Hacia una ruptura del silencio

Las cajas de Adriana Gaspar 

Por Carlos Enrique Berbeglia

 

No ha de existir otra ambición mayor entre los hombres que la de demorar el tiempo, misión que solamente pueden cumplir valiéndose como herramienta del tiempo mismo, que se las facilita para recuperarla luego con premura.
El arte, si bien no logra detener al tiempo, al menos lo historiza al insertarse él mismo en la historia, en la general de la humanidad desde la particular de cada pueblo, o en la propia de su desenvolvimiento, a partir de la cual, dialécticamente, se relaciona con las anteriores a través de lazos, donde, el conflicto o la porfía, el mutuo resquemor o la esperanza, la admiración, la indiferencia, abonan este vínculo continuo.
El hombre, con su habla temporal denuncia su mudeza raigal, la imposibilidad de trascender, con el lenguaje cotidiano, entorno rígidamente pragmático y acotado. Para que el habla efectivamente lo exprese y, mínimamente, lo trascienda al tiempo necesita convertirse en ciencia, en filosofía o en hechos literarios como la narración, el teatro o la poesía con el fin de que sus emociones e intuiciones evadan la estrechez de un pensamiento autorreferenciado y solipsista y se universalicen. Las artes plásticas, mediante la utilización de sus propios léxicos simbólicos, distorsionan la realidad cotidiana mostrando unas anfractuosidades que la simple visión no alcanza a percibir, y, gracias a este proceso re-creativo alumbra su propia existencia, que, a su vez, la realidad cotidiana, distorcionará precariamente, prosiguiendo, así, este proceso de ida y vuelta constante anotado más arriba.
Bajo esta óptica las cajas de Adriana Gaspar, recientemente expuestas en la galería Forma se convierten en narradoras intercomunicantes entre su propio ser-objeto, por un lado, su autora, por el otro, y, el espectador, como término natural de un diálogo que siempre es inconcluso.
Ellas se convierten-gracias a sus espacios acotados que encierran llaves y relojes, como apertura al tiempo, fotos que remiten a recuerdos, escaleras como acceso a otros mundos, piedras que denotan su energía, tules que se integran a la obra como un continuum de la melancolía-en configuradoras de las ideas preconcebidas que la artista posee sobre el tiempo, la muerte, la nostalgia, el dolor y las amenazas que vienen del futuro. Son la manifestación racionalizada de sus emociones e intuiciones que, en la comunicación estética, nos permiten, gracias al impacto intelectual que nos provocan, también a nosotros participar de su manera de resolver, creativamente, sus angustias y sus esperanzas.
Que es la misión del arte más genuina.

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