno. El nombre del Reyno se debe al metal argénteo, que sigue brillando en un río y un mar, Río de la Plata y Mar del Plata. Plata es sinónimo de dinero y un argentino platudo es doblemente argénteo.

Con un gran sentido del humor continúa adentrándose en el siglo XIX.

Deja una respuesta