SOLITARIOS SOLIDARIOS

Por PACO PEPE DÍAZ ALEJO
(Desde Madrid, España)

Estoy en  la Cafetería ARMENIA  (para quienes conocen  Madrid, está al inicio de la Calle del Carmen, junto a la Puerta del Sol). Tal vez en esta misma mesa compartieron charla y café Carmen Laforet y Aurorita Pereda. Y aquí continúan (en mi memoria y en la de Miguel de Blas, dueño de la cafetería) viviendo y acompañando en la difícil tarea de ser parte de una realidad cambiante y al mismo tiempo igual a la de épocas pasadas.
Me ha traído aquí la voluntad de cumplir con el compromiso de hablar desde España a los lectores de Generación Abierta contándoles algo más de esta realidad que yo percibo. Hace pocos días me decía en Madrid con mi amigo Jorge Casaretto :
-”Pero aquí no se nota la crisis”.
Un rato después volvimos a reunirnos para almorzar juntos en mi casa y comentó:
-”Acabo de ver a una mujer joven juntando cartones”.
Con esta reflexión de quien fuera Obispo de San Isidro quiero resaltar lo que le expresé entonces y todos sabemos: la realidad no es solamente la “realidad mediática”, diferente según el medio de comunicación que la difunde, e insuficiente siempre como dice el proverbio “en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo es según del color del cristal con que se mira”.
Quienes han tenido la paciencia de leer lo que he escrito en anteriores números de Generación Abierta saben de mi relación con Miguel de Unamuno. Le descubrí teniendo yo no mucho más de ocho o nueve años cuando mi padre Raimundo Díaz-Alejo me contaba de Don Miguel que en sus clases, en sus artículos, en sus conferencias, en los debates parlamentarios, expresaba:
“Dice Fulano, dice Mengano, dice Zutano, y digo yo…”
Esa faceta suya de escuchar y profundizar en el pensamiento y las teorías ajenas, sin por ello renunciar a exponer su propio juicio la sentía como mía. Luego fui profundizando en sus opiniones y convicciones a través de ensayos y artículos. Así, hace poco tiempo releía “La Patria y el Ejército”  sobre la realidad española en 1906 y mi conclusión era que en un siglo largo poco o nada habían cambiado las cosas. (1)
Y así, saliendo de lo nacional y social y entrando en lo individual me sumergía en “El sentimiento trágico de la vida”, o en “La agonía del Cristianismo” que escribiera mientras vivía en 1924 (exiliado y desterrado por una dictadura, la de un tocayo suyo Miguel Primo de Rivera) en el París en que algo más de una década después me nacieran a mí, y del que guardo los primeros sonidos hasta que hace ahora 75 años saliese hacia el Buenos Aires que me vio crecer y donde tengo gran parte de mis raíces. Pues el doble de ese lapso, 150 años hace que nació don Miguel de Unamuno, a raíz de cuyo fallecimiento el 31 de diciembre de 1936 dijese don José Ortega y Gasset:
En esta primera noche de 1937, cuando termina el que ha sido para España el año terrible… “me telefonean que Unamuno ha muerto. Ignoro todavía cuales son los datos médicos de su acabamiento; pero sean los que fueren, estoy seguro de que ha muerto de  mal de España.
La voz de Unamuno sonaba sin parar en los ámbitos de España desde hace un cuarto de siglo. Al cesar para siempre, temo que padezca nuestro país una era de atroz silencio”
Otra figura cuya personalidad tuvo mucho que ver con el arte fue Camille Claudel, también nació hace 150 años. Pero era mujer, y lo que en un hombre hubiese sido perdonado, aceptado y hasta bien visto, en una mujer fue entendido solamente por su padre a cuya muerte (en 1915), su madre, su hermano Paul Claudel y toda una sociedad condenaron al encierro en una residencia psiquiátrica durante 28 años; e incluso al anonimato de sus restos que a la muerte de su hermano Paul, los sobrinos trataron de recuperar infructuosamente.
