OLGA OROZCO (1º Parte)

Una poesía adentrada en el corazón

Por Graciela Maturo

El año 1999, tan de por sí cargado de nostalgia y tensión apocalíptica, nos privó de la presencia de Olga Orozco, una de las poetas mayores de América. La coherencia de su mundo poético y la intensidad de su voz la perfilan como un ejemplo singular en nuestra poesía, y al mismo tiempo permiten ubicarla con fueros propios en la tan mentada generación del 40, acaso una de las pocas generaciones literarias que merece ser considerada como tal. Una generación que ha sido llamada neo-romántica, y que renueva su enlace con el humanismo.
La década del 30, coincidente en la Argentina con una grave crisis moral e institucional. alberga vanos intentos de revivir la aventura artística de la vanguardia por grupos llamados de la “nueva sensibilidad”. La amenazante presencia del nazismo se imponía en Europa, y la guerra civil española preludiaba el desencadenamiento de la guerra mundial. La trágica muerte de Alfonsina Storni, Horacio Quiroga, Lugones, se convierten en símbolos de una etapa de la vida argentina signada por hondas preocupaciones morales que se evidenciaron en los ensayos de Mallea, Scalabrini y Martínez Estrada. En 1940 publicaba Leopoldo Marechal en las páginas del diario La Nación su poema El Centauro, luego recogido en libro, y los Sonetos a Sophia. Borges iniciaba su trayectoria como cuentista. Ricardo E. Molinari, muy leído por los jóvenes, daba a luz sus cultas plaquetas de poesía inspiradas en Góngora y Bocángel.
No es frecuente que surja un grupo de real coherencia, que permita hablar de “generación”. Se ha hablado de generación del 50 y el 60, agrupando a los poetas por edad y por cierto aire de época. En cambio, los estudios críticos que se han aplicado a los grupos del ’40, reconocen ampliamente la existencia de una generación literaria con un temple marcado, análogas fuentes literarias, una postura filosófíca y un lenguaje poético llamativamente unificantes. Esto se enriquece cuando consideramos su implícita relación temporal con el grupo cubano “Orígenes”, con la revista mexicana “Contemporáneos”, con grupos de Colombia y Venezuela ligados por visibles afinidades.
Los poetas del ´40, entre los cuales se hallan algunas de las voces más altas de la poesía argentina, expresan una elegía personal y grupal ante la caída de los ideales y la destrucción de Europa. Mastronardi había dicho, refiriéndose a la chispeante pléyade del 22: Fuimos los últimos hombres felices… En el comienzo de una nueva Guerra Mundial se hizo evidente para los jóvenes poetas el desgaste del juego estético, la novedad ingeniosa, la ingenuidad filosófica y el humor saludable. En todos ellos asomaba una pregunta metafísica, una generalizada inquietud religiosa y, en consecuencia, un retorno al humanismo tradicional, de la mano de algunos maestros de la generación anterior, especialmente Molinari, Marechal, Girondo, Juan L. Ortíz, Horacio Rega Molina. Algunos de ellos, como Julio Cortázar (cuyo libro Presencia es del 38), Speroni, Ponce de León, abordarán la novela, o el teatro simbólico.
Otro rasgo de esta generación poética es el hallarse integrada por poetas provenientes de distintas regiones argentinas, y el integrarse en revistas de Buenos Aires y del interior del país. Los nombres de Miguel Angel Gómez, Olga Orozco, Enrique Molina, Daniel Devoto, Alfonso Sola González, Eduardo Jorge Bosco, María Granata, Luis Alberto Ruiz, Ana María Chohuy Aguirre, Manuel Castilla, Ana Fabani, María Adela Agudo, Raúl Galán, Mario Busignani, Alberto Ponce de León, Juan Rodolfo Wilcock, José María Castiñeira de Dios, León Benarós, Miguel Etchebarne, Alberto Themis Speroni, hablan a las claras de la riqueza y variedad de estos grupos.
Las primeras revistas de la generación son Canto, publicada en Buenos Aires que recoge a varios poetas del interior y Cántico, aparecida también en 1940 en Tucumán.
Otras revistas de la misma orientación filosófica y estética fueron Huella aparecida en 1941, bajo la dirección de José María Castiñeira de Dios, Verde Memoria, 1942, Angel,1943, Cosmorama, 1943, La carpa, Tarja. Años después las continúan otras revistas del mismo espíritu como El 40, Laurel, Azor, Sauce.
Luis Soler Cañas, uno de los estudiosos de esa generación e integrante de ella, dice al respecto: “El signo común estaría dado por construir una poesía de esencias nacionales, ligada en profundidad a lo entrañable del país. De ahí a las retóricas ultramarinas y la expresada intención de una poética que recoja el aliento del país, que lo abarque tanto en sentido geográfico como espiritual y al mismo tiempo, una poesía no deshumanizada no ajena a las más cálidas o íntimas vivencias del hombre”.
Yo diría que la preocupación nacional se da en muchos de ellos de una manera implícita, a fuerza de autenticidad existencial y expresiva. Como lo expresó Marechal, si un poeta expresa su propia realidad de vida y su propia situación en un paisaje y una historia, será nacional aunque no se proponga serlo. Por otra parte, bebieron en altas fuentes poéticas europeas, incluyendo la directa profundizacíón de poetas clásicos griegos y latinos, de cancioneros medievales y autores españoles del Siglo de Oro, los metafísicos ingleses del siglo románticos ingleses y alemanes, los simbolistas, la poesía de Apollinaire, Rílke, Pound, Elliot. Varios de estos poetas son universitarios, profesores de letras, como Bosco, Devoto, Cortázar, Sola González.
El primer número de Canto (hojas de poesía) se inicia con este manifiesto:

“Canto es revista de combate por la poesía:
para buscar su esencia rigurosa y alcanzar
lo más viviente de su ser.
Es revista de jóvenes, donde cada uno habrá de perseguir
por sí mismo su sentido, su cauce diferente, su identidad
profunda con el mundo.
Hemos estado rodeados de silencio y premeditada oposición.
Sabemos en que terrible desamparo comienza a cumplirse la vocación de poesía. Sólo una auténtica necesidad de dar nuestra voz es capaz de superar esas fronteras de derribar la indiferencia que sofoca este momento.
Hasta estas hojas de poesía, cruzábamos un tránsito doblemente de angustia por conocer nuestra expresión y que se conozca.
Todo eso trae nuestro advenimiento, y la seguridad de resolver un severo problema de realización.
Que se desmientan aquí tantas celebridades oficiosas, tanto acatamiento de las retóricas ultramarinas, tanta negación de poesía.
Queremos para nuestro país una poética que recoja su aliento, su signo geográfico y espiritual. Una poesía adentrada en el corazón del hombre; bien ceñida a su alma.”

Miguel Angel Gómez – Julio Marsagot – Eduardo Calamaro

En el número 2 de Canto, del mismo año de 1940, afirman:
“Vivimos un instante difícil en el que acechan desesperación y soledad. Por calidad de jóvenes y condición de poetas, presentimos que hasta la muerte más inútil cumple una consecuencia de savia y una misión histórica. Algo se siente naufragar en todo esto, pero la profecía nos sostiene frente al porvenir.
No sabemos callarnos ni esperar. Decimos el testimonio de cada vivencia agregada a nuestro pulso; el alma que parece renunciar y la fé en que renacemos de nuevo. Ahora, como siempre, cuando los fusiles apuntan al mismo corazón de la poesía.
Nosotros recordamos las palabras de Donkersloot: “La poesía es un bien precioso y delicado del hombre que siempre ha sido amenazado porque difunde demasiado abiertamente la verdad en el mundo”.
La verdad, como el ángel alcanza a nuestra voz, sin apuro pero sin detenerse, porque es exigencia inevitable de una vocación consciente, ardiendo en la sangre”.

