Educación

Yo mando, tú mandas, ¿Él manda?

Por las Lic. PAULINA DELMONTE y Mg. ELVIRA CIANCIA

 


Nuestro propósito en este artículo es realizar un recorrido, un análisis por el controvertido tema de la autoridad por lo cual hemos elegido tres situaciones que consideramos sorprendentes:

Ø       Se escucha  de un padre decir  en una entrevista, frente al comentario  en relación a su hijo de ocho años, que  toma la ironía como única forma de comunicarse…”Yo soy  igual. Eso lo copia de mí”, pero pensé y se me ocurrió algo que estoy seguro que lo va a ayudar. Le dije: No te preocupes, Marcos,  yo entiendo lo que te pasa porque soy igual a vos, te propongo que nos ayudemos los dos. Cuando me pesques en una ironía, vos me ayudás, así yo lo corrijo. Y yo hago los mismo con vos”

Ø       Pasando  por el patio de una escuela y desde el interior de una sala de jardín se escucha a la docente: “Amigo, dejá la bolsita y vení a la ronda”, “Amigos, saquen el mantel para tomar el desayuno”

Ø       En una charla entre amigas Luisa dice “¡Qué pena que ya  pasaron los años!  Nunca pude ejercer  mi profesión porque mi marido no me dejó”

Desde la etimología, la palabra autoridad  viene del latín y significa “autor”. Causa primera de alguna cosa creada, acción de hacerse cargo. En la concepción actual, derecho o poder de mandar, de dictar normas y de hacerlas cumplir.
¿En qué consiste la autoridad de los padres sobre los hijos? ¿En qué consiste la autoridad del docente sobre los alumnos? ¿Y en la sorprendente situación tres también podemos hablar de autoridad?
Creemos que en toda relación de autoridad surge a primera vista la noción de asimetría. No somos iguales, siempre hay uno que ejerce autoridad-responsabilidad sobre el otro. Uno es el adulto, otro es el niño. El padre y el hijo, la maestra y el alumno.
 La autoridad está íntimamente unida a la responsabilidad.
¿Qué es la responsabilidad? Es hacerse cargo del bienestar físico-emocional-espiritual de hijos-alumnos y responder por ellos dado que transitan un momento evolutivo de fragilidad, indefensión y dependencia.
En este contexto pedir ayuda en el mismo nivel a nuestro hijo, tratar de amigo al alumno, intenta borrar las diferencias, establecer paridades. Si así fuese, sólo logramos  dejar librado a su suerte, desamparado y sin referencias  a aquel que depende de nosotros.
En el psicoanálisis se habla de la función paterna: las situaciones descriptas dan cuenta de su ausencia.
La  función paterna, no tiene por qué ser ejercida necesariamente por el padre, como la palabra lo dice, es una función. Una madre, un hermano, otro adulto, también pueden ejercerla. Es del orden de la ley, del límite, de la prohibición, pero también del cuidado, del resguardo, del permiso. 
Resulta interesante pensar estas cuestiones en su contexto socioeconómico y cultural: la postmodernidad.
Dice Delmonte (2008): “en esta época de la globalización, el Estado y las instituciones perdieron su capacidad para instituir. Esto significa que son impotentes para producir reglas, sentido y protección, desfavoreciendo lo “instituido”, que ya no existe porque no existe un estado paternalista ni protector que contribuya a la formación de las personas. En la actualidad, el niño corre el riesgo de perder su condición de persona para transformarse en un consumidor, un usuario más”.
En el hogar, los medios de comunicación masiva, rompieron con las jerarquías dentro del mismo. Dirigidos a una audiencia anónima, sus productos nivelaron tanto a los padres como a los hijos. Los pusieron en un pie de igualdad, los igualaron como consumidores de objetos y de productos mediáticos.  Pensemos cuántos programas de horario nocturno, hacen referencia a esta situación; chicos en actitudes y temas de adultos, compitiendo, exhibiéndose. Es la muestra de la autoridad que no los protege.
La autoridad  supone cierta cuota de legitimidad, siempre hay, de alguna manera, un consenso entre quien la ejerce y los que están sometidos a ella.
La autoridad  remite siempre a una relación de dos y naturalmente a una construcción más que a una imposición de uno sobre otros. 
Es un vínculo asentado sobre la necesidad de respeto y confianza mutua.
En las situaciones anteriores pensamos el concepto de autoridad referido a duplas (padre-hijo; docente-alumno, etc.) pero en la tercera situación, la dupla desaparece en lo espacial y en los roles para centrarse en  la autoridad sobre uno mismo.
Retomamos el tema de la autoridad unida a la responsabilidad y al concepto de autor. Si la mujer del relato no puede hacerse cargo de su vida y busca responsables fuera de sí misma,  pierde la posibilidad de ser autora, no puede responsabilizarse  de sus elecciones y acciones. El otro que impide, que no deja, suele ser una buena excusa para no enfrentar el riesgo, la inseguridad, la incertidumbre, la posibilidad de fracaso.
En última instancia, quien actúa como  la mujer del relato, reproduce la situación de dependencia de la niñez por temor, comodidad, inseguridad. Se pierde así, en este sometimiento infantil, de disfrutar sus logros, del placer por la tarea, de la independencia económica y emocional, de ser al fin,  autora de su vida.
Otro de los aspectos de la autoridad es la posibilidad de transferir, de hacer circular, de donar.
La autoridad se vuelve autoritaria cuando las posturas  se cristalizan y no hay espacio para la flexibilidad, para el disenso, para la opinión. Cuando nos adherimos a posturas rígidas que no dejan espacio al diálogo, a la pregunta, a las opiniones diversas. Se llega al autoritarismo cuando la autoridad no tolera ser cuestionada.
Autorizar la palabra del padre, del docente, es en primera instancia valorar todo aquello importante para
transmitir. Lo que tiene valor y por lo tanto nos genera la responsabilidad  de brindar.  Lo que permite que el adulto que ejerce la autoridad se transforme en lazo, transmisor, puente entre su experiencia y la de los otros.
Pensemos el tema de la autoridad desde el “bienestar en la cultura” aunque Freud haya escrito sobre “El malestar en la cultura”. La cultura organiza, legisla, produce un orden que habilita la creación pero también reprime, posterga, condiciona la espontaneidad. Desde ella podemos reflotar el concepto de autoridad tal como lo estamos pensando. Elegimos la idea de bienestar pues nos permite convivir, experimentar una ley que nos trasciende e involucra en iguales restricciones y en iguales derechos a todos.
Hemos considerado dos aspectos de  la autoridad: como asimetría y como responsabilidad de transmisión entre el  padre-docente que forma y el hijo-alumno que se forma, así como  la autoridad o autorización con respecto a uno mismo.
Ambos aspectos, están  insertos en una cultura que  restringe los impulsos y organiza su concreción cuando las condiciones están dadas.
Una cultura que permite, facilita, contribuye, brinda la posibilidad del pensamiento creativo, el arte, la filosofía y  la vida humana como un todo.

 

Lic. Paulina Delmonte, Psicóloga (UBA).
Mg. Elvira Ciancia,  Magíster en Gestión de Proyectos Educativos (CAECE)
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