Dos años después de la muerte de Camille, se premiaba en Barcelona a una escritora muy joven, de apenas 23 años por “NADA” (Primer Premio Nadal), de la que Carmen Amuraga en su novela “LA VIDA ERA ESO” dice:
“También hacía poco que había leído NADA de Carmen Laforet, y había anotado con su letra endemoniada: Parece mentira que una mujer tan joven fuera capaz de escribir así, de describir así tanta desolación.
Nos movemos por estímulos, y si no hace muchos días recordaba vía Whattsapp  a Marta, Cristina Silvia y Agustín Cerezales un nuevo aniversario de aquel 6 de septiembre de 1921 en que naciera su madre, hace unas horas, Cristina Cerezales (autora entre otros de MÚSICA BLANCA) me invita a participar de un  homenaje a realizarse en el Instituto Cervantes de Tánger, donde Carmen Laforet viviera a mediados del siglo veinte.
Trascurría el mes de septiembrede 1959 cuando Carmen Laforet escribía el siguiente artículo:
“Muchas veces cuando estoy en Tánger subo a lo más alto  de la colina de la Alcazaba: al café Riad Sultán. Tánger para mí es una ciudad llena de rincones de paz, llena de estampas de belleza tranquila donde casi siempre el mar asoma entre árboles o entre muros blancos, es una ciudad religiosa, donde se oye la llamada de las campanas de las iglesias católicas, y las mezquitas y las sinagogas y los templos protestantes conviven en medio de esta vida de mar y cielo abiertos, y este hecho me parece a mí que da a la ciudad,  sobre la vida de su puerto, entre el ajetreo comercial de sus calles, este soplo de hondura, este sentido  del tiempo que se vive gota a gota, en silencio, sin deseos de matarlo, sino de disfrutarlo simplemente en silencio, como hacen las gentes de esta tierra”.
“El café Riad Sultán está en lo alto de la colina sobre la maraña de callejas blancas y escalonadas. Es un caserón de muros gruesos, con un jardín hondo, siempre florido, adonde abren las puertas del museo y algunos talleres de artistas y artesanos. El café está en lo alto de la casa. Se sube una escalera empinada y se encuentra una azotea con la ciudad a los pies, la bahía y el puerto, las montañas españolas a lo lejos, las gaviotas con sus huesos llenos de viento sobre las olas. En esta terraza he pasado tardes de tertulia amistosa, en verano, con la luz del Atlántico envolviendo la conversación y la vida. Pero el interior del café es más íntimo. Dentro de los muros se estrella el calor o el viento, o la lluvia o los años; en el interior del café siempre hay un rincón donde uno puede estar prodigiosamente solo, con un cigarrillo, con un vaso de té verde, con unas cuartillas incluso. Pero no es muy fácil escribir cuando se está viviendo”.
“Hoy, día de Levante, he venido aquí a refugiarme con las cuartillas. El Levante es un viento que  en esta ciudad lleva un ramalazo de locura dentro de él. Se rajan los cristales de las ventanas de mi casa y la playa despide a los bañistas. Las calles sin árboles se llenan de hojas secas y el aire de papeles absurdos, los gatos corren con el lomo erizado y los barcos cabecean en el puerto. Las gentes corren por las calles con sus túnicas, sus chilabas, sus pantalones o faldas europeas todas hinchadas por el viento. En el interior de este café,  sin embargo se siente la misma calma,  la penumbra necesaria el ritmo inalterable de los relojes viejos, y el mar negro y lleno de espuma detrás de los cristales de una ventana protegida por un enrejado es sólo una estampa lejana”.