Miguel Angel Gómez – Julio Marsagot – Eduardo Calamaro

Una poesía que se coloca más allá del juego de ingenio, de la metáfora sorprendente, y retoma un tono afectivo y grave que es típico del género lírico. Se los llamó “neorrománticos”, pero son también surrealistas, por su actitud poética más que por su adhesión a Breton. De este grupo del 40 se desgajaron varias corrientes: unos serían más clásicos (Daniel Devoto), otros se aproximarían a la poética de Breton (Enrique Molina), otros derivan hacia la recuperación del cancionero criollo (Etchebarne), etc. Análoga diversificación se dio en lo político.
Olga Gugliotta Orozco (Toay provincia de la Pampa, 1920) figura entre los colaboradores de la revista Canto, 1840, -dirigida por Miguel Angel Gómez, Julio Marsagot y Eduardo Calamaro- y comparte sus postulados: una poesía adentrada en el corazón del hombre, fiel a sus conflictos existenciales y metafísicos. Al año siguiente Castiñeira de Dios, Uribe y Pérez Zelaschi presentaron “Huella”, en cuyo primer número convivían un poema de Marechal con un artículo de Julio Denis sobre Rimbaud. Era Julio Cortázar, que así firmaba su primer libro Presencia, publicado en 1938.
Recordando estas publicaciones dijo Daniel Devoto, al presentar una antología de David Martínez;
“Sus colaboradores eran prácticamente los mismos: Molina, Paine, Wílcock, Sola González, Carlos Alberto Alvarez, Olga Orozco, Alberto Ponce de León; deben sumarse, para que nada falte, la presencia activa y anónima de Eduardo Jorge Bosco y la colaboración de Julio Denis (Demophoon qui doit devenir Triptoléme, dice en Perséphone André Gide). Entre 1940 y 1941, además se publicaron algunos de los mejores libros poéticos de este tiempo; el libro de poemas y canciones de Wilcock; La casa Muerta, de Sola González; El arroyo perdido, de Etchebarne, La Sombra, de Jonquieres; Amora, de M.A. G6mez; Tiempo de muchachas; de Ponce de León; Las cosas y el delirio, de Enrique Molina.”
Olga Orozco colaboró en distintas revistas y diarios de su tiempo (Reseña, Reunión, Cabalgata, Correo literario, Anales de Buenos Aires, A partir de cero, Papeles de Buenos Aires, Espiga, La Nación, Sur, Testigo y otras del exterior).
Tradujo diversas obras del francés y el italiano; Vestir al desnudo de Pirandello, La lección y Las sillas de Ionesco, La invasión de Adamov, Salida del actor de Ghelderode, Beckett o el honor de Dios, de Anouilh y otras piezas teatrales. En 1961 viajó a Europa con una beca del Fondo Nacional de las Artes para estudiar “Lo sagrado en la poesía moderna”. Es evidente que esta labor marcó profundamente su evolución, y reafirmó su temple religioso.
Su primer libro es Desde lejos (1946), obra elegíaca que refleja la atmósfera cuarentista, anticipando su temple nostálgico y su modalidad expresiva. La infancia, paisaje conocidos pero difusos, el dolor del tiempo, se perfilan como los ejes de un poetizar a la vez simple y refinado. Se dibuja vagamente la comarca natal presa de la destrucción como todo lo que transcurre. La poesía de Olga es desde sus comienzos una poesía metafísica, tocada por la ansiedad de lo eterno. Las muertes (1952) continúa esa tendencia melancólica, que profundiza la búsqueda de ese “otro mundo” continuamente presentido: Los juegos peligrosos (1962), libro agónico, como dice Julieta Gómez Paz, fruto de una actitud de interrogación continua. Julieta Gómez Paz titula con acierto las páginas que le dedica en su libro Cuatro actitudes poéticas : “Nostalgia del paraíso”. Es ésta una tónica común al ´40, la nostalgia del origen que el poeta intuye como estado paradisíaco del hombre. Esa nostalgia se revierte en Olga Orozco en una búsqueda que no elude el riesgo, la salida a lo abierto de que nos habla Rilke y que es en el fondo el núcleo de la aventura poética.
La vida y la muerte se entrecruzan en una visión suprarreal en Los juegos peligrosos (1962), premio de la Municipalidad de Buenos Aires sin relegar el estremecimiento, la extrañeza, la premonición, Olga avanza hacia una concepción esotérica que prevalecerá en toda su obra. Se inscribe a sabiendas en una filosofía del amor, en una actitud religiosa y cabalística.
Explora el nivel oculto de la realidad. Su voz se carga de un sentimiento trágico del vivir, y una constante meditación sobre la muerte.
La oscuridad es otro Sol (1968) significa un paso hacia la narración, paso inherente a la objetivación profunda de su propio quehacer. Se ve a sí misma en el acto de auscultar permanentemente el misterio, y esto la conduce a crear personajes y ambientes para expresar epifanías, vislumbres de significación en el laberinto del mundo. Vemos acrecentarse una sabiduría mística y poética que da al lenguaje de Olga Orozco extraordinaria firmeza y eficacia.
Le siguen Museo salvaje, 1974, Cantos de Berenice, 1977, Mutaciones de la realidad, 1979….

