Historia de una amistad

Por HAMLET LIMA QUINTANA

 

Porque la poesía nace en forma tribal, conjunta, en los cantos ceremoniales para la multiplicación de los ganados, la buena caza y el alimento, nazcan los buenos hijos. La poesía nació cantada. «Tal vez fue en una primavera que el hombre largó el canto/en mitad de su tribu, en el precioso corazón de su gente./De pronto el viento se enriqueció de asombro y fue otro más cantando la canción./ Dos hombres juntos que cantaban en mitad del trabajo/eran una revolución, un homenaje placentero./Y de pronto fue todo un bosque de gargantas/que se unieron diciendo las palabras perfectas,/los sonidos, las notas verticales, el himno compartido,/la ceremonia para que crezca el grano, se multipliquen/los ganados, se vayan los fantasmas, nazcan los buenos hijos./Y fue cantor el hombre./El canto desde entonces fue pobre y colectivo,/fue desmelenado y transmitido de pecho en pecho,/ de boca en boca, de guitarra en guitarra, rancho en rancho/como si compartiera los sucesos de todos/y anduviera hecho historia, la narración de gesta,/sucesos del amor, la suerte del olvido, las guerras,/los testimonios de una lucha del pueblo que no muere».
Eso dije en el poema «Teoría del Canto». Pero esta actitud nuestra no fue una mera teoría. La pusimos en práctica en escenarios, plazas públicas, boliches y en cuanta oportunidad se brindara. Ello nos acarreó, hasta el día de hoy, que los cenáculos de la élite literaria y la crítica, élites que todavía existen, ignoraran nuestra obra poética por cuanto, dicen, somos hacedores de canciones. Y fue enseñado en las cátedras de literatura argentina en las universidades, durante el periodo de la dictadura militar, que los poetas que escribíamos canciones éramos «poetas marginales». En cuanto a nuestra obra editada en los libros, casi no existía para su conocimiento o era, directamente, negada.
Claro, las diferencias son abismales. Sin contar las prohibiciones y las censuras oficiales y otras no tanto. Esas élites literarias a las que me refiero afirman, entre otras cosas, que en poesía no debe haber anécdota. Con Armando hemos dicho -y decimos- que sin anécdota no hay poesía. Para ejemplificar esta opinión nuestra dentro de la obra, nombro no poemas aislados sino, más aún, libros completos como «Canto Popular de las Comidas», «Bajo Estado de Sangre», «Los Telares del Sol», entre otros, de Armando, o «Sinfonía de la Llanura», «Callvucurá y su Elogio de la Tribu», «Breve Historia de otro Mundo», míos. En todos ellos la historia es unitaria, gira desde la realidad ola leyenda hasta la fecunda imaginación.
En «El Oficio de Poeta», dice Cesare Pavese (pág. 67): «Es claro que el primer contacto con la realidad espiritual es un acto de educación y, por lo tanto, cada uno aprende a conocer las cosas en cuanto las haya reconocido gustándolas. Esto se entiende en el sentido más lato posible: un campesino, una mujer de pueblo, se habrán educado mediante la canción, la anécdota, la recordación de la fiesta del pueblo».
Y la poesía no puede producirse con la única herramienta del conocimiento, debe llevar la argamasa del pensamiento mágico. Que es la cuna de los ancestros, los mitos, las leyendas y el borde más importante de lo desconocido.

-Recuerdo que Vicente Huidobro dijo: Hay que hacer un poema como la naturaleza hace un árbol.
-Hay que hacerlo como la naturaleza hace todos los árboles, como hace un bosque-, completa Armando.
-Hay que enfrentar el hecho poético abarcando toda la extensión de la existencia del objeto.
-Claro, hermano, como quien enfrenta la novela y le devuelve a la poesía lo que de ella partió: el realismo mágico.
-Nosotros lo hacemos, Armando, en lugar de un cuadro de caballete pintamos un mural en las calles.
-Pintemos una canción, hermano, una canción con infinito.
Y hacia el infinito parte, cantando.

(Extractado de «Los Referentes»)

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