“He subido dando un paseo desde el mundo vivo y coloreado de los zocos (el mercado de las flores, las tiendas de los indios, los puestos de frituras, los vendedores ambulantes de collares y encajes, las tiendas de tejidos, algunas como escaparates  de sedas colgadas, en el centro de las cuales, un hombre sueña con las piernas cruzadas, fumando, silencioso, en espera de un cliente). He subido andando por estas calles estrechas donde el viento tiene menos poder que en la ciudad moderna. Con Levante o sin él  la vida aquí es distinta. Los chiquillos de ojos grandes juegan sin miedo a los coches que nunca podrán pasar, las mujeres con sus velos sobre la cara vienen con cántaros de agua desde las fuentes públicas. En un rincón tranquilo dos viejos de barba blanca sueñan en paz. Entre las grietas de un paredón sale el ramaje de una higuera, entre la fachada de dos casas que casi se juntan se ve un filo de mar lejano, y de pronto se oyen gritos de aviso y uno tiene que refugiarse en el hueco de una puerta porque pasa un borriquillo con su carga inocente de harina o leña. Con mi carpeta llena de cuartillas bajo el brazo, he recordado un primer paseo por estas calles entre un grupo de amigos tangerinos, cuando Emilio Sanz –un joven y extraordinario crítico de arte- me dijo más de veinte nombres de escritores, pintores, músicos de fama universal y de todas partes del mundo que vivieron desde esta Alcazaba días o meses de descanso. Cuando me enseñaron la casita minúscula donde había vivido la enorme Gertrude  Stein –la americana enamorada de París- y el café musulmán colgado en un risco sobre el mar, como un refugio de piratas, donde tuvo su tertulia Alejandro Dumas … Cuando vi por primera vez estos pequeños talleres artesanos donde unos hombres con túnicas cepillan madera o hacen trabajos de cuero envueltos en una luz bíblica… Cuando supe que alguno de estos muros blancos, sin ventanas, entre casitas medio ruinosas, guardan palacios auténticos donde hoy día los millonarios del mundo pueden encontrar descanso sin miedo a los periodistas ni a la curiosidad de los vecinos”.
“He llegado al refugio del Riad Sultán con un ánimo de trabajo que poco a poco se me va quitando. Aquí no es necesario hablar ni sumergirse en la lectura de un periódico ni dejar correr la imaginación en las cuartillas para sentirse acompañado. Las viejas paredes, los divanes que se llenan de turistas y se vacían  de ellos periódicamente, los rincones esterados donde los musulmanes después de quitarse sus babuchas juegan a las cartas o fuman despaciosamente tienen algo que decir, algo que uno siente necesidad de escuchar. En la sala central los músicos sobre sus cojines templan sus guitarras curvadas, sus panderos sus tambores, y casi sin darse uno cuenta empiezan a cantar acompañándose de ellos. Y es una música que recoge el alma de los rincones, y es como si de pronto los viejos relojes de enormes péndulos coloreados, y los divanes y el suelo de ladrillos viejos, las cerámicas, las rinconeras, los cuadros ingenuos que llenan las paredes y los cristales de las ventanas, bien empotrados “en los muros y apenas conmovidos por el Levante, es como si todas estas cosas empezaran a decir su secreto y a cantarlo melodiosamente, vivamente, misteriosamente, y cuando las voces y los instrumentos se callan, es como si una sonrisa de complicidad se extendiera por las cosas, después de su confidencia.
“Yo no escribo una línea, es el lugar donde estoy el que escribe en mí, el que moldea mi espíritu y lo dibuja esta tarde”.
“Al anochecer, cuando allá abajo se enciende toda la ciudad y el puerto, y se reflejan las luces de la bahía. Cuando en este interior íntimo apenas se da uno cuenta de que la luz ha cambiado, oigo un canto distinto, discreto y profundo que llena el café. Es el rezo del atardecer. Recuerdo con este canto a los hombres de este país que he visto durante tantos días a estas horas inclinados en el polvo de los caminos, recogidos en las esquinas de las calles o en el interior de sus tiendas, vencidos por el sentido hondamente religioso de sus vidas…Y me siento en paz, sin hacer nada, sencillamente en manos de Dios, en el café Riad Sultá”.
