Quince años del Café Literario “Antonio Aliberti”

Julio 1992-Julio 2007

El viernes 20 de Julio de este año  frente a una gran cantidad de público y en un clima de honda emoción  y alegría se festejaron los primeros quince años del Café Literario “Antonio Aliberti”, que desarrolla su actividad  de Abril a Diciembre inclusive, los primeros y terceros viernes de cada mes  a  las 20 horas en el Café Montserrat, ubicado en la calle San José 524 de esta capital, con entrada gratuita.
Coordinan dicho ciclo los poetas Luis Raúl Calvo, Julio Bepré, Amadeo Gravino y María Elena Rocchio. La coordinación musical está a cargo de Paco Rizzo. A continuación les presentamos las palabras de  dos grandes poetas y habitués  del ciclo desde sus comienzos,  Graciela Maturo y Héctor Miguel Ángeli quienes se refirieron a dicha celebración.

Hace quince años que muchos de nosotros venimos acompañando a Luis Raúl Calvo, Amadeo Gravino, Julio Bepré  y María Elena Rocchio, con algunos otros colaboradores presentes y ausentes, en este espacio de la poesía, que no es solamente un espacio concreto, pues ha venido cambiando de lugar hasta volver a su origen, sino y sobre todo un espacio humano, un lugar del arte y de la palabra.
Pasaron quince años con diferentes gobiernos, batallas, triunfos y derrotas, escándalos, muertes, desastres y esperanzas. Y el café seguía en pie, fijo o itinerante, con los mismos y otros que se vinieron sumando un año  tras otro, con aquellos que ya no están. Abarcándolos a todos quiero recordar a Antonio Aliberti, ese gran poeta y estudioso de la poesía, cuya lengua natal era la del Dante, traductor de los poetas del Dolce Stil Nuevo, y de poetas italianos modernos, maestro en el cultivo del español, lengua  que adoptó y compartió con nosotros. El fue parte del alma del café, que se fue abriendo a otras formas del arte, a la música, a la pintura, haciéndose uno con la revista Generación Abierta, y convirtiéndose en tribuna infaltable para la presentación de libros, plaquetas y emprendimientos de toda índole. Debemos reconocerlo, el café que hoy lleva el nombre del poeta Aliberti hizo gala de una hermosa libertad que es la propia del arte. Podría decirse que nunca ha traicionado este espacio una común vocación por la justicia, la solidaridad y las utopías sociales, pero también, y debemos decirlo, ha sabido acoger dentro de ese marco a distintas expresiones estéticas, filosóficas y políticas en un clima libérrimo y fraternal.Por mi parte recuerdo que, aunque pasé muchos años en Mendoza, donde formé el grupo de Amigos de la Poesía, -y tuve audiciones radiales dedicadas a la poesía, así como la revista Azor, que publicó solamente 5 números- he vivido la mayor parte de mi vida en Buenos Aires, donde pasé mi infancia, y además volví  en el 68. Fue después del ’90 cuando conocí a Luis y a Amadeo, cuando me invitaron a las primeras reuniones que se hacían, cuando empecé a frecuentar a este grupo de amigos que esperaban con ansiedad el día de la reunión y vivían con melancolía la noche en que por alguna causa faltaban a la cita.
Estaba de por medio la fidelidad a los amigos, pero más allá de esto era la fidelidad a algo muy fuerte, que es el vínculo que los une: el amor por la poesía, el valor acordado a la palabra.
La lectura de poesía, que es aquí acompañada por la presencia de otros artistas, se ha convertido en el Café literario “Antonio Aliberti” en un verdadero ritual del que participamos con respeto. Tanto la palabra poética como el silencio que la envuelve han llegado a ser para nosotros  el elemento fundamental que nos reúne, más allá de las vinculaciones amistosas, y sociales, los emprendimientos comunes, el diálogo entre amigos que intercambian sus libros y plaquetas.
No deja de ser notable que este grupo humano, alejándose del ruido de la calle, se reúna al menos dos veces al mes para escuchar la palabra del poeta. Este es un suceso espiritual, un momento especial en la vida de cada uno de
nosotros en que se hace lugar al lenguaje en lo  que tiene de más significativo, insólito,  revelador. Nos escuchamos, y escuchamos también a los que no están ya entre nosotros pero se hacen presentes en la palabra. Somos fieles a esa porción de vida, solitaria y vinculante, que nos comunica en un nivel que no es el de la habitualidad, y expone de manera particular  el pensamiento, las pulsiones, los descubrimientos y los sueños de cada uno de nosotros.
Ese es el verdadero espacio del café, el que nos religa de una manera sutil, colocándose más allá de opciones estéticas o de tonos generacionales. El café es un recinto de la Poesía.
A lo largo de estos años vimos así desfilar a muchos y disímiles creadores, urbanos y de provincias, de nuestra lengua y a veces de otras. Hemos escuchado a poetas coloquiales, algunos lunfardos y tangueros, otros sofisticados, tradicionales, vanguardistas, humorísticos, filosóficos o próximos al ritmo de la canción.
La poesía, en la voz viviente del autor, adquiere la vibración justa. Es escuchada, comentada o simplemente recibida en silencio. Nos llena de energía para vivir, nos comunica sus hallazgos, nos hace reconocer lo que tenemos en común, por encima de las diferencias individuales. También hemos podido escuchar en el café, sin abusar,  a algunos estudiosos de la palabra poética.
Algo debe tener  la Poesía para congregarnos así, muchas veces con sacrificio de nuestras diversas ocupaciones, tareas, dolores o compromisos familiares. Cierto es también, y es preciso subrayarlo, que el grupo se habría disgregado sin ese llamado constante, ese esfuerzo de programación y convocatoria ejercido por los organizadores. Son ellos los que conducen este barco, los que han puesto a prueba nuestra condición de “fieles de amor” para decirlo con una expresión de los poetas medievales que se reunían con Dante y Cavalcanti. No hizo falta para nosotros que nos juramentáramos como aquellos, bastaba el ejemplo, la actitud, el aire suelto que flota entre nosotros para mantener el grupo, abierto y siempre enriquecido.
Por eso este festejo tiene que ser ante todo un acto de gratitud a tanta generosidad y lucidez. Quienes organizaron el café y supieron mantenerlo ante los embates de la vulgaridad y la dispersión, saben muy bien que esta es una trinchera viva en tiempos de masificación y cosificación como los que estamos viviendo.