Dos poemas

Intentaré algunas entradas en poemas de Olga Orozco de distintos momentos a fin de presentar la coherencia de su mundo poético.
En el número 2 de Canto, aparecido en agosto de 1940, aparece este poema que lleva la firma de Olga Gugliotta Orozco:

Arbol de niebla

¿De dónde esta tristeza que me llega
cómo un último amor,
como la débil rebelión de la tierra
por sus lluvias,
por las lianas azules de sus nieblas?
No sé si de la muerte de aquellas dulces hojas
en las que el viento busca todavía
La pálida ternura del estío.

No sé si de ese día en que el otoño
abandonó su rostro sobre un río
perdido en la congoja.

No sé desde qué cielo tanta sombra
asomada a mi pecho entre la pampa
cuando mi vida vuelve como el llanto
a su antiguo paisaje, a sus antiguas voces
que crecen como hiedra desde el sueño.

¿Cómo no amar la angustia de las piedras,
sometidas sin lucha
al inútil retorno de la hierba
al invencible polvo,
a ese lejano muro donde el tiempo
se disgrega desnudo, sosteniendo
las huellas de mis manos?

Alguien me llama aún por sus desiertos
por el aire sombrío que se inclina
al desolado oeste;
mientras yo estoy aquí
con mis pequeñas muertes como un árbol
esperando el olvido.

Impresiona en este poema su musicalidad, dada por la variedad acentual del verso, su estructura rítmica, signos de una armonía que enmarca angustiosos. La dicción poética de Olga prefiere los versos endecasílabos y heptasílabos, maravilla de la lengua castellana. La música es restauración del orden cósmico.
Es característica temprana de la autora, cierta ilación gramatical que permite la inteligibilidad: nexos sintácticos que van eslabonando preguntas, afirmaciones, dubitaciones.
Sin embargo no todo es tan claro en su poesía, que hace lugar a la actividad inconsciente, imaginaria. En el discurso aparentemente racional se hilvanan imágenes, metáforas y asociaciones no racionales ni explicables, que dan al poema cierto grado de oscuridad y ambigüedad, acorde con la ruptura de los mecanismos 1ógico-racionales. Estamos lejos del lenguaje poético como desviación de la norma (Jacobson), o como desviación provocada, (Jean Cohen). La poesía de Olga Orozco fluye como un lenguaje pleno, creador, hecho de luz y sombra. Sus metáforas -como en general las de los cuarentistas- no son -apelando al lenguaje aristotélico-diafóricas sino epifóricas, es decir tienen su arraigo en el mundo de la vida, son imágenes de fuerte significación simbólica y no frutos de la invención sorprendente.
Como dice Jan Mukarovsky, la poesía es el lenguaje que rompe con la rutina, deshumanizante y alienante, y vuelve a instaurarse como lenguaje verdadero. Octavio Paz, colocándose como también lo hemos hecho nosotros en el extremo opuesto al de la lingüística moderna, llega a afirmar que “en el poema, el lenguaje recobra su originalidad primera, mutilada por la reducción que le impone la prosa y el habla cotidiana”.
Paz afirma que el poema es unidad de sonido y sentido, pero el sonido también es sentido, aunque no fácilmente racionalizable. Esto es una novedad si se considera que para ciertos lingüistas el sonido es la parte no significativa del lenguaje (confunden significación y concepto, en vez de reconocer que existen significaciones afectivas, imaginarias, volitivas). Todo en el poema significa, en un plano o en otro.
La poesía de Olga Orozco moviliza una dinámica asociativa que relaciona el mundo sensible con realidades apenas vislumbradas. La mente entra en el goce de la libertad asociativa, amplía sus alcances. Según René Menard, lo que el poeta descubre a través de la metáfora es la estructura íntima de la realidad. Se asocia lo que es parecido pero también lo diferente. Jean Edeline señaló la tendencia progresiva a la anulación de los comentarios, que se manifiesta plenamente en la metáfora surrealista. Cuando mayor el grado poético, menor la posibilidad de explicar.
El plano metafórico se hace extendido y complejo, abarca todo el discurso:

¿de dónde?
la tristeza me llega como un último amor
como la débil rebelión de la tierra

por sus lluvias
por las lianas azules de sus nieblas

No sé si de la muerte de aquellas dulces hojas
en las que el viento
busca todavía la pálida ternura del estío

No sé si de ese día en que el otoño abandonó
su rostro sobre
un río perdido en la congoja

Los nexos sintácticos, los verbos, dan inteligibilidad al discurso, pero se hacen débiles frente al desarrollo de la metáfora, generada por el término nombrado primero. Desde allí se desgranan las imágenes:

como un último amor
como la débil rebelión de la tierra
por sus lluvias
por las lianas azules de sus nieblas

La tierra animizada, es un mar abrumado de tristeza tal como quien la contempla. Procedimiento intersubjetivo típico del lenguaje poético: los seres de la naturaleza como portadores de las emociones del sujeto, como sujetos también y no como objetos.
Animización de las hojas, y más aún del viento, sobre el que cae el peso del verbo. La interrogación franca o velada sigue enhebrando versos, anafóricamente : “No sé” permite encabezar interrogaciones indirectas : La tristeza es ahora tanta sombra asomada a mi pecho entre la pampa… y aquí la pregunta empieza a ser superada en la constatación de un regreso al pasado, al sentido primordial.

Cuando mi vida vuelve como el llanto
a su antiguo paisaje, a sus antiguas voces
que crecen como hiedra desde el sueño

La emoción lírica ha quebrado la regularidad del verso, como si este se viera desbordado.
Mi vida vuelve -como el llanto- a su antiguo paisaje, a sus antiguas voces

                           
que crecen como hiedra
                            desde
                            el sueño

La interrogación se hace más intensa, porque pasa de la vaga tristeza del comienzo a la necesidad y el amor:

cómo no amar entonces
la libertad tan triste de los médanos
el deseo de mar con que se duermen
mirando hacia otro cielo

Las imágenes van develando estados interiores del ánimo. De la tierra abrumada hemos pasado a los médanos sedientos, en libertad, que miran hacia otro cielo.
Hay una libre transferencia entre el mundo interno y el mundo natural que ven los sentidos, se percibe un ir y venir, de la esperanza a la resignación. Al final se quiebra el tono interrogativo para dejar paso a una afirmación, un pronombre muy expresivo:

Alguien me llama aún por sus desiertos…

Es, en medio del paisaje, la irrupción de una entidad no nominada, que llama aún -a pesar del tiempo, a pesar de la tristeza- por sus desiertos, sin que ese llamado alcance a aligerar la sensación de soledad:

por el aire sombrío que se inclina
al desolado oeste

Termina la pequeña parábola con la integración del hombre en la naturaleza.
La tristeza es ausencia de Dios, reclamo de plenitud ontológica. Al mirarse en el espejo de la naturaleza, el poeta aprende un sentido del orden cósmico y es capaz de reintegrase a él. Esa armonía se modula en la belleza de las imágenes, en la musicalidad del verso.
Para finalizar me referiré a un poema perteneciente al libro Museo salvaje, publicado en 1974. Se titula “Lamento de Jonás”.
Después de más de 30 años de trabajo poético, podremos constatar la persistencia de imágenes y formas que expresan el temple creador de Olga Orozco.
Mundo salvaje marca abiertamente el reencuentro de la creadora con los mitos ancestrales de su tradición. Desde el Génesis al Apocalipsis, el libro despliega una totalidad de sentido que organiza la materia poética, le otorga dentro de la libertad de la creación, ciertos lineamientos filosóficos apreciables.

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