El 5 de setiembre de 1959 un grupo de intelectuales y amigos quisieron rendir homenaje a la autora de NADA en la víspera de su 38 cumpleaños. En nombre de todos ellos, el crítico literario y cinematográfico Emilio Sanz de Soto habló remarcando “cómo a comienzos de la década de los cuarenta cuando empezó sus estudios en la Universidad, los jóvenes no tenían referentes literarios más allá de la Generación del 98. Más tarde Bardem, Berlanga y otros la calificaron como la generación de NADA. Eran los años del pan negro, del café que no era café, de los gasógenos en los coches y en que se recorrían las librerías de viejo para intentar descubrir los libros agotados de la “Revista de Occidente”, o se buscaba poesía de Lorca, de Guillén o de Salinas. Los jóvenes necesitábamos un estilo –continuó Emilio Sanz– de llamar al pan pan, y al vino vino. Y no habiendo entre los autores españoles otra cosa nos volcábamos en Dos Passos, Seteinbeck, Faulkner… Pero un día estupendo de 1945 empezó a circular por los pasillos de la Universidad un libro con sobrecubiertas en blanco y que se titulaba NADA. Nadie conocía a Carmen Laforet pero todos sabíamos que tenía que ser una chica estupenda y para todos sin conocerla se convirtió en una amiga íntima. Y los primeros elogios los recibió de Azorín, de Juan Ramón Jiménez… y se hizo famosa. .Pero a Carmen, caracol de playa canaria, le asustó tanto ruido, no lo podía soportar y se escondió en su concha. Lejos de ella, NADA triunfaba, se engrandecía, se enriquecía. Pero Carmen no se aprovechó en absoluto de este éxito. Los demás sí. Ella era demasiado pura y sincera para soportar que la convirtiesen en una maniquí de escaparate”.
Para mí volver a Tánger es recuperar parte de mi vida. Conocí esa ciudad teniendo trece años, cuando mis padres me llevaron a visitar a mis tíos Aurorita y Patricio. Tanto mi padre como su cuñado Patricio de Pereda eran periodistas. A ambos la Guerra Civil Española modificó profundamente sus vidas, yendo uno a Buenos Aires y el otro a esa Zona Internacional de Marruecos como entonces era conocida Tánger. Por allí pasaron muchos autores como Paul Bowles amigo del escritor y crítico literario Emilio Sanz de Soto y Tennessee Williams y tantos otros que buscaron un sitio donde la tolerancia de las ideas y convicciones de los adversarios no condujeran al enfrentamiento que desemboca en guerra y muerte física y o moral del vencido y triunfo estéril y desprovisto de contenido del vencedor. En Tánger convivían mahometanos, cristianos y judíos esquenazis o sefardíes. Y al igual que en Tánger la memoria de Carmen Laforet se convierte en  una presencia actual que nutre a los actuales escritores, en Barcelona la Fundación Victoria de los Ángeles repite en octubre el Festival Life Victoria para apoyar a nuevos valores de la música.
Próximo a su fin el verano en España, no quiero dejar sin mencionar algunos encuentros con poetas que por la intolerancia de gobiernos en sus tierras de nacimiento, buscaron en estas tierras un lugar donde vivir y dejar crecer su vena artística.
Pedro Felipe Ortiz Bravo comparte fila conmigo en el Autobús que nos lleva desde Barcelona a Madrid. A sus recién cumplidos cuarenta años me enseña la foto de sus dos criaturas que viven cerca de Terrasa, donde han quedado al cuidado de su mamá española mientras él viaja primero a Madrid y luego a Miami. Colombiano de nacimiento salió de Bogotá antes de que la intolerancia de un presidente que en la persona de su padre sufrió un asesinato y que durante su mandato inspiró un “terrorismo de estado” que atemorizó a la población más que el terrorismo de las FARC. Y así es como en España ha creado su obra poética que compatibiliza con su ocupación de Vicecónsul de su país en Barcelona.