Graciela Maturo

Ante todo, quiero agradecer a mis amigos, Julio Bepré, Luis Raúl Calvo, Amadeo Gravino y María Elena Rocchio, la deferencia de haberme designado para referirme a este aniversario N° 15 del querido Café Literario “Antonio Aliberti”, llamado más cómodamente Café Montserrat.
Si como dice el tango, 20 años no es nada, 15 lo son menos, pero son muchos y suficientes para pasar a la historia de los cafés literarios. Antonio Requeni tendrá que agregar un capítulo más a su excelente “Cronicón de las peñas de Buenos Aires”
Todo pasa, todo se olvida, insinúa ese tango. Pero también habla de una “mirada febril” y esta “febril mirada” hay que rescatar porque sin ella  estos lugares de encuentro no serían posibles.
Tuve la suerte de asistir a los comienzos del café. De conocer y estimar  a sus creadores y directores: Luis Raúl Calvo, Julio Bepré,  Fernando Koffman, Luis Benítez en la parte literaria,  a Adriana Gaspar en la Sección Artes Plásticas y, por supuesto, a Antonio Aliberti, todos invadidos por esa “mirada febril” hacia la cultura en general y hacia la poesía en especialísimo y soberano lugar.
El café tuvo algún vagabundeo. Ocupó otros esporádicos recintos: el subsuelo del restaurant “A los poetas” en Sarmiento y Montevideo y un sombrío café de Avenida de Mayo.
Ya de retorno a este café y con el nombre de “Antonio Aliberti” como homenaje a uno de sus recordados fundadores, lamentablemente fallecido, se inicia una etapa de estabilidad y de solidez que hace los viernes programados una cita casi obligada. Su brillante continuidad lo hace único entre iguales, cuenta también con la colaboración de María Elena Rocchio en el recuerdo de valiosos creadores.
Las cordiales tertulias se complementan con la revista “Generación Abierta”, de persistente aparición desde hace diecinueve años.
Pero todo esto no es un mero quehacer, no es un “agitarse sin hacer nada”, como decía Martínez Estrada.
En estos días convulsionados el Café Montserrat asume perfiles de proeza, gestos de heroísmo. Entrar en combate con la bandera de  la poesía como único símbolo de lucha significa una respuesta cabal al desánimo al pesimismo. Todos sabemos que hoy los poetas casi se han convertido en una secta amparada por catacumbas de entusiasmo y tenacidad. Y en las misas herejes late siempre la misma pregunta: ¿es la poesía una pasión que se desintegra? Y aunque parezca que sí, cuando encontramos refugios como el Café Montserrat, la respuesta se torna negativa.
Contra circunstancias adversas y ante las pocas posibilidades, “la febril mirada” no se rinde.
Dadas las calamidades de este mundo, la significación actual de la poesía adquiere, por lo tanto, las formas de la resistencia. Resistir, permanecer, estar presente para impedir que nos destruyan una manera de vivir con y desde la poesía. Por eso, refugios como el Café Montserrat son , en definitiva, centros de resistencia.
Y también creo que deben existir para hacernos mejores. Si no nos hicieran mejores no tendrían sentido, porque tampoco tendría sentido la poesía. No se trata sólo de leer poemas. Se trata de vivir lo que hay detrás de ellos, esta fuente que los nutre, esa pasión que los engendra: la raíz del amor.
¿Cómo no celebrar entonces los 15 años del Café Montserrat? Felicitemos a sus hacedores deseándoles muchos y dichosos cumpleaños venideros.

Héctor Miguel Ángeli

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