 Autor de LA ISLA REDENTORA leo:

 Y los náufragos de mi conciencia
se juntaron
y los guerreros bárbaros de mi embriaguez
me derrotaron.

En un intento fallido por derrocar
recuerdos infantiles
encontré mis ojos en otro rostro.

Y me soñé arrancando su cuello
y me desperté con dos cabezas.

Escupí todo lo que me rodeaba
y  acudí a la academia
y acudí a los amigos.

Insulté al Dios social de por vida
y acudí al desenfreno
y busqué mis enemigos.

Rompí algunas cosas y otros espectros
Perdí la memoria de los años y de la rabia.

Salvé una mujer y un baúl.

Y me hicieron un retrato con corona
y me echaron del suelo.

Me endeudé con el vino y otras ambrosías.
Y saqué la mano y pedí auxilio.
Y entendí el precipicio
Y recuperé  el paso.

 Salvé las letras del naufragio
y las volví semilla en la isla de la Nada.

Fui tres o cuatro cabezas en el reinado de
mi mundo
Y me soñé contemplando el espejo
y me desperté besado por mi tierra.

                                               Denis EMORINE

Mientras, mira con ojos escépticos el crecimiento de tendencias nacionalistas, que sólo pueden alimentar esos focos de una guerra mundial globalizada a la que acaba de condenar el Papa Francisco, cuando dice que “toda guerra sólo consigue destruir la creación más bella de Dios, que es el ser humano”.
Víctima de otra lucha entre hermanos, llegó a España desde Córdoba. Argentina, un poeta que este año protagoniza un encuentro en El Escorial. Se trata de Carlos Mamonde a quien conocí  personalmente el pasado mes de febrero cuando pasó por Madrid nuestro común amigo Marcelo Delgado compositor autor entre otras de la opera EL MATADERO basada en el libro de Esteban Echeverría). Asisto al III Recital Internacional de Poesía en la Casa de Cultura de San Lorenzo de El Escorial presentado por Fernando Sabido Sánchez, poeta y antólogo donde recitan sus poemas Graciela Baquero (España), María Cristina Bergoglio (Argentina), Pedro Crenes (Panamá), Carlos Hugo Mamonde (Argentina),  José Nicas (España) y Mariano Rivera (España, con la participación de la cantautora Clara Ballesteros (España).
De su obra FRAGMENTOS EN EL AIRE (poesía y prosa, 2012-1014) que Carlos Mamonde encabeza con una frase de Hannah Arendt:

“los hombres no han nacido para morir … sino para inventar”
extraigo los  versos:

8
Yo estoy aquí… no vivo en las ideas,
ni  en la aventura de lo literario…

Me expresan las prisiones, lo tangible
del miedo…
y me abrigo en el recuerdo de los extraviados
de los asesinados tras los muros de baba,
en huecos de la nada donde el odio fermenta…

en los profundos hiatos donde cesa el relato.

Que repiten tus ojos.

9
Yo estoy aquí… no he muerto aunque haya muerto
en los baldíos de la mentira
y el envejecimiento de la tinta
que sostiene sus nombres en guías telefónicas
que ya jamás responden.
Que callan en la falta de los cuerpos perdidos, que
Son apenas signos que pesan y me hunden
en el aire impotente
y el paisaje de plomo.
Y el viento incorruptible
se rebela en los sueños
y en sus fotografías de una luz cegadora.

 

Notas

(1)Cuando la Editorial Aguilar publicó en 1958 la colección de Ensayos de Unamuno, Bernardo G. de Cándamo escribió al pié del ensayo La Patria y el Ejército la siguiente nota (tal vez por imposición de la censura):
“El curioso lector -y el lector crítico- debe tener en cuenta que este ensayo , como sus precedentes, los escribió Unamuno con la sensibilidad encarne viva, con la intención discriminadora exacerbada de pesimismo por los efectos de una nefasta política española que acababa de perder , con enormes trozos de la soberanía nacional todas sus probabilidades de disciplina directriz.
Felizmente, desde entonces, se han rectificado en España muchas conductas y muchos procedimientos. Y el Movimiento Nacional Sindicalista- al que desde el primer momento con tanto entusiasmo se sumó don Miguel de Unamuno- acaudillado por el Generalísimo Franco haciendo tabla rasa de las fracasadas directrices de la política española, ha instaurado un firme, rígido, apasionado, tradicional y nuevo a la vez, método para regir los destinos de España.”

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